Fango
Gonzalo
Moure
Edelvives.
Zaragoza, 2015 (149 p.)
La habitual fascinación de los niños por los animales, y en
concreto por los perros, tal vez tenga que ver con su natural impulso
a relacionarse con ese otro lado de lo real que también forma parte
de nuestro mundo. Seguramente los animales representan -igual que
para muchos adultos- la sombra que siempre va pegada a nuestra
espalda, un atributo que nos resulta a la vez ajeno y propio, una
realidad que supone un misterio, tanto por lo que tiene de presencia
cotidiana como de escurridiza apariencia. Son como el eslabón que a
la vez nos separa y nos une a la naturaleza de la que formamos parte,
pero a la que no acabamos de pertenecer del todo. En nuestro
imaginario, los animales viven en el bosque, en el interior de los
sueños y entre las páginas de algunos cuentos infantiles. Su
hábitat natural es -incluso para los que conviven cerca de nosotros-
el reino del más allá, el escondido lugar donde los niños se
internan con la intención de encontrar el misterio oculto de la
vida.
Ese es posiblemente el sentido de “Fango” (Edelvives, 2015), del
escritor valenciano afincado en Asturias Gonzalo Moure. En esta
novela un narrador sin nombre, que cuenta desde la edad adulta su
amor a los perros, empieza por compartir un sentimiento común a la
mayoría de los niños cuando se lamenta de que no le dejaban tener
perros de pequeño. ¿Quién no ha deseado tener un animal -una
mascota, como se dice ahora-, y sobre todo un perro, cuando era niño?
¿Y cuántas veces los padres han frustrado ese deseo de sus hijos?
Casi siempre, pues, igual que sucedía con la bicicleta que nunca
traían los Reyes Magos, la misma costumbre era -y es- pedir un perro
como denegarlo. Pero el narrador, “como no podía tener perros”,
tuvo la suerte de poder leer libros donde precisamente “vivían”
perros: Niebla, Argos, Kazán o Colmillo Blanco. Así, recuerda cómo
le conmovió cuando a Ulises, al volver a su palacio después de
haber pasado tantas aventuras, sólo le reconoce su viejo perro
Argos. Sin embargo, sólo supo realmente lo que es amar y ser amado
por un perro cuando se hizo amigo de Antonio, quien parecía haber
nacido con un don para tratar a los animales. Con Antonio, que tenía
el raro deseo de ser pastor, empezó a compartir la afición por el
mundo de los perros y a vivir aventuras como aquella en la que salvan
de los laceros a algunos perros vagabundos o cuando rescatan de la
acequia al cocker del cónsul inglés. Así, por la infancia de los
dos amigos van pasando perros de toda raza y condición, algunos
heridos o con las cicatrices de su vida callejera -alimentando en
ellos la idea de que “el espíritu de un perro está en el perro
que le sucede” y que en definitiva “todos los perros son el
perro”-, hasta que un día rescatan de un vertedero a Fango, “el
mejor perro del mundo”.
Ilustración de Ester García |
Gonzalo Moure utiliza sus buenas dotes como narrador para escribir
este hermoso libro -ilustrado por unas sobrias estampas en blanco y
negro de Ester García- que, a través de la relación de dos amigos
con los perros, nos habla de algunas cosas fundamentales: la
inevitable sucesión de las pérdidas, el valor de la amistad en la
infancia, la importancia del amor a la naturaleza y a los animales,
la emoción de la aventura y el necesario aprendizaje de que tanto
las tristezas como las alegrías forman parte de la vida.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 28 de marzo de 2015)
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