EL POLIZÓN DEL ULISES
Ana María Matute
Editorial Anaya. Madrid, 2014
116 páginas
El sentido de los cuentos clásicos
está en que suponen un aprendizaje para los protagonistas de la historia, la
adquisición de un conocimiento profundo que a su vez se proyecta, como la luz
de una vela reflejada en un espejo, hacia la mirada del lector. Una modalidad
de este aprendizaje es el que se da en los llamados relatos de iniciación, en
los que el personaje principal debe pasar por una serie de vicisitudes –a
menudo en forma de aventuras o de desafíos a los que se debe enfrentar- para
lograr alcanzar un grado más en su desarrollo personal. Aun teniendo en cuenta
que, en cierta manera, todas las grandes novelas representan una revelación
particular tanto para los protagonistas como para el lector, los relatos de
iniciación fijan este descubrimiento en el difícil paso de la infancia a la adolescencia,
a su vez también época de transición hacia la edad madura.
En “El polizón del Ulises” -publicado
inicialmente en 1965 y que ahora reedita la editorial Anaya en su colección de
Clásicos Modernos- Ana María Matute (Barcelona, 1925) cumple perfectamente con
las condiciones que exige un cuento de estas características, en el que un
acontecimiento inesperado supone para el protagonista no sólo la oportunidad
para vivir una emocionante aventura, sino sobre todo un reto vital para lograr
crecer como persona.
Cambiando el consabido “Érase una
vez que se era” por el poético “cierta noche de mayo, de cualquier año, de
cualquier país”, la autora introduce al lector en lo que sucedió en la casa de
tres señoritas solteras (Etelvina, Leocadia y Manuelita), tres hermanas
huérfanas de un rico terrateniente, tan peculiares y tan diferentes entre sí
que sólo parecían compartir el apellido de su padre. Etelvina no tenía otro
amor que la lectura de la “Historia del Gran Imperio Romano”, Leocadia era muy
romántica, refinada y sentimental, y Manuelita era trabajadora y fuerte como un
hombre. Estas formas de ser de cada una habían sido un obstáculo para casarse, circunstancia
que a ellas no les había impedido vivir tranquilas y felices en su casa,
cercana a un río y a una montaña tras la que se ocultaba el bosque. Pero sus
vidas cambiaron aquella “noche de mayo” en la que apareció, a la puerta de la
casa, una cesta con un niño recién nacido. Se trataba de un niño abandonado del
que se hicieron cargo para educarle según el carácter y las aficiones que tenía
cada una de ellas. Así, a sus nueve años ya había sido instruido –dependiendo
de la señorita a la que se acercara- para llegar a ser a la vez un hombre
sabio, un romántico soñador y un trabajador responsable. De esa variedad de aprendizajes
se aprovechó para organizarse “otra vida” en el desván donde se refugiaba en
las horas de la siesta, un lugar en el que fue conformando, con los materiales
que había por allí, un velero imaginado que bautizó con el nombre de Ulises, y
desde el cual podía contemplar las maravillas que se extendían hacia el
horizonte. Entre ellas le sobrecogía y fascinaba a la vez la visión del Campo
de los Penados, de donde un día se escapará uno de los presos para convertirse,
gracias al niño, en el polizón del Ulises.
Ana María Matute, que con esta obra
ganó en 1965 el Premio Lazarillo de Literatura Infantil, utiliza toda su
maestría literaria para atrapar al joven lector en una historia llena de
imaginación y de aventuras, en la que un muchacho siente cómo se va haciendo
más alto, más sabio y más fuerte.
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