agua de palabras
Espacio líquido de creación y crítica literaria
martes, 9 de febrero de 2021
viernes, 5 de febrero de 2021
domingo, 20 de diciembre de 2020
Reseña de Antonio Gutiérrez Turrión en la Revista Estudios Bejaranos. Nº XXIV - Diciembre, 2020
LA
URDIMBRE Y LA TRAMA
YO
SÉ QUIÉN SOY
Marcelo
Matas de Álvaro
ISBN:
978-84-18366-66-6
Editorial Adarve.
Madrid 2020
El ser individual es la realidad primaria:
Nada hay más universal que lo individual,
pues, lo que es de cada uno lo es de todos.
Miguel de Unamuno
(Del sentimiento
trágico de la vida)
Haciendo buenas las ideas del pensador
vasco y salmantino, Marcelo Matas de Álvaro nos presenta en este libro el
desarrollo de una supuesta realidad individual, que, en el camino de la
lectura, el lector puede hacer suya, si no en los detalles, sí en el fondo
brumoso de ese estadio edénico que representa siempre la niñez. Son momentos y
experiencias que cuajarán y harán poso para toda la vida y en todo ser humano.
Por eso se alzan de lo personal a lo universal y, en ese anhelo de permanencia,
alcanzan su más alto valor.
El libro, primero de una trilogía que se
anuncia, revive los años de niñez de Andrés desde una perspectiva triple, la de
él mismo, la del padre y la de la madre. En cada caso selecciona aquellas
experiencias más señaladas y que han dejado una huella más duradera en el niño
al paso de los años. El autor se ha embarcado en una aventura complicada, pues
los libros que exploran de manera más o menos autobiográfica estas etapas
primeras de la vida lo suelen hacer desde la mirada del niño, que va
descubriendo embelesado la multiplicidad de la vida. En este caso, la
perspectiva -ya se ha dicho- es triple. Esto implica varias consecuencias tanto
formales como de contenido, Así, el libro se halla dividido formalmente en
capítulos en los que se van sumando los relatos de cada uno de los tres
protagonistas; y, a la vez, en cada uno de ellos, el relato cambia de persona
gramatical. De este modo, se va configurando una trama vital en la que el niño
es actor pasivo o activo de todo, pero la urdimbre se teje desde la aportación
de todos los demás elementos, tanto personales como naturales. Al fin, la vida
es la suma de muchos factores, por más que unos influyan más que otros en la
consolidación del trayecto vital individual.
No es posible imaginar un hecho sin los a
prioris del espacio y del tiempo; en ellos nos desgastamos y, acaso, nosotros
mismos somos esos a prioris, pues no somos otra cosa que espacio y tiempo. El
autor apenas ha disimulado formalmente los mojones en el mapa para su acción;
son los de su propia biografía: Béjar, Candelario, Valdesangil, los campos,
sierras y ríos que los rodean (Belgrey-Béjar, el río Cuerpo, San Juan, la
Cuesta de los Perros, la calle Nogalera, Campo Pardo, la calle Libertad, el
Puente Viejo, la Puerta de la Villa, Aleros-Candelario; el Cristo del Refugio,
el Humilladero, Valde-Valdesamgil…). Estas concreciones geográficas (hasta de
toponimia muy menor) le dan al texto un tinte autobiográfico que importa menos
para el lector de otras latitudes, pero que, a la vez, dan proximidad y
verosimilitud a los recuerdos, y los cargan de cierta ternura. Su sustitución
por otros similares es tarea sencilla y puede hacerla el lector pensando en su
niñez.
El tiempo que acoge la narración se sitúa
en los años que rondan la mitad del siglo veinte, variando según las
referencias nos lleven al padre, a la madre o al niño.
