Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 5 de mayo de 2018

Versos del desierto



Silbo del dromedario que nunca muere
Gonzalo Moure
Lóguez Ediciones. Salamanca, 2017



“Cuando era un niño, Kinti encontró bajo una acacia los huesos de un camello grande, un cayado muy usado y un zurrón de cuero casi cubierto por la arena”. Así comienza este precioso álbum ilustrado en el que Gonzalo Moure parece haber destilado todo su conocimiento, su gratitud y su amor por ese territorio tan olvidado –sobre todo por la hipocresía y desidia de los Estados- que es el Sahara. Ese es el tono lírico, de acariciadora y arrebatada belleza, que se desliza en un texto escrito para ser dicho, declamado en voz alta y clara o cantado como si fuera el eco del “silbo del dromedario que nunca muere”. Contar con el susurro del desierto la historia de un niño que pastoreando sus cabras encuentra un zurrón con dos libros y una honda de cuero. El Corán y un libro de poesía escrita en una desconocida lengua. Dos libros que el abuelo lee al niño con una música distinta, el Corán que parece hablar del cielo y los incomprensibles versos que suenan “como las piedras del camino, como el rumor de los pasos del camello”. Palabras que el abuelo reconoce en su viejo español aprendido en “los tiempos antiguos”, versos que hablan de colores, de azahares y de trinos de grana. Una lengua que el niño va aprendiendo a escribir letra a letra hasta convertir la palabra pan en el olor de la masa y el fuego, en “la harina y las manos de su madre”. Hasta saber el nombre del poeta español –el de las tres heridas- y convertir esa lengua lejana en la suya misma, en la nueva lengua con la que escribirá sus primeros poemas en un cuaderno de páginas blancas. Ligar las palabras nuevas con el nombre de las cosas de siempre, los verbos y adverbios aprendidos con el día y la noche del desierto. 
Ilustración de Juan Hernaz

Gonzalo Moure se sirve de su genio poético para mostrar una vez más su compromiso con el Sahara, su idilio con la dura y hermosa geografía y con el pausado lamento de su gente. Y lo hace a través de una emocionante historia que muestra el pasado compartido con España, un vínculo en el que el idioma común se convierte también en el nexo que emparenta a todos los poetas cabreros o cabreros poetas que en el mundo han sido. Un relato circular que no se sirve de las ilustraciones para meramente acompañar al texto, sino que son las propias imágenes las que podrían plasmar por sí solas, con su mágica explosión de colores y formas, una cualidad narrativa desprovista de palabras. Pero este álbum ilustrado sólo puede alcanzar su auténtico sentido, la maravilla de su verdadera condición artística, en la acertada armonización de las magníficas ilustraciones de Juan Hernaz, el poético texto de Gonzalo Moure y la cuidada edición de Lóguez.
Igual que el abuelo de Kinti va desentrañando ante el niño las palabras del libro encontrado en el zurrón de cuero, la hermosa música que suena en ese idioma distinto, el lector adulto de esta dulce y triste historia no podrá sustraerse al hechizo de tener que recitar a un niño estos versos que, con la luz y la sombra del desierto, nos traen resonancias de los relatos de las mil y una noches.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 5 de mayo de 2018)