JUEGOS INOCENTES JUEGOS
Ricardo Gómez
Edelvives. Zaragoza, 2013
En el mundo real se llama Sebastian,
sin tilde en la “a”, pero en el mundo virtual se le conoce como El Asesino, un
nombre inconfesable. Su vida parece transcurrir como la de tantos jóvenes de su
edad: acude al instituto más por rutina que por verdadero interés, se relaciona
con una pandilla de amigos y amigas que andan más o menos emparejados y está
interesado por una chica que no le hace mucho caso. Su familia se rompió desde
que se separaron sus padres y ahora vive solo con su madre y con el recuerdo de
su hermana muerta. Un recuerdo que parece habitar entre ellos más como un
secreto, un vacío aumentado por el silencio de su nombre que apenas nadie se ha
atrevido a pronunciar desde que murió de una enfermedad incurable. De esa doble
circunstancia -la ruptura entre sus padres y la tragedia de su hermana mayor-
puede haber concebido la gente la idea de que se haya convertido en un bicho
raro, en un ser que ha estado al borde de la extinción y ahora es una especie
protegida en el ecosistema del instituto.
Pero lo que realmente hace que Sebastian sea un personaje curioso es su
desmedida afición por los videojuegos, una pasión que ha pasado de ser un entretenimiento
a convertirse en una forma de ganarse un dinero. Sus excepcionales aptitudes con
los juegos de ordenador -tan denostados por quienes sólo ven en ellos un
peligro, como su madre o su amiga Patricia- han conseguido que la misteriosa
empresa que le paga por prestarse a probar maquinitas de mata-mata, le ascienda
de rango y le permita de esta forma jugar con simuladores de drones, esos
aviones sin piloto que se han inventado para matar a distancia, manejados desde
el cómodo despacho de un militar o un político. Sebastian está entusiasmado con
el reto que supone no sólo tener que demostrar sus habilidades para despegar, aterrizar
y maniobrar con los drones en circunstancias extremas, sino más aún con el
desafío que representan las acciones bélicas en el mismo escenario de combate. La
emoción que siente no le permite pensar que él mismo puede estar convirtiéndose
en un monstruo que juega a matar en una sola partida a más de dos mil enemigos,
pues él tiene claro que es peor la realidad, la sangre y los muertos de verdad que
suelen aparecer en el telediario. Pero precisamente son esas noticias de la
realidad –que se intercalan en la novela con la narración que va haciendo
Sebastian de su propia vida- las que van avisando al lector del abismo que se
oculta tras la inofensiva apariencia de los juegos virtuales.
Con “Juegos inocentes juegos”
(galardonada con el Premio Alandar de la Editorial Edelvives )
Ricardo Gómez ha continuado indagando en la supuesta disyuntiva entre la
realidad y la ficción, entre lo verdadero y lo falso, que ya había sondeado en
su anterior novela “Mujer mirando al mar” (Editorial SM, 2010), también
dedicada al público juvenil. Ahora no sólo cumple el autor con la consabida
sospecha de que es la realidad la que imita a la ficción, sino más aún que esta
dimensión virtual –la simulación de los juegos de ordenador- puede estar
determinando, sin sospecharlo siquiera, de una forma trágica el propio devenir
de la humanidad. Si en aquella novela Ricardo Gómez reflexionaba “sobre qué
huellas reales se construye la ficción”, en ésta nos transmite el escalofrío de
saber cómo se puede destruir la vida con solo apretar un botón de un inocente
juego.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 28 de septiembre de 2013)
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