Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 9 de julio de 2011

Juan Farias o la aventura de escribir


 
Juan Farias


 

            Hace apenas un mes fallecía Juan Farias Díaz-Noriega, un escritor que traemos a este rincón de “Páginas para pequeños” por su relevancia en la Literatura Infantil y Juvenil española del último medio siglo. Nacido en 1935 en Serantes (La Coruña), de madre gallega y padre asturiano, su vida, como la de tantos otros, se vio marcada por las dramáticas consecuencias de la contienda civil y la posguerra. La profesión de su padre (ingeniero militar) obligó a la familia a un peregrinaje por diferentes ciudades, lo cual parece dejar una huella para determinar su futura afición por los viajes. De hecho, ya a los 15 años decide embarcarse de grumete en un velero que se dedicaba a la pesca del bacalao por la costa irlandesa. Así empieza su carrera como marinero, que, en diferentes singladuras, le llevará a dar tres veces la vuelta al mundo en el mítico “Juan Sebastián Elcano”.

            De esta experiencia marinera sacará la materia para su posterior carrera como escritor, pues gran parte de su obra huele a mar y salitre, a recuerdos de aventuras ocurridas a bordo de un barco o a la orilla siempre misteriosa del mar. En este sentido, seguramente no será casual que su primera novela (“Después amanece”) la escriba en Canarias –rodeado de agua- y que reciba en 1960 el Premio de Narrativa de la Universidad de La Laguna. Será el primer galardón de una larga serie de reconocimientos en su dilatada trayectoria como escritor. Entre estos premios cabe destacar  el Premio Ciudad de Oviedo en 1964 por “Los niños numerados”, Finalista del Premio Nadal en 1966 por “Los buscadores de agua”, Premio Nacional de Televisión en 1972 como guionista de la serie “Crónicas de un pueblo”, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1980 por “Algunos niños, tres perros y más cosas” y Primer Premio Iberoamericano de LIJ en 2005 al conjunto de su obra.

            Su estilo se caracteriza por un realismo próximo al costumbrismo (“suelo escribir sobre la gran aventura: lo cotidiano”), con personajes populares (“son historias que ocurren en un mundo habitado por gente común”), trazado por medio de una prosa concisa y natural, pero provista de una sugerente originalidad, de una suerte de poesía que a menudo se adentra en los territorios de la imaginación y la fantasía. El tema que subyace en la mayoría de sus obras es el amor (“querer, amar, es mi cuento preferido”), introducido en una trama que tiende a la transgresión, a la insobornable intención de contravenir las normas más convencionales.  
 

            De los libros dedicados por Juan Farias a la LIJ, destacamos a partir de 6 años: “Las cosas de Pablo” (SM, 1993), “Cuando Arturo se escapó de casa” (Edelvives, 1993); a partir de 9 años: “Algunos niños, tres perros y más cosas (nueve cuentos)” (Oxford, 2006), “Un cesto lleno de palabras” (Anaya, 2000), “Por donde pasan las ballenas” (Espasa, 1997), “El grumete” (Espasa, 1992), “Un tiesto lleno de lápices” (Oxford, 2004); a partir de 12 años: “A la sombra del maestro” (Alfaguara, 1995), “Los corredoiras” (Gaviota, 2003), “Crónica de la Media Tarde” (Trilogía compuesta por “Años difíciles”, “El barco de los peregrinos”, “El guardián del silencio”, Ed. Gaviota 1996), “Ronda de suspiros” (Gaviota, 2003), “El último lobo” (Everest, 2003), “Por tierras de pan llevar” (Gaviota, 1999); a partir de 14 años: “Ismael, que fue marinero” (Everest, 2000), “Los niños numerados” (Lóguez, 1996), “El paso de los días” (Alfaguara, 2000), “Los pequeños nazis del 43” (Lóguez, 1987). La mayoría de ellos cuentan con estupendas ilustraciones, como “El árbol, el árbol y el camino” (SM, 1994), que obtuvo el Premio Internacional de álbum ilustrado por las colaboraciones de Juan Ramón Alonso.