Con los marcos del espacio y del tiempo,
los hechos que se rescatan del recuerdo quedan condicionados tanto por los niveles
de vida personal como de los colectivos y sociales. Por eso la presencia de la
escuela y sus vicisitudes, de la iglesia y sus experiencias, de los amigos, de
las actividades familiares, de las costumbres sociales, de la escala de
valores… De todos aquellos elementos que van tejiendo una trama que explica
tanto la sociedad como la familia y el propio niño, que se alza a la vida. El
lector se sentirá más o menos identificado como individuo, según su
circunstancia temporal y espacial; pero también se le invita a reflexionar
acerca del panorama social de los años en los que se desarrollan los hechos.
Por eso, este libro puede ser leído como una evocación emocional de la niñez y
también como una representación panorámica de un período histórico real y no muy
lejano.
A la memoria no llegan los hechos con la misma realidad que la de su naturaleza. Los invocamos y vienen a nosotros caprichosos, disfrazados y tejiendo una nueva verdad. El creador lo sabe, y es consciente de que está recreando en sus textos una realidad nueva. Porque tiene cierta libertad para desechar, para seleccionar, para aumentar, para disminuir… para re-crear. Ya se ha dicho que, en esta obra, el autor ha focalizado su atención y ha seleccionado hechos. En ellos se ha detenido y en ellos ha escudriñado hasta extraerles todo el jugo vital, literario y emocional.
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Torre de la iglesia de San Juan |
Esta selección y descarte de hechos tiene
sus ventajas e inconvenientes, sobre todo a la hora de encarar el estilo y la
manera de darle forma. Nada puede sustituir la experiencia del lector y su
diálogo, página a página, con el autor. Tampoco pretendo sustituir esta
experiencia, y mucho menos en una reseña. Sí me atrevo a señalar alguna nota de
advertencia acerca de las formas literarias, del estilo. Por si puede favorecer
el acto insustituible de la personal lectura.
Por ello, señalaré -en forma indiciaria y
sin ningún análisis (no lo permite el formato), solo alguno de los rasgos de
estilo con los que el lector se va a topar en cuanto abra el libro. Hagámoslo
por niveles.
Presencia de dos adjetivos antepuestos al
sustantivo en el marco del sintagma nominal: “una vaga, improbable imagen”
(94); “continuo, intrincado hilo de rumores” (94); la fugaz, morosa sucesión de
los presentes (94). Como a lo largo de las páginas el lector se va a encontrar
con centenares de casos semejantes, se puede deducir que se trata de una
tendencia y, por tanto, de un rasgo de estilo.
Bimembraciones y trimembraciones, Tanto de
estructuras sintagmáticas como de proposiciones completas. La misma página
puede servirnos de ejemplo y a ella remito.
El alargamiento de las frases, con todo lo
que comporta de subordinación de elementos y de recreación en los detalles. Es,
sin duda, el principal rasgo del estilo en este libro. Hay oraciones que ocupan
media página y, a veces, incluso más. Las consecuencias que de ello se derivan
son múltiples y afectan a todos los niveles de la creación. Con tal extensión
física, el autor se ve obligado a acumular coordinaciones, subordinaciones,
elementos de tercer y cuarto orden, hasta llegar casi exhausto fónica,
sintagmática y significativamente al final. Todo ello dificulta, sin duda, la
lectura; pero obliga al lector a una implicación y a una concentración mayores,
algo que, si se acepta como reto, supone una riqueza mucho mayor. Se trata,
pues, de un arma de doble filo, y es el lector, una vez más, el que tiene que
decidir.
Por último, indicaré, como rasgo de
estilo, la precisión léxica que se observa a lo largo de las páginas. La
evocación casi lírica y la aproximación muchas veces al formato de diálogo
interior ayudan a esta selección, pero solo se consigue si se posee un fondo
amplio del léxico con el que el autor tiene que trabajar. Especialmente
llamativo es el registro lírico que se alcanza en los capítulos de perspectiva
de la madre.
Por los rasgos indicados (y por muchos más
que se podrían señalar), la obra supone un ejercicio de estilo sobresaliente y
conseguido como no es fácil hallar en obras de esta clase. Al cabo, el oficio
del creador tiene que ver con moldear la materia prima, la palabra; y esto es
lo que fundamentalmente se ha hecho en este trabajo con muy notable resultado.
