El
sueño de Berlín
Ana
Alonso – Javier Pelegrín
Editorial
Anaya. Madrid, 2015
Dentro
de la literatura infantil y juvenil hay un tipo de libros que, aunque
no se indique expresamente en la solapa de promoción, son de
autoayuda. No se presentan de forma explícita -como si se tratara de
un manual al uso- las decisiones que debe tomar o los recursos que
debe emplear el lector para librarse del mal que le aqueja, sino que
es a través de los mecanismos de la ficción -entendida también
como metáfora de la realidad- como el lector presuntamente dañado
accede al remedio más efectivo. Se parte del problema que sufre un
personaje, de una patología o de alguna característica personal
-física o psíquica- que lo aparte de la norma establecida por la
sociedad, para seguidamente plantear una solución. Estas historias
suelen desarrollarse dentro de un esquema general marcado por el
protagonista que padece el problema, los padres, maestros o
compañeros que agravan el sufrimiento (lo que se llama en psicología
“la segunda herida”, aquella que más duele, pues se añade a la
propia que causa el padecimiento) y otro personaje que entra en
escena para ayudar a remediarlo.
En
“El sueño de Berlín” (XII Premio Anaya de Literatura Infantil y
Juvenil), de Ana Alonso y Javier Pelegrín, se sigue este modelo para
afrontar el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). En primera persona
se presenta Ana, una adolescente que “necesita repetir algunos
comportamientos para evitar una crisis de ansiedad”, de modo que,
entre otras cosas, se ve obligada a subrayar determinadas palabras,
escribirlas varias veces seguidas o a lavarse las manos una y otra
vez. Su imposibilidad para vencer estas manías la llevan a
concebirse a sí misma como una enferma, con la consiguiente
desvalorización personal y la dolorosa conciencia de sentirse
prácticamente incapacitada para llevar una vida normal y poder
realizar tareas tan comunes al resto de la gente como exponer en
clase o visitar otro país. Con todo, lo peor son los problemas que
tiene para relacionarse normalmente con sus compañeros, quienes se
muestran desconcertados ante las conductas repetitivas de Ana. Por
eso parece extraño que se acerque a ella Bruno, un nuevo compañero
del instituto al que no sólo no parecen importarle las rarezas de
Ana, sino que, poco a poco, se va a convertir en el amigo que
necesitaba para ir normalizando su situación. Para ello, deberá
rebajar las resistencias de la madre de Ana, demasiado protectora por
el temor de lo que le pueda pasar a su hija, y sobre todo convencer a
su amiga de que el mejor camino para vencer las dificultades es, en
lugar de esquivarlas o dejarlas en manos del azar como ha hecho hasta
ahora, tener el valor de afrontarlas. Así es como planea el viaje de
toda la clase a Berlín con el fin de que Ana pueda ver en su museo
arqueológico el busto de Nefertiti, figura por la que siente una
curiosa atracción, tal vez porque se identifica con la belleza de su
rostro, levemente desfigurado por la rara imperfección de un ojo
despintado. Es su visión la que, ejerciendo la labor terapéutica de
las metáforas, le servirá a Ana para verse reflejada y, de esta
forma, atreverse a aceptarse tal como es.
Alternando
capítulos en los que escriben Ana o Bruno, esta entretenida novela
traza bien la dificultad de entender un problema -el TOC o cualquier
otro- desde fuera de quien lo sufre, así como destaca la comprensión
y el apoyo de los demás como elementos necesarios para ayudar a
superarlo.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 15 de agosto de 2015)
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