            En su “Autorretrato”, incluido en su libro “Los buscadores de agua” (Caralt, 1966), Luis Farias decía: “Sé lo que quiero. Lo conseguiré si no estiro la pata antes de tiempo”. Me permito afirmar que seguramente consiguió lo que quería, a pesar de haber fallecido, para todos los amantes de la LIJ, antes de tiempo.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 9 de julio de 2011)
 

sábado, 2 de julio de 2011

En el taller de Purificación Trabanco

Ventanas hacia el interior

Parece que de Peñaflor (Grado), donde nació Purificación Trabanco,
se ha traído la artista un pequeño jardín para situarlo justo
debajo de la ventana de su taller en Oviedo,
con la intención de siempre seguir habitando en el origen,
en aquel rincón de la infancia al que se asoma en cada obra.

Como fiel integrante –y fundadora- de la Asociación Cultural Artística Panta Rei, la actividad artística de Purificación Trabanco fluye continuamente de la pintura a la escultura, de lo figurativo a lo abstracto, de la tradición a la vanguardia, de lo cotidiano a lo extraño, en definitiva de la necesidad de abarcar en cada obra la unicidad que concrete –y amplíe- a los contrarios.
“Empecé en el taller de César Pola haciendo paisajes”, dice Purificación Trabanco, “como algo natural que tenía que ver con el mundo rural en el que había nacido y vivido cuando era niña. Curiosamente, los paisajes siempre tenían un camino, que era como una especie de salida del cuadro o un sitio por donde seguir”. Ahora, desde la ventana del taller donde trabaja todas las tardes, también se ve un camino, aunque tal vez no tan bucólico –o tan misterioso- como los que pintaba en sus primeros cuadros. Es la avenida plagada de coches que van y vienen del Occidente, desde o hacia la carretera de Grado, a la que algunos llaman de Galicia. Pero el tráfico que rueda afuera se amortigua a este lado de la ventana con la música clásica que continuamente sale de la pequeña radio que está sobre la mesa del estudio.
“También casi al mismo tiempo que hacía los paisajes, comencé a hacer en unos cursos que se impartían en Taller 3 (Escuela Municipal de Artes Plásticas del Ayuntamiento de Oviedo) unas bolas graciosísimas de cerámica con insectos, tal vez porque siempre he sentido una curiosa atracción por los bichos”. Para demostrarlo enseña un cuaderno donde ha ido dibujando insectos, como si se tratara del cuaderno de campo de un entomólogo. “Pero fue en el Taller Experimental de Humberto donde aprendí nuevas técnicas artísticas y a manejar diferentes materiales que me permitieron realizar una serie de obras más atrevidas, pero a la vez, creo, sin dejar de ser cercanas a un mundo que me ha sido propio desde siempre. Por ejemplo, a mí me gustaba hacer cacharros de cerámica: vasijas, cuencos, tazas…, es decir, utensilios cotidianos hechos de barro, de forma artesanal a partir de gres blanco. Pero en un momento dado, voy introduciendo esos cacharros en grandes piezas construidas con madera y cristal. De ahí surge la idea de la colección que llamé “Acumulaciones contenidas”, donde voy añadiendo diversos materiales, como madera, cerámica, cristal, cera y pintura”. De esta forma, Purificación Trabanco hace confluir una estética más tradicional basada en una suerte de representación hiperrealista de los objetos más comunes de su entorno con una vocación más decididamente experimental. A la vez es como si la artista sintiera la necesidad de crear piezas que no agoten sus posibilidades en la utilización de un solo elemento y se dejara llevar por una inclinación a trabajar con todos los materiales que la propia obra le sugiera. Pero, como bien dice el nombre dado a esta colección, las acumulaciones no se amontonan de una manera confusa y desordenada, sino que lo que más las define es precisamente la contención, es decir, el ajuste preciso de todos los elementos al sentido evocador –o provocador- que la artista insufla en cada pieza.