Aventurarse en la recuperación emocional y
literaria de la niñez, esa etapa vital en la que el futuro lo es todo y casi
nada o nada pesa en las espaldas, supone un ejercicio en el que se implican
muchas energías de todo tipo. El resultado es diverso según los casos. Yo creo
que el de esta obra es muy notable, atractivo y confortante. Para el autor y
para el lector. Porque los tiempos y los lugares son fácilmente intercambiables
y todos nos podemos reconocer en muchos de los elementos que en estas páginas
se reviven.
La última tarea es la del lector
individual, cara a cara con el texto y con sus vivencias y recuerdos. El libro
no está completo sin el lector. El autor ya nos ha ofrecido un trabajo pulido
con los cuidados y con las herramientas de la creación notablemente manejados,
para facilitarnos el camino. Estas líneas aspiran a darnos alguna pista y
ayuda. Ahora, a andarlo con la soledad a cuestas. Y con el gozo también.
Esperamos ya impacientes las entregas de las dos siguientes obras prometidas, que han de formar una trilogía en la que descanse una visión más panorámica de esos elementos que van formando la urdimbre y la trama, tanto de la vida individual como de la colectiva.
ANTONIO GUTIÉRREZ
TURRIÓN
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Portada de la Revista. Acuarela de Antonio Zavallos |
(Reseña publicada en la Revista Estudios Bejaranos. Nº XXIV - Diciembre, 2020)
lunes, 7 de diciembre de 2020
Alta literatura. Reseña de David Fueyo
Esta es la reseña que el poeta y crítico literario David Fueyo ha publicado en la revista digital Literarias sobre mi novela Yo sé quién soy, primer título de la trilogía La urdimbre y la trama (6 de diciembre de 2020)
viernes, 6 de noviembre de 2020
Por el camino de la oralidad. Reseña de Fulgencio Argüelles
Esta es la reseña que el escritor y crítico literario Fulgencio Argüelles ha publicado en el suplemento Culturas de El Comercio sobre mi novela Yo sé quién soy, primer título de la trilogía La urdimbre y la trama (6 de noviembre de 2020)
viernes, 30 de octubre de 2020
Teatro. Henrik Ibsen
Henrik Ibsen
Teatro (1877-1890)
Nórdica Libros. Madrid, 2019
Para el crítico
norteamericano Harold Bloom, Henrik Ibsen (1828-1906) es comparable con
Shakespeare en que “poseyó el misterioso don del verdadero dramaturgo, [aquel] que
es capaz de prodigar a un personaje más vida de la que él mismo posee”. Seguramente
en esta apreciación del famoso crítico se encuentra una de las claves que
definen la obra del autor noruego, pues el entramado dramático, en ocasiones
trazado con sutilezas, silencios y sobreentendidos que solicitan la complicidad
de un lector –y espectador- inteligente, sólo se sostiene de manera magistral
por unos personajes que, a través de sus voces y de puntuales descripciones
físicas, reclaman para sí una presencia más vital que la que a menudo muestran los
figurantes de una obra de ficción. Así, esa suerte de condición existencial de
los personajes es la que posibilita la variedad de lecturas que suscitan los
textos, pues como acertadamente apunta en la introducción Cristina
Gómez-Baggethum –autora también de la impecable traducción-, la obra de Ibsen
ha originado tal pluralidad de interpretaciones que en ocasiones ha servido
para fines totalmente opuestos. Como muestra baste decir que la obra “Un enemigo
del pueblo” fue celebrada por grupos socialistas y anarquistas, mientras que,
unos años después, fue utilizada por los nazis como propaganda.
