Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

lunes, 3 de marzo de 2014

El sobrino de Wittgenstein (Thomas Bernhard)

El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 2010 (144 p.)




            Este libro de Bernhard bien pudiera ser otra entrega más de su autobiografía, ya que cuenta su vida y existencia con Paul, el sobrino de Wittgenstein, el famoso filósofo. Su mejor amigo, Paul, según dice Bernhard, con el que convivió en el mismo sanatorio, en dos edificios o alas o espacios distintos, el de los locos donde estaba Paul y el de los tuberculosos en el que se hallaba Thomas, el sanatorio donde los psiquiatras ejercen como los “verdaderos demonios de nuestra época” (p. 14). El camino de Bernhard, entre los médicos que le atendían en el pabellón de los tuberculosos, no era otro “que el camino de los que la muerte se ha llevado ya” (19), pero sin permitirse la rebeldía, la impertinencia y la obstinación con el tiempo, que “debilitan el organismo de una forma realmente letal” (24), dejándose llevar por la tuberculosis, haciendo de la tuberculosis su “fuente existencial para toda la vida” (32), igual que Paul ha vivido e interpretado el papel de tuberculoso y lo ha explotado para su arte. Sólo que Paul “tiraba ininterrumpidamente por la ventana (de su cabeza) su riqueza mental” (35) y cuanto más la tiraba más aumentaba esa riqueza en su cabeza, característico de los personajes que están locos, pero no había publicado como su tío Ludwig, que era el publicador de su filosofía, mientras que Paul era el “no publicador nato de su filosofía” (91), siendo los dos, cada uno a su manera, grandes pensadores, estimulantes y obstinados y subversivos, de su época, y no sólo de su época. Semblanza del sobrino de Wittgenstein, en el marco de la odiada Viena de los cafés odiados, el teatro odiado, los premios oficiales odiados, y perfil de Bernhard, que gusta de leer los periódicos franceses e ingleses, no alemanes ni mucho menos austriacos, que evita la literatura porque así “me evito a mí mismo” (123) y por eso se prohíbe los cafés literarios frecuentados por sus iguales, y que quiere estar siempre donde no está, “allá de donde acabo de huir” (124), ser feliz sólo entre los lugares de donde se marcha o a los que va. 

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