OFICIO DE LECTOR
J.M. CABALLERO BONALD
Seix-Barral. Barcelona, 2013 (606 p.)
¿Se puede concebir el acto de leer como un oficio, una dedicación, una
entrega o un empeño más allá de su consideración como mero pasatiempo o como
vehículo para alcanzar las formas de placer sensitivo o intelectual que puede suscitar
la lectura? Así es si uno se dedica a ello profesionalmente, si se es editor,
corrector de pruebas, profesor de literatura, librero, traductor, crítico
literario o escritor, y aún así muchos de los que se dedican a alguna de estas
labores leen sólo motivados por la propia obligación que deben tener con el
ejercicio de su ocupación si de ella pretenden obtener beneficios. Como en la
célebre novela de Unamuno, ¡cuántos feligreses de la parroquia literaria son
ateos de la literatura! Así, no es raro encontrar editores que sólo están
atentos a la cuenta de resultados, profesores encadenados al temario, libreros
que sólo pretenden vender mercancía, críticos literarios que no leen nada más
que las solapas de los libros que reseñan o escritores que se vanaglorian de
desconocer a los clásicos. Por eso, la concepción de la lectura como un oficio
no debería dejarse sólo en manos de los asalariados del gremio, ni siquiera de
la minoría de letraheridos que obsesivamente desempolvan ejemplares en las
librerías de viejo, sino que se debería extender a todo el que aspire a tenerse
por un lector atento, aquel que, como dice Joseph Conrad, se ocupa de escribir
la otra mitad de la mitad del libro que ha escrito el autor.
Partiendo de este aforismo, en “Oficio de lector” (Seix-Barral, 2013) José
Manuel Caballero Bonald alza su voz poética para expresar la “obstinada idea de
que es el lector quien justifica la literatura”, que sólo el protagonismo del
lector puede lograr que las palabras ocupen un espacio mayor que el que
convencionalmente les corresponde. Tarea que se complementa con el irrenunciable
objetivo del escritor, que no debe ser otro que crearse un lector propio, lo
que significa, en palabras de Wordsworth, que cada poeta debe crear “el gusto
mediante el cual puede ser comprendido”.
Con este libro que reúne “una serie de comentarios sobre libros que he
leído en días y ocasiones muy dispares”, Caballero Bonald ha elaborado una personal
historia de la literatura, un brillante ejercicio práctico sobre crítica
literaria y una cumplida expresión de sus postulados estéticos.
Una suerte de autobiografía literaria o de manual propio de literatura se
revela en la nómina de escritores –la mayoría del siglo XX y en lengua castellana-
que ha designado para dedicarles sus comentarios. Muchos de ellos pertenecen al
Olimpo en el que se encuentran sólo los elegidos, como son Cervantes, Góngora,
Quevedo, Dostoievski, Juan Ramón, Lorca o Antonio Machado. A ellos dedica
páginas en las que demuestra la consabida máxima que afirma que un autor
clásico es aquel del que todavía no se ha agotado todo lo que se puede decir. Así,
la obra de Góngora y Quevedo –representantes aquí del Barroco- “no sólo añade
frenéticos adornos a la serenidad artística del Renacimiento, sino que oculta,
escamotea la realidad en que se apoya”. Otros escritores a los que se refiere
están sin duda en cualquier recopilación histórica que se precie, entre ellos
por ejemplo, Bécquer, Clarín, Camus, Rulfo, Onetti o los miembros de la Generación del 27 y del
Grupo de los 50. Pero ya es más raro poder ver reseñas de autores considerados
minoritarios (Fernando de Herrera, Olga Orozco o Eduardo Cote) u otros
directamente vinculados en nuestra memoria a otras artes (Picasso u Oteiza). Por
ello es de celebrar que Caballero Bonald nos “descubra” o resalte las
cualidades artísticas de ciertos autores orillados en la canónica historia de
la literatura (Gabriel Miró, Gil-Albert o Carlos Edmundo de Ory).
A pesar de que no están todos los que son, cuestión por otra parte que no
se debe tener en cuenta en un trabajo que se presenta como estrictamente de
gusto personal, Caballero Bonald ha realizado un estudio práctico de crítica
literaria imprescindible para todo aquel que quiera profundizar en las claves
de la obra de estos escritores y de paso hacer un recorrido por la historia
–sobre todo la más reciente- de la literatura en lengua castellana,
demostrándonos además que, como dice Gil de Biedma, “la crítica literaria no es
sino una variedad del arte de escribir y que el efecto estético es tan
principal en ella como en cualquier otro género de literatura”.
A través de los autores que analiza, Caballero Bonald, asumiendo que “nadie
juzga sino desde el catálogo de sus gustos o sus apegos culturales”, va
precisamente mostrando sus propias preferencias estilísticas y su concepción
artística de la literatura asentada en la prevalencia del lenguaje, en el valor
de la palabra como iluminación que indaga en las sombras de la realidad,
alcanzando con ello una significación que va más allá de lo convencional al
lograr asomarse a algún “secreto resquicio de la razón”. Así, sus postulados
están próximos al “puro placer de formas” del Barroco, al “principio de
contradicción” expresado por el Romanticismo, a las “afinidades ocultas entre
lenguaje y pensamiento” que propone el Simbolismo o a “la recreación
lingüística de la realidad” en la que ha profundizado el Surrealismo, movimiento
artístico que para Caballero Bonald supone “la gran conquista estética del
siglo XX”.
(Publicado en la revista digital LITERARIAS el 24 de marzo de 2014)
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