Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 28 de febrero de 2015

La goleta de la imaginación


La isla del Tesoro
Robert L. Stevenson
Anaya. Madrid, 2014 (314 pp.)
  

          Cuando en octubre de 1881 un niño o un joven compró un ejemplar de la revista infantil “Young Folks” y empezó a leer la primera entrega de “La isla del tesoro”, seguramente sintió la desconocida emoción de poder vivir una magnífica aventura y más aún padecer una cierta ansiedad por tener que esperar la salida de los siguientes ejemplares de la revista, donde se siguió publicando la obra hasta su final en enero de 1882. Es seguro que este niño o este joven no sabía que con la misma emoción y parecida ansiedad su autor había escrito sus primeros quince capítulos en quince días, a razón de uno diario, y que después de una obligada parada por habérsele quedado “la boca vacía” de palabras, consiguió acabar la novela al mismo ritmo con el que la había comenzado.
R.L. Stevenson

          De igual manera, un niño o un joven de hoy en día que tenga la suerte de leer por primera vez esta joya de la literatura escrita por el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) y publicada ya en forma de libro en 1883, de pronto se verá inmerso -con una desconocida mezcla de placer e inquietud- en la piel de Jim Hawkins para vivir una aventura que tan sólo puede residir en los sueños de la infancia; se asombrará de cómo en el joven Jim se unen el valor y el miedo, la astucia y el punto de inconsciencia necesario para poder enfrentarse a los peligros que conlleva la aventura y la posibilidad cierta de la muerte; descubrirá que el mal, sustentado en la traición protagonizada por el pirata cojo John Silver el Largo y su partida de marineros desleales, siempre es un desafío para el bien, representado por las personas de honor -el caballero, el doctor y el capitán del barco- y por aquellos que están de parte de la justicia y el orden; reconocerá que el protagonista no hace más que emprender un viaje hacia si mismo, hacia su propio interior en busca del tesoro que siempre está en riesgo de no ser encontrado o, peor aún, de ser robado por los piratas que a menudo nos acechan con el cuchillo entre los dientes. Aunque tal vez no caiga de inmediato en la cuenta de que el aprendizaje de Jim Hawkins es de parecido calibre al que experimenta él mismo cuando se le revela, en el placer de la lectura de esta emocionante, profunda novela, un conocimiento personal e intransferible, aquel que cada uno sea capaz de hacer después de haber navegado en la goleta de la imaginación. Es el mismo viaje que realizó el propio Stevenson, quien huyendo del clima de su Escocia natal que tanto daño hacía a su precaria salud, fue en busca de su isla del Tesoro a los mares del sur, donde se convirtió para los nativos en Tusitala, el narrador de cuentos.
          La ocasión para reseñar esta obra maestra la brinda la edición en tapa dura que nos presenta ahora la editorial Anaya, con traducción de María Durante y con unas magníficas ilustraciones de Jordi Vila Delclòs que se ajustan al texto casi al modo de los fotogramas de las películas antiguas. Esta nueva edición incluye, además de la nomenclatura de la goleta y el mapa de la isla para facilitar a los jóvenes lectores la comprensión de algunos términos y ayudarles a visualizar los enclaves donde sucede la aventura, un entusiasmado prólogo a cargo de Fernando Savater.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 28 de febrero de 2015)

sábado, 7 de febrero de 2015

Higia pecoris, salus populi


Bendice estos animales que vamos a recibir
Pepe Monteserín
Ediciones Trea. Gijón, 2014
492 páginas

          En estos tiempos en que se celebra la confusión o confluencia de géneros, podríamos afirmar, aún a riesgo de resultar demasiado osados para lanzar tal propuesta, que seguramente Pepe Monteserín acaba de inventar un nuevo género literario con su última obra “Bendice estos animales que vamos a recibir” (Ediciones Trea, 2014). Se trataría de una suerte de diario al que se podría calificar como temático o de argumento. Durante 111 días de “excursión e incursión” -desde el 3 de febrero al 24 de mayo de 2014-, el prolífico escritor praviano ha ido dando cuenta a modo de diario de sus encuentros con más de treinta veterinarios y de sus impresiones sobre esta profesión que trabaja con el reino animal. A diferencia de los diarios al uso, en los que el autor, dejándose llevar por el azar de los días, va plasmando más o menos fielmente lo que le ocurre o lo que se le pasa por la cabeza, la característica principal de este tipo de “diario temático” bien pudiera ser, como anticipa el autor en el prólogo, divulgativa, lo cual lo aleja del deliberado intimismo del diario ortodoxo para llevar a cabo una intencionada labor transitiva, de información -y, por tanto, de formación- sobre el asunto propuesto.
          Así, Monteserín nos invita -más bien nos lleva de la mano- a acompañarle en sus encuentros con los veterinarios que van contando los entresijos de su profesión, con la cualidad añadida de que somos de la misma estirpe que el autor, un espectador profano que se asombra de todo lo que ve, experimenta o le cuentan. Como el detective de un relato policíaco, el autor se presenta en el lugar de los hechos, pregunta a los testigos y recoge pistas para descubrir qué es la Veterinaria, esa ciencia que, siguiendo el lema de “Higia pecoris, salus populi”, parece el eslabón necesario entre los animales y el hombre, ya que a menudo el mundo animal es -como en una adivinanza- aquello que está a la vez más cerca y más lejos de nosotros, los seres vivos que más se nos parecen porque no en vano compartimos el mismo reino, pero de los que a la vez nos separa la distancia a que nos obliga nuestro orgullo racional.
          Esa realidad -mancomunada entre animales y veterinarios- que nos presenta el autor abarca el dilatado espacio que va de las explotaciones ganaderas a las clínicas de animales pequeños, de las especies exóticas de los zoológicos al control de la sanidad alimentaria, de las facultades de veterinaria al cuidado de los caballos de carreras, de las especies marinas a la apicultura, del matadero de Noreña a los pastores nómadas de Senegal. Y más, bastante más porque, como en todo buen relato, el tema o el argumento de la obra no es más que una excusa para, en este caso, contar -con las pinceladas de humor que le son propias a Monteserín- historias personales, recorrer la geografía de España y parte de Francia, hacer alguna alusión histórica, sacar a relucir ciertas costumbres o traer referencias literarias, como Platero, el burrito de plata que recorre, con su paso lento, las páginas del libro.
          Con todo, tal vez el mayor mérito de esta obra es que Monteserín no sólo nos muestra una realidad a menudo tan desconocida, sino que el mundo animal aparece ante nosotros como una sorprendente revelación, aquella que, como recoge el texto en una cita de Asunción Herrera, es capaz de “dar significado a nuestra identidad”.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 7 de febrero de 2015)