La
isla del Tesoro
Robert
L. Stevenson
Anaya.
Madrid, 2014 (314 pp.)
Cuando en octubre de 1881 un niño o un joven compró un ejemplar de
la revista infantil “Young Folks” y empezó a leer la primera
entrega de “La isla del tesoro”, seguramente sintió la
desconocida emoción de poder vivir una magnífica aventura y más
aún padecer una cierta ansiedad por tener que esperar la salida de
los siguientes ejemplares de la revista, donde se siguió publicando
la obra hasta su final en enero de 1882. Es seguro que este niño o
este joven no sabía que con la misma emoción y parecida ansiedad su
autor había escrito sus primeros quince capítulos en quince días,
a razón de uno diario, y que después de una obligada parada por
habérsele quedado “la boca vacía” de palabras, consiguió
acabar la novela al mismo ritmo con el que la había comenzado.
R.L. Stevenson |
De igual manera, un niño o un joven de hoy en día que tenga la
suerte de leer por primera vez esta joya de la literatura escrita por
el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) y publicada ya en
forma de libro en 1883, de pronto se verá inmerso -con una
desconocida mezcla de placer e inquietud- en la piel de Jim Hawkins
para vivir una aventura que tan sólo puede residir en los sueños de
la infancia; se asombrará de cómo en el joven Jim se unen el valor
y el miedo, la astucia y el punto de inconsciencia necesario para
poder enfrentarse a los peligros que conlleva la aventura y la
posibilidad cierta de la muerte; descubrirá que el mal, sustentado
en la traición protagonizada por el pirata cojo John Silver el Largo
y su partida de marineros desleales, siempre es un desafío para el
bien, representado por las personas de honor -el caballero, el doctor
y el capitán del barco- y por aquellos que están de parte de la
justicia y el orden; reconocerá que el protagonista no hace más que
emprender un viaje hacia si mismo, hacia su propio interior en busca
del tesoro que siempre está en riesgo de no ser encontrado o, peor
aún, de ser robado por los piratas que a menudo nos acechan con el
cuchillo entre los dientes. Aunque tal vez no caiga de inmediato en
la cuenta de que el aprendizaje de Jim Hawkins es de parecido calibre
al que experimenta él mismo cuando se le revela, en el placer de la
lectura de esta emocionante, profunda novela, un conocimiento
personal e intransferible, aquel que cada uno sea capaz de hacer
después de haber navegado en la goleta de la imaginación. Es el
mismo viaje que realizó el propio Stevenson, quien huyendo del clima
de su Escocia natal que tanto daño hacía a su precaria salud, fue
en busca de su isla del Tesoro a los mares del sur, donde se
convirtió para los nativos en Tusitala, el narrador de cuentos.
La ocasión para reseñar esta obra maestra la brinda la edición en
tapa dura que nos presenta ahora la editorial Anaya, con traducción
de María Durante y con unas magníficas ilustraciones de Jordi Vila
Delclòs que se ajustan al texto casi al modo de los fotogramas de
las películas antiguas. Esta nueva edición incluye, además de la
nomenclatura de la goleta y el mapa de la isla para facilitar a los
jóvenes lectores la comprensión de algunos términos y ayudarles a
visualizar los enclaves donde sucede la aventura, un entusiasmado
prólogo a cargo de Fernando Savater.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 28 de febrero de 2015)
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