En una de las estanterías del taller, pequeñas figuras humanas de cerámica reposan en diferentes posiciones: sentadas sobre una balda con los pies colgando hacia el vacío, tumbadas de costado o de espaldas, curvadas en posturas de descanso imposible. Las figuras no parecen estáticas, sino que en su aparente inmovilidad dan la sensación de verse abocadas a buscar continuamente el equilibrio al que les obliga su misma condición inestable. “Ese equilibrio también está en las propias figuras cuando las he metido en las cajas con las que he realizado algunas esculturas –dice Purificación Trabanco-. En esas piezas los hombrecillos parece que danzan, que se mueven buscando una armonía, un equilibrio que tal vez no tienen por sí solos”. También sugiere la idea de la fragilidad de las formas, de cómo al juntarse las pequeñas figuras humanas dentro de la caja de la escultura se mezclan hasta casi confundirse, hasta difuminarse los límites de los cuerpos en una amalgama de posturas a la vez opuestas y complementarias. ¿Con estas piezas pretende la artista plasmar la idea de que sólo en la aglomeración de las formas –por si solas ensimismadas en su inestable posición-, en el contacto e incluso en la unión de los cuerpos, podemos abandonar la fragilidad que nos define como humanos? ¿O tal vez esa propia necesidad de tener que lograr el equilibrio a través de la fusión de los contrarios es la que más nos aterra –a todos los hombrecillos atrapados en el interior de las cajas- al hacerse más visible aún la absoluta derrota de su soledad?
Entre los objetos que se encuentran por la mesa o en las estanterías, Purificación Trabanco enseña unos “Libros de artista”, donde aparecen también unos hombrecillos en diferentes posiciones, como si quisieran alcanzar o seguir algo que se hallara tras una ventana abierta en el papel. “En casi toda mi obra, ya sea pintura, escultura o en estos cuadernillos que hago, pongo alguna ventana. Es como los caminos que siempre hacía en mis primeros cuadros de paisajes”. En estos libros, las ventanas abiertas son pequeños cuadrados a los que parecen intentar asomarse las figuras humanas que andan por allí. En las esculturas, la ventana es la propia pieza, la caja con cristal a la que se asoma el espectador de la obra para ver las cerámicas que la habitan: hombrecillos, utensilios, cacharros que se han deformado o roto forzados por la acumulación a la que obliga el límite del espacio. En los cuadros, las ventanas rompen la geometría trazada con diferentes colores, tonos y matices para componer, a través de un elaborado juego de luz y sombras, una múltiple perspectiva de líneas y formas que pugnan por salir de los límites de la propia pintura.
“También se puede decir que tenía ventanas la pieza que me premiaron en Luarca. Se llamaba “Lectura de color” y se trataba de una especie de silla con respaldo alto, hecha con madera y plomo. Estaba pintada con colores que formaban unos cuadrados que sí, que bien pudieran semejarse a ventanas”. Con esta obra Purificación Trabanco ganó el Primer Premio de Escultura XXX Certamen Nacional de Arte de Luarca en 1999. Es curioso pensar en poder sentarse en una silla con un respaldo que nos sugiera una ventana, un espacio por el que, si nos giramos, podamos asomarnos a lo que hay al otro lado, quizá a la propia vida que nos va dejando por la espalda. Además de en el Ayuntamiento de Luarca, algunas obras suyas están en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo, en el Hospital Comarcal de Jarrio (Navia) y en colecciones particulares. Ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas en diversas salas, galerías y centros de cultura, de las que, aparte de las realizadas en Asturias, cabe destacar las llevadas a cabo en Santander, Cáceres, Madrid, Gante (Bélgica) y Essen (Alemania).
Enseña Purificación Trabanco un cuadro enorme en el que aparece pintada una pila de utensilios blancos colocados en un difícil equilibrio. Es como la pintura de una obra escultórica a punto de venirse abajo, una montaña de cacharros que amenaza en su inevitable e inminente caída con un estruendo que apague para siempre la serenidad que se respira en el taller. “Últimamente siento que me interesa continuar más con la escultura, pero sin dejar totalmente de lado la pintura. De hecho, he empezado a experimentar con manchas de tinta, óleo y acuarela, siempre con un insecto colocado por ahí, como revoloteando”, dice la artista, mientras enseña un cuadro que al visitante le recuerda las manchas del test de Rorschach, con su capacidad de despertar en el observador sueños, deseos o temores, pero también la de sugerir la visión de nuevos mundos, que a menudo no son más que un reflejo de aquellos primeros paisajes a los que nos asomábamos –siempre a través de la ventana- en la infancia. Las ventanas de ahora son los caminos de los primeros paisajes. O los caminos de entonces son las ventanas de ahora, la misma ventana por la que se ve la carretera que lleva a Galicia, es decir, por la que sigue la artista en su viaje interminable a Peñaflor.
 (Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 2 de julio de 2011)