Ante esta pregunta de respuesta
imposible, sólo se me ocurre contestar que lean este texto en voz alta, cada
día y cada noche de la vida oscura, como si fuera una oración laica por la
anhelada, improbable salvación del olvido de Juan Carlos Onetti.
Juan Carlos Onetti |
XXX
“Y
está también el pasado brillo misterioso del pelo suelto en la almohada. Hay un
codo rugoso bajo el oscilante seno izquierdo y éste queda rodeado, redondo y
dormido en el ángulo del brazo. Un hilo de aire que sopla de tu boca o de la
mañana roza el vello sombrío junto al sueño del seno, defendiendo la noche de
tu cuerpo. Aquí la mañana, los hombres pesados y graves que despiertan sin
ganas, quemándose el pecho con el café amargo y humeante. Allí tus sueños, el
silencio y la mañana.
“Ella
y yo nos inclinamos atentos sobre tu cabeza quieta por donde pasean pies
ligeros y absurdos. Es como la sola vez que te vi dormir. Pero entonces era el
amor y ahora es el misterio.
“Te
miramos. A veces una mano se me va a tu mejilla para despertarte, para que
parpadees veloz y asombrada, lágrimas y niebla de la noche y me oigas contarte
que han pasado tantas cosas en mí, en la vida, y que sin embargo no ha pasado
nada. Decirte nada y mirarte y emocionarme con nuestra antigua mirada. Pero el
miedo quiebra mi mano y quedamos quietos y curvados mirando tu cara. Ya el
sueño escapa de tu sueño lejano y obstinado. Como la luz grisada que vence las
cortinas, las extrañas casas y las locas personas que te llenan van desbordando
en la habitación.
“Lentos
brotes se hinchan y crecen, enlazan los muebles, frotan los rincones con sus
enormes ojos ciegos. Nosotros, la mañana, el aire que fuiste meciendo en la
noche, la mano perdida en la sábana, el pezón vinoso y replegado, todos somos
tu sueño.
“Flotamos
suaves y veloces, murmurando ansiosos nombres de Dios, largos ruegos obscenos,
palabras violentas y unos secretos que estaban rezagados y acabamos de
encontrar; somos angustias, bocas redondas de pescados, luna escamosa,
arenales, rutas, y el hombre de negros anteojos que asoma desde el piso treinta
y saluda con su revólver y el fresco manojo de lilas a la cosa inmunda que
trota las calles. Es el misterio de tu tierra dormida, la habitación nunca
vista, la vieja sala embrujada con el bronce sucios de los candelabros, el
piano desdentado y amarillo, el traje de baile perdido en el diván y la
alfombra de extraviados dibujos con su vieja mancha de sangre y el esqueleto de
una rosa, aplastado.
“Pero
otra vez cae rota la mano que alzaba hasta tu hombro, tu mejilla, tu labio
pesado y mustio. Porque quería contarte que han pasado cosas, tantas cosas en
la vida y que, sin embargo, nada, nunca pasa nada.
(Tierra de nadie – Capítulo XXX - Juan
Carlos Onetti)
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