El aliento
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1985 (141 p.)
Tercera entrega de los recuerdos de
juventud de Bernhard donde la cotidianeidad de morir es tan dramáticamente
normal como la visión diaria de la enfermera que cada mañana levanta
rutinariamente un brazo de un enfermo para dejarlo caer y comprobar así, de
esta mecánica manera, si está vivo o muerto, si debe avisar a otras enfermeras
para que lo aseen o a los operarios para que se lo lleven metido en la caja de
cinz. En la habitación de morir el joven de dieciocho años, el joven enfermo ha
sido empujado al escenario del horror, a la “profundidad más profunda de la
existencia humana, como consecuencia de mi propia sobreestimación” (p. 43), un
paciente más sujetado por los tubos del gotero, los hilos de donde colgaban
para mover sólo en raras ocasiones la marioneta que era, el hilo que era lo
único que le unía a sí mismo y unía a todos los enfermos a la vida. Obligados
por naturaleza a ir a esos “círculos de pensamiento” (55) que son los hospitales
donde se va, a través de la enfermedad real o inventada para “llegar al
pensamiento importante para la vida y decisivo para la existencia”, alcanzando
la clarividencia del enfermo, indispensable para todo artista especialmente el
escritor, igual que fuera una cárcel o un monasterio, si no quiere extraviarse
en la superficialidad, alejarse de la “conciencia de uno mismo y de la
conciencia de todo lo que existe” (57)
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