El volumen que nos
presenta la editorial Nórdica recopila las ocho piezas dramáticas más
relevantes de Ibsen, con el propósito de continuar publicando las cuatro
restantes que constituyen sus obras en prosa. Ordenadas cronológicamente desde
1877 a 1890, se inicia con “Los pilares de la sociedad”, donde los considerados
próceres para el progreso de la comunidad no dudan en traicionar a sus más
allegados para lograr la consecución de sus fines, de manera que al final esos
pilares se revelan incompatibles con la verdad y la libertad; en “Casa de
muñecas” se representa a través de Nora –personaje que a partir del estreno de
la obra se convirtió en un símbolo para el feminismo- a la mujer que se
emancipa de la misión que para ella tiene destinada la sociedad; “Espectros”
refleja la falsa moral de una comunidad que, ante una misma conducta, no duda
en condenar a la mujer y salvar al hombre con el propósito de defender la ley y
el orden; en la magistral “Un enemigo del pueblo” se abordan los riesgos de una
individualidad que, llevada al extremo, conduce inevitablemente a la ruina, el
ostracismo o la locura; “El pato silvestre” plantea la cuestión de si se debe
sacar a la luz la verdad o es necesario mantenerla siempre oculta para no hacer
tambalear la propia vida construida sobre esa mentira; en “La casa Rosmer” la
felicidad se sostiene en saberse libre de culpa y, ante esa imposibilidad, aceptar
que sólo en la muerte puede encontrarse el necesario sosiego; en “La Dama del
Mar” la verdadera libertad nace cuando uno es capaz de mantener la propia
voluntad de poder elegir por sí mismo; en “Hedda Gabler” asistimos a una batalla
intelectual que, en el ánimo por conseguir una privilegiada posición, conduce
al límite de la autodestrucción.
Esta primorosa edición
que se publica ahora para el lector hispanohablante, tiene el mérito de ser la
primera vez que se traduce directamente desde los textos originales noruegos,
con el aval además de contar con el beneplácito del Centro de Estudios
Ibsenianos de la Universidad de Oslo. Por ello, es una inmejorable oportunidad
para que algunos lectores, a menudo demasiado habituados a acercarse sólo a
libros de poesía o narrativa, sientan el placer estético e intelectual de leer
estas obras dramáticas, así como para las compañías de teatro que se planteen
representar en español al gran Henrik Ibsen.
(Publicada en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 30 de octubre de 2020)
domingo, 27 de septiembre de 2020
La prima Vera
La prima Vera
Marcelo Matas de Álvaro
Cada
21 de marzo, puntual como un dolor de muelas, mi tío Juan me hacía la misma
broma. Me decía, con ese aire de superioridad que suele poner la gente que ya
sabe de antemano su victoria, Sabes, hoy he visto a la prima. A lo que yo preguntaba
con la inocencia que entonces tenía grabada en la frente, ¿Qué prima? Pues, la
prima, respondía él ufano. ¿Qué prima?, repetía yo sin caer en la cuenta de la
fecha que era ni en la burla con que todos los años me importunaba mi tío Juan.
La prima Vera, ¿entiendes?, la prima Vera, se reía él mientras me propinaba un simpático,
hiriente pellizco en la mejilla.
Mi
tío Juan era el hermano menor de mi madre y yo, a mis cuatro o cinco abriles, era
el muñeco con el que él se entretenía en sus últimos años de adolescencia. Cuando
venía a casa, sobre todo si acudía él solo y no acompañado de mis abuelos,
siempre se las apañaba para jugar conmigo a solas a mi habitación. Mi madre le
agradecía que me entretuviera aquellas tardes en las que ella aún debía
continuar con las tareas de la casa y mi padre todavía no había vuelto de
trabajar. Tenía tan buena mano con los niños, decían, y le gustaba tanto estar
conmigo, que mis padres estaban encantados cuando se ofrecía para quedarse a
dormir en mi habitación los sábados en los que ellos salían al cine o al
baile.
Hace
unos años mi tío Juan se casó y tuvo una hija. He descubierto que yo también
tengo buena mano con los niños, o mejor dicho, con las niñas. Ahora, ya al
final de mi adolescencia, estoy esperando que mis tíos se vayan un sábado al
cine o al baile para quedarme a solas con mi prima Vera.
(Publicado en el volumen conjunto Primavera Eterna. Editorial Setentayocho. Oviedo, 2020)
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Portada de Primavera Eterna |