Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 27 de mayo de 2017

El pudor y la herida


Las mujeres de la calle Luna
Javier Lasheras
Algaida. Sevilla, 2017



                Acostumbrados estamos a leer o ver historias en las que nos tiene en vilo un asesino en serie, un trasunto de Jack el Destripador que no sólo tiene fijación por ir eliminando mujeres, sino que además pone todo su empeño exterminador en hacerlo de la manera más truculenta posible. Igualmente, en este tipo de tramas, a la urgencia por descubrir al ejecutor antes de que cometa el próximo crimen, se une la peculiar naturaleza de los personajes, generalmente un áspero agente que purga en su conciencia oscuros desencuentros con el pasado, una femme fatale que desata pasiones con su sola presencia y una variedad de sospechosos que pisa el barro de los bajos fondos o las alfombras de la alta sociedad. Estos tópicos –junto a los resultados inmediatos exigidos por los mandos superiores, a la vertiginosa ironía de los diálogos, a los inesperados giros de la trama o a la veloz resolución que se requiere en las últimas escenas- conforman la narrativa de un thriller como “Las mujeres de la calle Luna” (LXIII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid). Pero Javier Lasheras (Don Benito, 1965) no sólo utiliza con maestría estos recursos para presentarnos una magnífica novela de género, sino que los utiliza como pretexto para –por así decirlo- introducir el texto o argumento que verdaderamente quiere contar.
                A la historia del asesino en serie se une el robo del cuadro “El origen del mundo” de Gustave Courbet del Museo de Orsay de París, paralelismo que va configurando la doble idea del “pudor y la herida” con la que se titula el segundo capítulo y que –en un original acierto- conforma un haiku con el encabezamiento de los otros dos (“Gotas de lluvia,/el pudor y la herida/bajo la luna”). Así, ante un cuadro que más que representar una realidad parece exhibir con toda la persuasión posible la realidad misma, la mirada atenta del espectador advierte tanto el pudor propio –sofocado por no poder sustraerse a esa “epifanía del deseo carnal”- como el de la mujer –“aguijón o escudo de su arsenal más secreto”- que oculta su rostro en la pintura. 
          La herida se expresa de manera rotunda en la crueldad con que el asesino mutila a sus víctimas, pero también está presente en la vida de los personajes, a duras penas supervivientes de los zarpazos del pasado –la muerte de la mujer del comisario Danglade, las tragedias familiares del palestino Sayed y del exguerrillero Gimbe o la superviviente del campo de concentración Astrid Kwakklestein- y que en el presente del relato actúan de alguna manera condicionados por aquellas viejas fracturas. Herida y pudor que se mezclan o confunden con otras dicotomías que salpican la trama, como la dificultad de encontrar el amor –o caer en su sinsentido- más allá de la urgente satisfacción sexual, o la función del arte limitada a ser expresión del misterio de la vida, o el necesario reenfoque de la mirada del hombre hacia la situación de la mujer, o el deseo de imaginarnos en una ficción que pueda ponernos a salvo de una realidad al mismo tiempo pudorosa e hiriente.
                Javier Lasheras recurre a sus dotes de poeta para amoldar el lenguaje a lo que cada situación narrativa exige, logrando apartarse al mismo tiempo de la prosa funcional –y funcionarial- de los thrillers más comunes como del lirismo alambicado en el que caen ciertos vates metidos a novelistas. Este logro ya se aprecia en su anterior novela (“El amor inútil”, Algaida, 2004), con la que ésta comparte algunas de las reflexiones apuntadas.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 27 de mayo de 2017)

