El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad
“…y para él la importancia de un
relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la
misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos
halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de
la claridad de la luna”. Estas palabras dice el desconocido narrador de
esta historia de Marlow, el verdadero narrador que va contando el relato a los
tripulantes de El Nellie, un
bergantín escorado en el estuario del Támesis. Y ahí, en esa frase, puede estar
la clave de esa novela que no hace otra cosa que adentrarse en la profundidad
del misterio, de forma que para descubrir su interior no tiene más que envolver
al lector con el manto físico de un paraje feraz, oscuro, caluroso, húmedo,
inmenso y turbio, como la propia alma que pretende cubrir y, por ello, mostrar.
¿Quién es Kurtz? ¿Quién es Marlow?
¿Dónde está esa selva y ese río innombrado? ¿Cómo surcar el cauce interminable,
la vegetación que nos circunda, amenaza y ahoga? ¿Cuál es el horror, ah, el
horror? Pocas novelas habrá tan alegóricas, tan susceptibles de trasladar sus
referentes narrativos al resbaladizo, oscuro y revelador mundo de los símbolos.
Su significado habrá sido postulado o aventurado desde el mismo momento en que
se publicó, pero seguro que al final la interpretación, el acceso a esa
realidad novelada, a esa ficción encarnada en las palabras, sólo podrá ser
propia, y acaso intransferible.
Con esta relectura –motivada por una
nueva visión de “Apocalypse now”, la sobrecogedora película de Coppola que está
al mismo nivel artístico que la novela de Conrad- he vuelto a disfrutar del
estilo preciso, brillante, plagado de metáforas e imágenes que asombran por su
claridad, por la rara transparencia que logra introducir al lector en ese lado
oscuro de su propia existencia. La magistral traducción de Sergio Pitol es una
creación más, una prosa que, al prescindir de la mera traslación de los
vocablos, revela una nueva cualidad artística en una novela ya de por sí
imposible de superar.
“…ese
olvido que es la última palabra de nuestro destino común”
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