Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 29 de julio de 2017

El peligro de los misterios


Miralejos
Daniel Hernández Chambers
Edelvives, 2017


                
           Hay un tipo de historias que podrían considerarse una suerte de subgénero dentro de la literatura dedicada al público juvenil. Son aquellas en las que uno de los protagonistas –tanto da si es masculino o femenino- acude, como todos los años, a pasar las vacaciones de verano al pueblo de sus padres. Allí, al tiempo que de la mano de un personaje entrado en años –generalmente el abuelo- aprende aspectos importantes de la vida, descubre un misterio que deberá desentrañar con la ayuda de otro personaje de edad parecida a la del protagonista, pero, eso sí, de diferente sexo. Las aventuras que ambos deben correr para descubrir la naturaleza de ese secreto, así como las confidencias, afinidades y complicidades que día a día comparten, harán que la amistad entre los dos jóvenes se vaya estrechando hasta convertirse en algo más, en ese extraño y maravilloso sentimiento desconocido por ellos hasta entonces.
                Ese patrón es el que sigue “Miralejos”, de David Hernández Chambers (Santa Cruz de Tenerife, 1972), obra galardonada con el Premio Alandar 2017. En este caso el joven Julio recibe de un amigo de su abuelo Gustavo un catalejo -bautizado por el muchacho como “Miralejos”-, con el que puede ver desde la casa todo el pueblo, el mar y las montañas, los tejados de tejas anaranjadas del centro de Gorgos y, entre un montón más de cosas, un monstruo, un fantasma y un tesoro. Con todo eso va trazando un mapa que un día tras otro amplia con los elementos nuevos que va descubriendo con su miralejos. A cada lugar va nombrándolo como mejor le parece, de manera que en el mapa va dando cabida al Bosque de los Espectros, al Mirador de los Náufragos o a la granja de los Orgaz, lugares que, según se comenta en Gorgos, están rodeados de leyendas habitadas de fantasmas y misterios. Pero a través del miralejos, sentada en la rama de un árbol, Julio también ve a Irene, una chica de su edad vecina del pueblo con la que enseguida empieza a compartir las cosas extrañas que divisa con el catalejo. ¿Qué será esa sombra que a veces aparece en las ventanas de la casa en ruinas de los Orgaz? ¿Tendrá relación con la leyenda de Lepo, el Señor de los Bosques?
Daniel Hernández Chambers

                A la resolución de esa intriga y algunas más se añade la extraña vida de Irene, que apareció en el pueblo tras un dramático suceso, un eslabón más de una trágica historia familiar que se remonta a una maldición ocurrida durante la Guerra de los Treinta Años (siglo XVII). Así, después de las aventuras que los dos protagonistas deben pasar para resolver el enigma de la casa y el bosque, el sorprendente final tiene que ver no sólo con el peligro que tiene desentrañar ciertos misterios ocultos, sino también con la propia predestinación a la que está abocada Irene.
Como ya hiciera en su último libro “El secreto de Enola” (Premio Ala Delta 2016), el autor se atreve a utilizar algún elemento que pudiera sorprender a ciertas mentes demasiado preocupadas por preservar la supuesta inocencia de nuestros infantes. Si en aquella obra el desencadenante de la acción era la aparición de algo en principio no muy agradable como el esqueleto de una paloma, en ésta el imprevisible final es ciertamente emotivo y poético, pero también turbador, envuelto en una sensación de terror a la que, por otra parte, suelen ser tan aficionados los jóvenes lectores.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 29 de julio de 2017)


sábado, 8 de julio de 2017

Contar la música


Los bolsillos de Bach
Pepe Monteserín
Ediciones del Viento, 2017



                De pocos escritores se puede decir lo que sin temor a equivocarnos es preciso afirmar de Pepe Monteserín (Pravia, 1952), y es que, lejos de acomodarse en discurrir por caminos ya transitados, en cada nueva obra parece querer olvidarse de todo lo que ha escrito anteriormente –que no es poco, dada su dilatada producción- para afrontar el riesgo de adentrarse por territorios ignorados. Desde su primera novela “Mar de fondo” (1993) –una suerte de manual para empresarios narrada bajo la forma de un proyecto de fin de carrera- hasta “Bendice estos animales que vamos a recibir” (2014) –original propuesta de diario argumental o divulgativo-, pasando por las recopilaciones de artículos, los libros de relatos, los cuentos ilustrados o los ensayos-, Monteserín no sólo recurre a un amplio abanico temático, sino que –lo que seguramente es más relevante- apuesta por el empleo de variados registros formales que sin duda enriquecen una obra concebida bajo el designio de la calidad literaria.
                Así, en “Los bolsillos de Bach” (Ediciones del Viento, 2017) –subtitulada “Desconcierto y concierto de una coral polifónica”- el escritor praviano nos presenta una novela que de nuevo despliega un tema original en su obra, como es la narración del último ensayo, de los prolegómenos y de la propia interpretación que una coral de aficionados hace del Magnificat de Bach nada más y nada menos que en La Thomaskirche de Leipzig, iglesia donde trabajó como cantor el mismo Bach y donde reposan sus restos mortales, con el añadido un tanto surrealista de tener que hacerlo delante del papa Benedicto XVI. 
Estatua de Bach en La Thomaskirche de Leipzig

