Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 28 de septiembre de 2013

El horror de la inofensiva apariencia


JUEGOS INOCENTES JUEGOS
Ricardo Gómez
Edelvives. Zaragoza, 2013



            En el mundo real se llama Sebastian, sin tilde en la “a”, pero en el mundo virtual se le conoce como El Asesino, un nombre inconfesable. Su vida parece transcurrir como la de tantos jóvenes de su edad: acude al instituto más por rutina que por verdadero interés, se relaciona con una pandilla de amigos y amigas que andan más o menos emparejados y está interesado por una chica que no le hace mucho caso. Su familia se rompió desde que se separaron sus padres y ahora vive solo con su madre y con el recuerdo de su hermana muerta. Un recuerdo que parece habitar entre ellos más como un secreto, un vacío aumentado por el silencio de su nombre que apenas nadie se ha atrevido a pronunciar desde que murió de una enfermedad incurable. De esa doble circunstancia -la ruptura entre sus padres y la tragedia de su hermana mayor- puede haber concebido la gente la idea de que se haya convertido en un bicho raro, en un ser que ha estado al borde de la extinción y ahora es una especie protegida en el ecosistema del instituto.
Pero lo que realmente hace que Sebastian sea un personaje curioso es su desmedida afición por los videojuegos, una pasión que ha pasado de ser un entretenimiento a convertirse en una forma de ganarse un dinero. Sus excepcionales aptitudes con los juegos de ordenador -tan denostados por quienes sólo ven en ellos un peligro, como su madre o su amiga Patricia- han conseguido que la misteriosa empresa que le paga por prestarse a probar maquinitas de mata-mata, le ascienda de rango y le permita de esta forma jugar con simuladores de drones, esos aviones sin piloto que se han inventado para matar a distancia, manejados desde el cómodo despacho de un militar o un político. Sebastian está entusiasmado con el reto que supone no sólo tener que demostrar sus habilidades para despegar, aterrizar y maniobrar con los drones en circunstancias extremas, sino más aún con el desafío que representan las acciones bélicas en el mismo escenario de combate. La emoción que siente no le permite pensar que él mismo puede estar convirtiéndose en un monstruo que juega a matar en una sola partida a más de dos mil enemigos, pues él tiene claro que es peor la realidad, la sangre y los muertos de verdad que suelen aparecer en el telediario. Pero precisamente son esas noticias de la realidad –que se intercalan en la novela con la narración que va haciendo Sebastian de su propia vida- las que van avisando al lector del abismo que se oculta tras la inofensiva apariencia de los juegos virtuales.
 Con “Juegos inocentes juegos” (galardonada con el Premio Alandar de la Editorial Edelvives) Ricardo Gómez ha continuado indagando en la supuesta disyuntiva entre la realidad y la ficción, entre lo verdadero y lo falso, que ya había sondeado en su anterior novela “Mujer mirando al mar” (Editorial SM, 2010), también dedicada al público juvenil. Ahora no sólo cumple el autor con la consabida sospecha de que es la realidad la que imita a la ficción, sino más aún que esta dimensión virtual –la simulación de los juegos de ordenador- puede estar determinando, sin sospecharlo siquiera, de una forma trágica el propio devenir de la humanidad. Si en aquella novela Ricardo Gómez reflexionaba “sobre qué huellas reales se construye la ficción”, en ésta nos transmite el escalofrío de saber cómo se puede destruir la vida con solo apretar un botón de un inocente juego.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 28 de septiembre de 2013)

domingo, 8 de septiembre de 2013

¿Qué es la literatura?


            Ante esta pregunta de respuesta imposible, sólo se me ocurre contestar que lean este texto en voz alta, cada día y cada noche de la vida oscura, como si fuera una oración laica por la anhelada, improbable salvación del olvido de Juan Carlos Onetti.

Juan Carlos Onetti
XXX

         “Y está también el pasado brillo misterioso del pelo suelto en la almohada. Hay un codo rugoso bajo el oscilante seno izquierdo y éste queda rodeado, redondo y dormido en el ángulo del brazo. Un hilo de aire que sopla de tu boca o de la mañana roza el vello sombrío junto al sueño del seno, defendiendo la noche de tu cuerpo. Aquí la mañana, los hombres pesados y graves que despiertan sin ganas, quemándose el pecho con el café amargo y humeante. Allí tus sueños, el silencio y la mañana.
        “Ella y yo nos inclinamos atentos sobre tu cabeza quieta por donde pasean pies ligeros y absurdos. Es como la sola vez que te vi dormir. Pero entonces era el amor y ahora es el misterio.
        “Te miramos. A veces una mano se me va a tu mejilla para despertarte, para que parpadees veloz y asombrada, lágrimas y niebla de la noche y me oigas contarte que han pasado tantas cosas en mí, en la vida, y que sin embargo no ha pasado nada. Decirte nada y mirarte y emocionarme con nuestra antigua mirada. Pero el miedo quiebra mi mano y quedamos quietos y curvados mirando tu cara. Ya el sueño escapa de tu sueño lejano y obstinado. Como la luz grisada que vence las cortinas, las extrañas casas y las locas personas que te llenan van desbordando en la habitación.
        “Lentos brotes se hinchan y crecen, enlazan los muebles, frotan los rincones con sus enormes ojos ciegos. Nosotros, la mañana, el aire que fuiste meciendo en la noche, la mano perdida en la sábana, el pezón vinoso y replegado, todos somos tu sueño.
        “Flotamos suaves y veloces, murmurando ansiosos nombres de Dios, largos ruegos obscenos, palabras violentas y unos secretos que estaban rezagados y acabamos de encontrar; somos angustias, bocas redondas de pescados, luna escamosa, arenales, rutas, y el hombre de negros anteojos que asoma desde el piso treinta y saluda con su revólver y el fresco manojo de lilas a la cosa inmunda que trota las calles. Es el misterio de tu tierra dormida, la habitación nunca vista, la vieja sala embrujada con el bronce sucios de los candelabros, el piano desdentado y amarillo, el traje de baile perdido en el diván y la alfombra de extraviados dibujos con su vieja mancha de sangre y el esqueleto de una rosa, aplastado.
        “Pero otra vez cae rota la mano que alzaba hasta tu hombro, tu mejilla, tu labio pesado y mustio. Porque quería contarte que han pasado cosas, tantas cosas en la vida y que, sin embargo, nada, nunca pasa nada.




(Tierra de nadie – Capítulo XXX - Juan Carlos Onetti)