Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 16 de marzo de 2013

La realidad de las apariencias


EL AÑO DE LA VENGANZA
Antonia Meroño
Editorial Edelvives. Zaragoza, 2012
204 páginas



            Las narraciones realistas dirigidas a un público infantil o juvenil suelen estar ambientadas en dos contextos bien definidos: el ámbito familiar o el escolar. En esos dos entornos se desarrolla una trama normalmente poblada de padres, madres, hermanos, abuelos, vecinos, amigos, compañeros de colegio o instituto, profesores y animales de compañía. Al tratarse de medios tan cercanos a los jóvenes lectores, estas historias son a menudo de su agrado, pues no sólo les gusta encontrar en ellas unas referencias fácilmente reconocibles, sino que al ver trasladada a la ficción la realidad en la que cada día se desenvuelven, seguramente ellos mismos se complacen de poder percibirse como probables personajes de una historia inventada. Y nada hay más sugerente que poderse identificar con un protagonista imaginario, sobre todo aquel que se mueve en un entorno tan cotidiano como la propia familia o el colegio o el instituto donde uno acude cada mañana. Pero ya se sabe que la mera trasposición de la realidad –si esto en verdad fuera posible- al papel no es suficiente para enganchar al lector, pues para que la ficción sea atractiva a los jóvenes, se necesita de un elemento que sea capaz de incluir en el relato un matiz de irrealidad, un artificio que de forma palpable o sutil añada dosis de misterio al acostumbrado transcurrir de la trama.
            Este es el guión que cumple de manera acertada Antonia Meroño (Murcia, 1969) con su novela “El año de la venganza” (Edelvives, 2012). Empieza contando la historia de Valentina, una adolescente que, debido a sus malas notas, es obligada por su madre –sus padres están divorciados- a estudiar en el instituto donde ella ejerce como jefa de estudios. Así, ya desde el inicio se ven mezclados en la narración el ámbito doméstico con el académico, una circunstancia que no es del agrado de Valentina, recelosa también ante la idea de tener que relacionarse con sus nuevos compañeros. Desde su complejo de chica gorda y poco agraciada, en secreto va clasificándolos según la apariencia que presentan, deteniendo su atención ante Álvaro, un atractivo joven que irradia bondad y sabiduría, y Albertina, la extravagante chica que le ha tocado como compañera de pupitre. Estos dos personajes parecen guardar un secreto que suscita todo su interés: el halo de seducción con que Álvaro parece rodear su presencia y, sobre todo, la extraña cualidad que tiene Albertina para poder “asomarse al interior de la gente”. Se hace amiga de ellos y poco a poco se va integrando en la marcha del instituto, va ampliando su círculo de amistades, sus notas van subiendo y consigue que mejore la relación con su madre. Hasta que la desaparición de dos chicos del pueblo despierta en Valentina una sospecha que la empujará a irse metiendo de lleno en el esclarecimiento del suceso. A la vez que se va adentrando en la indagación de los hechos, irá descubriendo algunos aspectos del lado misterioso de sus amigos –la verdad de sus secretos, la realidad de las apariencias- y de Francisco –el conserje del instituto, de pasado oculto- o la doctora Aguirre –la enigmática profesora de física-.
            Entre estos personajes que parecen moverse en la frontera de la locura y la razón, se encuentra el responsable de una demorada venganza, aquella que –como en las novelas realistas- necesita de la ocultación de las pruebas, de crearse una realidad nueva para sobrevivir.

 (Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 16 de marzo de 2013)