Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

jueves, 29 de diciembre de 2022

Camino llano, tropezones y barrancos

Último número de la revista Clarín


 En el número 162 de la revista Clarín -el último de su larga andadura de 26 años- tengo el honor de participar con un artículo sobre la obra "Cervantes", de Santiago Muñoz Machado (director de la RAE). Me siento muy agradecido por haberme acogido en algunas ocasiones entre sus páginas y muy apenado por haber llegado a su fin una revista que, sin duda, ya forma parte de la historia de las publicaciones culturales.


CAMINO LLANO, TROPEZONES Y BARRANCOS

Cervantes

Santiago Muñoz Machado

Crítica. Barcelona, 2022

               Seguramente atendiendo a “que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba” (Quijote, II, 18), se ha producido a lo largo de cuatro siglos una ingente cantidad de ensayos, biografías, artículos, congresos, etc., en torno a Cervantes y el Quijote, llegando a ser -tal vez junto a Shakespeare- el autor y la obra que más se han escudriñado por arriba y por abajo, de frente y de soslayo. De ahí que la primera pregunta que suscita este voluminoso libro es si en verdad era necesario haberlo escrito, si después de todo lo publicado sobre el Manco de Lepanto y su magna obra aún quedaba algo nuevo por decir. De entrada, lo abultado de la empresa que se propuso Santiago Muñoz Machado no deja de causar admiración, pues, como adelanta en el prólogo, “preparar una obra que recorriese la vida, la obra, la sociedad y la política de los tiempos de Cervantes (…) de manera sistemática (…) [y añadiendo] perspectivas nuevas” (pág. 13), es de tal magnitud que sólo podría acometerla, en sus famosos desvaríos, el mismo ingenioso hidalgo de la Mancha.

               Dividida en 11 capítulos, un apartado de notas a cada uno de ellos (incluidos al final del volumen), una extensa bibliografía (más de 200 páginas) y un índice de los nombres aparecidos en el texto, el corpus de la obra se centra en recorrer las aportaciones que, desde diferentes ámbitos, se han ido dando a la figura y la obra de Cervantes, con especial atención al Quijote. Así, este libro del director de la Real Academia Española puede entenderse como una recopilación de las contribuciones más relevantes, desde las aproximaciones a la biografía del autor alcalaíno (en el primer capítulo titulado “Una vida azarosa y novelesca”), donde se traen a colación tanto las dificultades para la documentación de una vida tan aventurada como las aportaciones de las nuevas investigaciones, hasta los comentarios y críticas para “La creación del mito del Quijote” (Cap. II), los análisis “en busca de su significado profundo” (Cap. IV), “La cuestión de las fuentes literarias de las obras cervantinas” (Cap. V) o “La presencia de la literatura popular y folclórica en la obra de Cervantes” (Cap. VI). Seguramente por tratar de asuntos en los que, por formación y dedicación profesional, Muñoz Machado se muestra más competente, son de especial interés los capítulos finales del libro: “Política y sociedad en la España de Cervantes” (Cap. VII); “La controvertida cuestión del pensamiento religioso de Cervantes” (Cap. VIII), donde se desarrolla ampliamente la influencia del erasmismo en el autor del Quijote; “Matrimonio y relaciones de pareja” (Cap. IX), con una extensa referencia a la reforma del matrimonio en el Concilio de Trento; “Magia, hechicería y brujería” (Cap. X), centrada en la importancia de los encantamientos en la literatura de Cervantes y su relación con los postulados de la Inquisición; “El viejo y buen derecho” (Cap. XI), donde el director de la RAE despliega sus vastos conocimientos como jurista.

Y es precisamente ese empeño que Muñoz Machado ha puesto en recoger las aportaciones que se han ido realizando a la figura y obra de Cervantes, donde están su grandeza y su debilidad. Así, la magnitud de la obra se ve recompensada por el buen logro con que el autor culmina ese esfuerzo, de manera que ha conseguido hacer una provechosa síntesis de los diferentes estudios, contribuciones, lagunas, disensos y consensos sobre cada punto tratado. Pero, igualmente, la obra se ve lastrada por eso mismo, por limitarse en la mayoría de las ocasiones a compendiar lo ya dicho sin hacer aportaciones de calado, de manera que seguramente el alcance del libro será menor para la abultada nómina de estudiosos cervantinos, aunque sí pueda ser muy fructífera, como estimable material de divulgación, para los meros aficionados al autor alcalaíno y sus obras.

Lejos de la quimérica osadía de valorar en profundidad el contenido de tan vasta obra, pues “el que busca lo imposible, es justo que lo posible se le niegue” (Quijote, I, 33), no dejaremos pasar la ocasión para puntualizar y, en su caso, comentar algunos descuidos, faltas u omisiones del texto. De la misma forma que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno” (dicho que se atribuye a Plinio el Viejo y que retoma el bachiller Sansón Carrasco en Quijote, II, 3), también podría decirse que no hay libro tan bueno que no tenga algo malo, como es el caso que nos ocupa.