                

sábado, 6 de mayo de 2017

La aventura de la ciencia


Los niños de la viruela
María Solar
Anaya, 2017


                El 30 de noviembre de 1803 zarpaba del puerto de La Coruña rumbo a América la corbeta María Pita. En ella iba embarcada la llamada “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, formada por el doctor Balmis, prestigioso cirujano de la Corte, un séquito de ayudantes sanitarios, Isabel  Zendal, rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, y 22 niños huérfanos.  La ambiciosa empresa –sufragada por el erario público a expensas del rey Carlos IV- pretendía nada más y nada menos que llevar la vacuna de la viruela a América, sirviéndose para ello de una cadena humana integrada por niños sanos que irían siendo inoculados con el virus extraído de las pústulas de los vacunados la semana anterior.  De esta forma, al carecerse en aquella época de sistemas adecuados de mantenimiento y refrigeración, se trataba de conservar el valioso fluido en el organismo de los pequeños.
Algunos escritores y directores de cine han tomado esta aventura científica como referencia para sus propias creaciones. Así, entre las más relevantes cabe destacar las novelas “Los héroes olvidados” (Roca Editorial, 2011), de Antonio Villanueva y “A flor de piel” (Planeta, 2015), de Javier Moro, así como la película “22 ángeles”, de Miguel Bardem. Ahora la escritora gallega María Solar (1970) nos presenta “Los niños de la viruela” (Anaya, 2017), una obra destinada al público juvenil que narra los prolegómenos de tan apasionante como incierto viaje. 
Busto de Balmis en la Facultad de Medicina
 de la UMH en San Juan de Alicante.

Partiendo de un escenario digno de Dickens, la novela empieza contando con crudo realismo la miserable vida que arrastran los niños del orfanato de A Coruña en esa fecha tan lejana de principios del siglo XIX. Los pequeños y cotidianos pillajes a que se ven abocados los pequeños para esquivar los zarpazos del hambre, a menudo les lleva a callejones donde se dan de bruces con la violencia, la enfermedad o la muerte. Amenaza de una tragedia que se respira tanto fuera como dentro del orfanato, donde también sus paredes pueden ser atravesadas por esa epidemia tan temible que, cuando se presenta, sólo queda encomendarse a Dios para que después de la fiebre, apenas deje algunas marcas en la piel y pase de largo. Es esa rueda del azar la que pretende detener el doctor Posse Roybanes, médico que atiende a los niños de la inclusa, con la aplicación de esa vacuna que, según ha leído en alguno de los numerosos libros que tiene en su consulta, es el único remedio para prevenir la enfermedad de la viruela. Con ese mismo propósito va a presentarse en A Coruña el doctor Balmis, decidido a reclutar a unos cuantos de esos niños desahuciados por la sociedad para transportar en sus brazos la vacuna con destino a América. 

A las puertas de esa heroica misión –en la multitudinaria despedida que se da en el puerto de A Coruña a la tripulación con los 22 “ángeles”- se queda esta magnífica novela, en la que tienen cabida la amistad -necesario refugio para sobrevivir en un mundo hostil-, las primeras palpitaciones del amor, la piedad ante los más desfavorecidos, y sobre todo, la reivindicación de la ciencia como el medio imprescindible para el progreso de la humanidad.
Igualmente, es de agradecer –en estos tiempos de historias edulcoradas para no herir la fina piel de nuestros tiernos infantes- la honestidad narrativa de una autora que no esquiva los duros episodios de la miseria, la enfermedad y la muerte, lo cual, lejos de ahuyentar a los jóvenes lectores, es una buena muestra de que se les trata con el respeto y consideración que merecen.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 5 de mayo de 2017)




viernes, 5 de mayo de 2017

El triunfo de la palabra


Reseña  que el escritor David Fueyo ha publicado en la revista digital Literarias sobre mi libro de relatos Ingenio lego. 5 de mayo de 2017


