El frío
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1985 (141 p.)
Cuarto volumen de la autobiografía
que podría titularse “Sólo tengo una sombra”, frase que aparece en el libro
para aludir a la levedad de la enfermedad, sólo una sombra en el pulmón, pero
que es o puede ser metáfora o sentencia de lo que sólo uno tiene en la vida, la
sombra, su sombra, el rastro oscuro que nunca se despega de uno, pues aun en la
noche una luz artificial la proyecta, la mancha que nos persigue o perseguimos
cuando caminamos por la calle, la que se detiene con nosotros en el mismo
instante en que nos detenemos, la que siempre está ahí, escuchando nuestras
palabras, los lamentos y los silencios. La sombra es más que la enfermedad,
pues es su aviso, el dolor por su presencia, el sufrimiento que el enfermo debe
tomar en sus propias manos, “en contra de los médicos” (p. 24), con la única
confianza puesta en sí mismo, en la propia sombra, sin esperanza, hasta lograr
enamorarse de “aquella falta de esperanza” (25), aferrándose al “espanto de la
posguerra”, soportando el “cumplimiento de la pena” (40) que supone la vida. La
misma vida que se escribe sin vergüenza, haciendo y dibujando frases, “sólo el
desvergonzado es capaz” (60) de escribir, con una “curiosidad desvergonzada”
(62) que ha impedido el suicidio, admirables los que no han sido tan cobardes
para acabar con su vida, aunque “la verdad es siempre un error” (66) y “todo
error no es más que la verdad”, la misma que siempre contaba al abuelo,
equivocado totalmente, como el propio lenguaje que es “inútil cuando se trata
de decir la verdad” (84), de comunicar cosas, la experiencia “de que el hombre
sincero, que sigue sus propios pensamientos con consecuencia y constancia, y
que sin embargo, al mismo tiempo, deja totalmente en paz a aquellos que son de
otra opinión, se enfrenta con el desprecio y el odio, y de que hacia una
persona así sólo se practica la aniquilación”. (114)
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