                El desconcierto al que se refiere el subtítulo tiene que ver con el variopinto elenco de personajes que componen el coro y con las singulares historias que protagonizan. Peripecias narradas en cada capítulo bajo el nombre propio de cada uno de ellos y que se van entrelazando de manera tal que efectivamente producen en el lector una sensación de desbarajuste que amenaza con el fracaso más estrepitoso el día del concierto. Pero, precisamente ahí está una de las claves de la novela, en la importancia –o la necesidad- de poder “armar un coro con pedazos de emoción, ilusiones frustradas y proyectos a medias”. Así, el coro –y el propio concierto- sirve como metáfora de la vida misma al subrayar la idea de que la individualidad, por muy desvalida y limitada que se presente, siempre puede contribuir al éxito de una empresa colectiva. El íntimo convencimiento de que “nadie quiere estar solo, aunque sea solista” conduce a la necesidad –entendida como destino insoslayable- de vernos obligados a tener que incorporarnos a un grupo con una aspiración o un proyecto común.
De esta manera Monteserín nos presenta una novela coral –concepto redundante con la trama de la obra- compuesta con las voces solistas de los personajes y articulada en torno a una estructura en cierto modo teatral, empezando por un inicial “Dramatis personae”, continuando con los numerosos diálogos y actos dramáticos o cómicos que aparecen en el texto y terminando con el propio espacio escénico en el que al final se representa la función. Como apuntamos anteriormente, original propuesta que, sin embargo, mantiene algunas señas de identidad propias del autor, como son el empleo del humor, la ironía, los juegos de palabras, los guiños metaliterarios, etc. Recursos que, junto a ciertas incursiones didácticas, contribuyen a que no sea estéril el loable empeño del autor por “contar la música”.



(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 8 de julio de 2017)





sábado, 1 de julio de 2017

Asesinato en la antigua Roma


Titus Flaminius. La fuente de las vestales
Jean-François Nahmias
Edelvives, 2016


Muchas de las llamadas novelas históricas tienden a escorarse hacia uno de los dos lados que, en rigor de lo que exige el género, deben conformar el relato: la realidad histórica y la trama inventada. Así, unas suelen utilizar la historia como mero trasfondo o soporte para ambientar una trama ajena a ese marco, mientras que otras se sirven de una ficción pasajera para narrar un episodio histórico que nada tiene que ver con las peripecias de los personajes inventados. Se podría decir que las primeras son figuras con paisaje –histórico- y las segundas son paisaje con figuras –noveladas-. Sin embargo, se debe reclamar que se intente mantener ese difícil equilibrio entre la fidelidad a los hechos históricos y la propia cualidad de la ficción, y más aún si se trata de una obra destinada al público juvenil, pues –querámoslo o no- este tipo de obras siempre se guían por una cierta pretensión didáctica muy del agrado de padres y profesores. Es una intención acomodada a lo que se ha venido en llamar “enseñar deleitando”, un principio que postula que la mejor forma de que los jóvenes –a los que en general se entiende reacios a meterse entre pecho y espalda un manual de historia o un ensayo sobre algún acontecimiento o época puntual- aprendan algo de historia, es envolviéndosela en el papel de celofán de una trama novelesca. Nada que objetar a tal pretensión, si por el camino no se van dejando caer los jirones de la indispensable calidad que siempre hay que exigir a toda obra literaria. 
Ilustración de Luis Doyague

La colección de novelas “Titus Flaminius”, del autor francés Jean-François Nahmias (Cannes, 1944), logra este delicado equilibrio en el que la ficción –en este caso una trama de tipo policiaca o detectivesca- se imbrica bien con el tiempo histórico en el que se desarrolla -la Roma del final de la República-. Así, en esta nueva entrega titulada “La fuente de las vestales” el joven abogado patricio Titus Flaminius se encuentra ante el deber personal de descubrir al asesino de su madre. Para ello cuenta con la ayuda de Floro, uno de los cómicos que mejor saben utilizar sus dotes de interpretación y transformismo, además de ser un buen conocedor de los suburbios y los bajos fondos de la ciudad. Las primeras pistas conducen a una perla robada a la amante de Julio César y a una tablilla donde está grabado parte del nombre de la bella vestal Licinia. A partir de ahí se suceden más asesinatos, aventuras, momentos donde peligran la vida de los protagonistas, escaramuzas amorosas, traiciones, en definitiva lances de la trama propios de una novela de género que, al tiempo que entretiene, introduce con acierto al joven lector en el ambiente de la Roma de la mitad del siglo I antes de Cristo. De esta manera, el lector tiene la oportunidad de sumergirse en el paisaje urbano y en la característica arquitectura de la casa romana, de encontrarse entre sus calles con las diferentes clases sociales que habitan la ciudad, de asistir a las ceremonias o fiestas que se dan en el tiempo de los idus o las calendas, de aprender sobre las representaciones y atributos de las divinidades romanas y, más específicamente en esta entrega de la serie, sobre la peculiar existencia de las vestales, sacerdotisas que deben mantener siempre viva la llama del fuego sagrado. A esta labor didáctica también contribuye el apéndice que al final del libro explica algunas de las referencias históricas que han ido apareciendo en la novela.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 1 de julio de 2017)