Dice el escritor Eloy Tizón, —quizá uno de los que más ha teorizado sobre el cuento en los últimos años— que todo aquel que no se pliegue dócilmente a los dictados del mercado debe ser consciente de que no va a tenerlo fácil; ha escogido un camino en rampa, áspero, lleno de dificultad y con muchos escollos. Ese es la senda elegida por Marcelo Matas a la hora de llevar a cabo su Ingenio Lego, la del triunfo de la palabra sobre cualquier otra consideración, —mercantil, estilística o simplemente dejándose llevar por las modas— fuera de lo meramente literario.
Conozco a Marcelo, sé de su sensibilidad con el cuento infantil, de hecho tuve el placer de presentar El niño que se convirtió en coche (Juglar, 2015), un cuento para contar y disfrutar en familia, accesible y a la vez delicado. Lo compartí con niños y comprobé que disfrutaban conmigo; sin embargo he de confesar que no me esperaba la profundidad, complejidad y delicadeza que el mismo autor iba a sugerirme apenas un año después con éste, su Ingenio Lego, aunque durante el tiempo que le conozco puso ante mi diversas pistas de este talento literario en forma de cuento corto en varias antologías en las que participamos ambos, promovidos por la Asociación de Escritores de Asturias (Pravia con todas las letras, Mina de palabras, u Oviedo, libro abierto). Ahora me doy cuenta de que, de un coleccionista de Quijotes como es Marcelo, puedes esperar —literariamente hablando— cualquier asombrosa aventura literaria. 
Contraportada de "Ingenio lego"

Ingenio Lego, impecablemente editado por la Diputación de Salamanca, contiene catorce cuentos que van desde el monólogo interior hasta el lenguaje cervantino, del humor al desasosiego, de la prosa poética sin ni un solo punto seguido a la transcripción oral del lenguaje del pueblo, sus chascarrillos y sus muletillas, consiguiendo así la obra ser una polifonía llena de escollos bien superados muy lejos de lo que Tizón busca para el cuento moderno —picante, con cierta acidez, veloz y ligero— pero por encima en calidad y equilibrio de mucho de lo que se publica hoy en día.
Los catorce cuentos sugieren. Creo que ese es “El Piropo” con mayúsculas que puede definir un buen cuento. Desde el impresionante relato que da nombre al volumen, en el cual Marcelo parece tomar la pluma encarnado en un noble que, siguiendo escrupulosamente el tono cervantino, dice que prefiere ser olvidado que reconocido a pesar de conocer a Cervantes e incluso haberle regalado sus propios versos para que este pudiera conformar su prestigio en el futuro, —sencilla y retorcidamente lúcido— hasta el humor de guante blanco presente en Cuento de Navidad, una historia cotidiana que nos lleva un paso más allá en la vida de un soldado.
Hay lugar para la metaliteratura y el olor a librería de viejo, fonda y paraíso de aquellos que creemos que los libros son un tesoro, máxime si son encontrados entre un montón de saldos amarillentos o, mejor aún, en un contenedor de basura (Agua de palabras y Gesticulan voces). También para el monólogo, para el cuento torrencial (La casa en el camino de los juegos y el impresionante Al final el silencio, con el que se cierra el volumen), para la luz y la esperanza de dos enamorados unidos en todo menos en dimensión, —él en la real, Clarín, y ella, Ana Ozores, su creación, en la literaria—, y para la oscuridad, la venganza y la crudeza (Por la piel y El peluquero zurdo), historia (Rubén Darío se lava con Heno de Pravia), vida como trayecto (La vaca Jueves) y la muerte que en el fondo es un viaje de ida sin retorno, (El regreso, y vuelvo a citar otra vez Al final el silencio).
Los catorce cuentos están trabajados con la paciencia y precisión del orfebre. No hay escritura rápida, no hay prisas, no hay estruendo ni alharaca, tampoco extraños artificios ni Deux ex machina. El camino es en rampa áspera, pero sabe a dónde llevarnos: literatura pura y consistente, juego canónico donde no hay un canon preestablecido más allá de poner a funcionar las palabras con una cuidadosa fascinación por el lenguaje. Ingenio Lego no podría ser escrito por alguien que no ama la literatura y la comprende como vehículo de belleza y emoción. No podíamos esperar otra cosa de un coleccionista de Quijotes.  Otro triunfo para la palabra que a buen seguro sabrá saborear el avezado lector.


https://www.escritoresdeasturias.es/literarias/resenas/index.html