Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 15 de agosto de 2015

La rara belleza de Nefertiti


El sueño de Berlín
Ana Alonso – Javier Pelegrín
Editorial Anaya. Madrid, 2015


         Dentro de la literatura infantil y juvenil hay un tipo de libros que, aunque no se indique expresamente en la solapa de promoción, son de autoayuda. No se presentan de forma explícita -como si se tratara de un manual al uso- las decisiones que debe tomar o los recursos que debe emplear el lector para librarse del mal que le aqueja, sino que es a través de los mecanismos de la ficción -entendida también como metáfora de la realidad- como el lector presuntamente dañado accede al remedio más efectivo. Se parte del problema que sufre un personaje, de una patología o de alguna característica personal -física o psíquica- que lo aparte de la norma establecida por la sociedad, para seguidamente plantear una solución. Estas historias suelen desarrollarse dentro de un esquema general marcado por el protagonista que padece el problema, los padres, maestros o compañeros que agravan el sufrimiento (lo que se llama en psicología “la segunda herida”, aquella que más duele, pues se añade a la propia que causa el padecimiento) y otro personaje que entra en escena para ayudar a remediarlo.
          En “El sueño de Berlín” (XII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil), de Ana Alonso y Javier Pelegrín, se sigue este modelo para afrontar el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). En primera persona se presenta Ana, una adolescente que “necesita repetir algunos comportamientos para evitar una crisis de ansiedad”, de modo que, entre otras cosas, se ve obligada a subrayar determinadas palabras, escribirlas varias veces seguidas o a lavarse las manos una y otra vez. Su imposibilidad para vencer estas manías la llevan a concebirse a sí misma como una enferma, con la consiguiente desvalorización personal y la dolorosa conciencia de sentirse prácticamente incapacitada para llevar una vida normal y poder realizar tareas tan comunes al resto de la gente como exponer en clase o visitar otro país. Con todo, lo peor son los problemas que tiene para relacionarse normalmente con sus compañeros, quienes se muestran desconcertados ante las conductas repetitivas de Ana. Por eso parece extraño que se acerque a ella Bruno, un nuevo compañero del instituto al que no sólo no parecen importarle las rarezas de Ana, sino que, poco a poco, se va a convertir en el amigo que necesitaba para ir normalizando su situación. Para ello, deberá rebajar las resistencias de la madre de Ana, demasiado protectora por el temor de lo que le pueda pasar a su hija, y sobre todo convencer a su amiga de que el mejor camino para vencer las dificultades es, en lugar de esquivarlas o dejarlas en manos del azar como ha hecho hasta ahora, tener el valor de afrontarlas. Así es como planea el viaje de toda la clase a Berlín con el fin de que Ana pueda ver en su museo arqueológico el busto de Nefertiti, figura por la que siente una curiosa atracción, tal vez porque se identifica con la belleza de su rostro, levemente desfigurado por la rara imperfección de un ojo despintado. Es su visión la que, ejerciendo la labor terapéutica de las metáforas, le servirá a Ana para verse reflejada y, de esta forma, atreverse a aceptarse tal como es.
          Alternando capítulos en los que escriben Ana o Bruno, esta entretenida novela traza bien la dificultad de entender un problema -el TOC o cualquier otro- desde fuera de quien lo sufre, así como destaca la comprensión y el apoyo de los demás como elementos necesarios para ayudar a superarlo.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 15 de agosto de 2015)