Ya desde el título Paul Auster nos
indica la verdadera esencia de la novela –es decir, de la vida-: el azar. Se ha
resaltado mucho la importancia del azar en la obra de Auster, y tal vez sea en
esta novela donde más se explicita esa idea, pues es a través del juego
–siempre azaroso por definición, a pesar de posibles ventajas, trampas o
pericias- cómo se va desarrollando la trama. Naturalmente, es una alegoría de
la vida (el juego desde la infancia no es más que una representación simbólica
de la realidad), siempre al albur de cómo se barajen y repartan las cartas,
sólo pendientes -¿nuestra única libertad?- de ser capaces de saber cuándo
apuestas más o te plantas y ya no recibes más cartas, cuándo vas de farol y
engañas o te retiras de la partida por miedo, bajo la engañosa máscara de la
sabiduría.
A pesar de que todo lo apuntado no
es más que un tópico, Auster es un maestro en trasladar esa idea –que además es
la razón de todas las novelas, porque en todas el autor da puntadas con los
hilos de colores que le han tocado en suerte- a una trama de verdadera ficción
literaria, donde lo narrado –con un estilo preciso que envuelve y enloquece al
lector en la persecución del párrafo siguiente- es un artificio muy
imaginativo, una auténtica creación de situaciones pintorescas, personajes
llamativos, acciones enriquecedoras por lo inverosímil de lo que sabemos que
perfectamente puede llegar a ocurrir.
Paul Auster |
Es una novela magistral y
maravillosa, donde uno obtiene ese placer de la lectura que va buscando en una
obra literaria, de creación, que te conmueva con unos personajes –como tú-
atrapados en el azar del propio delirio de salir adelante: ese Nashe que es
nuestro sueño, porque todos siempre hemos deseado viajar sin fin y sin rumbo,
sin huir tampoco de la vida que te persigue; ese pobre Pozzi que vive del juego
más descaradamente que todos nosotros que, sin saberlo, también vivimos del y
por el juego; esa pareja de excéntricos con manías –compartidas por todos- de
demiurgos; ese esbirro de Murks que, como todo carcelero, está preso de los
presos que cuida…
Hacía tiempo que no leía las últimas
páginas de un libro tan sobrecogido, con el corazón en un puño, saliéndose por
mi boca con la contradictoria pulsión de acabar de leer y no querer acabar
nunca.
“…hasta que un día, con mucha
repugnancia, lo arriesga todo al ciego azar de una sola carta…” (William
Faulkner: “El ruido y la furia”)
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