EL ARENQUE ROJO
Gonzalo Moure
Alicia Varela
Editorial SM. Madrid, 2012
Según cierta tradición popular, el
fuerte olor del pescado sirve para distraer a los perros de caza de su
objetivo. De ahí que sea el arenque rojo la pista falsa que el ojo del lector –con
su distraída mirada- siga a través de estas páginas. Es como la zanahoria tras
la que va el asno en su ineludible y cansino caminar alrededor de la noria o el
MacGuffin que utilizaba Alfred Hitchcock con la intención de dirigir la
atención del espectador hacia un elemento que lo despistara de la trama
principal, de la línea recta que pudiera llevarle antes de tiempo al desenlace
del relato. También el arenque rojo es el argumento tramposo que alguien
introduce en la discusión para confundirnos, con el objetivo de que aceptemos
esa falacia como prueba de la presunta bondad de su tesis.
Gonzalo Moure (autor de los textos) y Alicia Varela (ilustradora) no pretenden utilizar
la engañifa del arenque rojo para que el lector –o mejor dicho, el veedor de las
láminas- se deje llevar por su visión traicionera y olvide así el curso del
relato, sino precisamente que su presencia en cada página no suponga más que
una anécdota o un hilo apenas perceptible, incapaz de distraerle del resto de
las historias que pueblan el libro. Historias que no se cuentan, que no están
escritas en las páginas de un libro que sólo tiene ilustraciones para ser
imaginadas. Un libro que es una ventana abierta a un parque donde va pasando el
tiempo –van pasando las páginas- mientras el espectador –el lector-veedor- va
descubriendo la historia oculta que hay tras cada personaje, cada postura y
cada gesto.
Ese descubrimiento no tiene que ver con la presunta verdad de lo
que sucede en el parque, sino más bien con la exploración interior que el
“lector” de imágenes debe hacer para inventar su propio relato. La original propuesta
de Moure y Varela es que el lector sea el escritor de los cuentos que cada
personaje, es decir, cada uno de nosotros, lleva consigo. Así, podemos fijarnos
en el músico que toca la flauta, en el ciclista que lleva una maceta en su
bici, en la chica que medita junto a un árbol, en la niña que mira embelesada
su globo azul, en el perro que sonríe al ser fotografiado, en la nube que
llueve sobre un paraguas abierto, en la viejecita del bastón o en el tobogán
vacío. Cada historia puede seguir en la próxima página, se mezcla con otra
historia o simplemente desaparece antes de llegar al final del libro, donde en
un sobre cerrado el lector encontrará lo que ha escrito Gonzalo Moure sobre lo
que acabamos de ver. Seguramente sus relatos no coincidirán con los que
nosotros hemos imaginado y nos sorprendamos al leer “Una flor en el suelo”, “La
mujer que se sentía vieja antes de tiempo” o “El joven poeta que leía versos
ingrávidos”, pero su mirada –como la nuestra- habrá vencido el poder del
arenque rojo, aquel que se empeña en distraernos para no ver las historias -las
vidas- que continuamente suceden a nuestro alrededor.
(Publicado en la revista digital Literarias el 1 de abril de 2013)
(Publicado en la revista digital Literarias el 1 de abril de 2013)
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