               Ateniéndonos a los aspectos formales, son varias las ocasiones en que se repiten fragmentos escritos anteriormente. Así, en la pág. 169 se vuelve a leer lo que se ha leído ya dos párrafos más arriba: “se habían tenido presentes la primera edición hecha en Madrid por Juan de la Cuesta el año de 1605 y la segunda hecha también en Madrid por el mismo impresor, año de 1608” (entrecomillado las dos veces también en el original), irónico desliz por venir encabezado el párrafo con la frase (aludiendo a la edición de 1780 de la Academia): “Tanto las erratas como los descuidos y equivocaciones fueron corregidos con esmero”. En la pág. 238 se inserta -con un cuerpo menor de letra- una cita de Mayans que se repite parcialmente un párrafo más abajo -con la tipología estándar del texto principal-: “toda la obra es una sátira, la más feliz que hasta ahora se ha escrito contra todo género de gentes”. En la nota 94 del cap. IV (pág. 676) se repite la misma frase que ya había aparecido en la pág. 289: “Sus investigaciones no se refieren directamente al Quijote, pero han sido sus seguidores los que han hecho una amplia utilización de ellas. Su libro más importante es La cultura popular durante la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais”. Por tanto, es una nota prescindible, ya que no aclara ni añade nada a lo que previamente se ha comentado en el capítulo correspondiente de la obra. En la pág. 68 reaparece la idea que ya se había expresado en la 47, variando, curiosamente, la literalidad de la referencia: “Aunque algún ardoroso defensor de la candidatura de Consuegra había añadido, al margen de la inscripción, con letra más moderna, la frase “El Autor de don Quijote”, se desestimó pronto que pudiera ser tal” (pág. 68). “llevaba al margen una nota que decía “el autor de los Quijotes” (pág. 47). En la nota 19 (pág. 632) del cap. I se repite en el segundo párrafo la misma frase que ya se había escrito en el primero: “Editadas en 1613 por Juan de la Cuesta con el título Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes Saavedra, dirigido a don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, de Andrade y de Villalua, Marqués de Sarriá…” (pág. 633). Todos estos errores bien pudieran considerarse como deslices de la edición o despistes de un corrector poco atento, igual que ocurre al fechar la muerte de Felipe II en 1998, en lugar de 1598 (pág. 371).

               Más significativas son las repeticiones de palabras, de manera que no sólo hiere los ojos y los oídos del lector la consiguiente cacofonía del texto, sino que pueden damnificar su propia sintaxis al correr el riesgo de incurrir en algún error gramatical: “en días señalados por el dolor que causó el prematuro fallecimiento, por una terrible enfermedad, de don Vicente de los Ríos” (pág. 172); “antes de examinar la contribución de Francisco Rodríguez Marín, por razones puramente cronológicas, pero anticipado que Hartzenbusch nunca publicó un Quijote comentado, pero fueron tantas las notas que preparó para mejorar las ediciones anteriores del Quijote…” (pág. 195); “auspiciados por el rey Felipe II, que había dejado en manos del Santo Oficio la lucha contra las herejías, que tanto preocuparon tanto a su padre como a él” (pág. 459); “Pero Erasmo nunca escribió en lengua vulgar, aunque expresó su entusiasmo por el habla popular, aunque refiriéndose a la antigüedad” (pág. 679) (Los subrayados son nuestros).

               Además de estos aspectos formales, sorprende que en el capítulo I -“Una vida azarosa y novelesca”- dedicado a recorrer las múltiples aproximaciones biográficas a la figura de Cervantes, Muñoz Machado no haga referencia -aunque sí la recoge en la voluminosa bibliografía- a la que escribió Manuel Fernández Álvarez (“Cervantes visto por un historiador”, 2005), máxime cuando en el prólogo el director de la RAE afirma que “Son abundantes e inmejorables las biografías publicadas e incontables los análisis de la obra del gran escritor, pero es bastante menos habitual que ambas cosas se analicen también encuadrándolas en la sociedad de su tiempo” (pág. 11). Ese es precisamente el mérito de la biografía de Fernández Álvarez, relacionar la vida de Cervantes con el contexto histórico y político que le tocó vivir, considerando además la relevancia del autor, reconocido en el mundo académico como especialista en esa época.

               Errores tal vez disculpables en un libro tan voluminoso, plagado de datos, citas y referencias, pero algunos muy relevantes si tenemos en cuenta que el autor es el actual director de la RAE. Con todo, el más grave es la equiparación de narrador y autor cuando afirma al inicio del primer capítulo: “Para aproximarme a la autobiografía cervantina del modo más seguro, sólo tomaré de su obra los elementos que claramente no son ficcionales, es decir, los que están en las dedicatorias y prólogos o cuando el narrador es Cervantes, y no un personaje de ficción, y se refiere con claridad a su historia personal. Por ejemplo, cuando, actuando como narrador, dice en el capítulo IX de la primera parte del Quijote: “yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos en las calles”. Pero no cuando construye párrafos, poemas o desarrolla relatos que, evidentemente, conciernen a situaciones vividas por él, pero que ha transformado de manera literaria” (pág. 17) (Los subrayados son nuestros). Sin embargo, está claro que nunca deben confundirse el autor y el narrador de una obra literaria. El autor es la persona que escribe (crea, idea, concibe, inventa, imagina, discurre…) una historia, y el narrador es un ser ficticio que ha creado el autor para contar (referir, narrar, relatar…) esa misma historia. Ya lo dijo de forma categórica Mario Vargas Llosa (también miembro de la RAE) en su libro Cartas a un joven novelista (1997):

“Conviene disipar un malentendido muy frecuente que consiste en identificar al narrador, quien cuenta la historia, con el autor, el que la escribe. Éste es un gravísimo error, que cometen incluso algunos novelistas, que, por haber decidido narrar sus historias en primera persona y utilizando deliberadamente su propia biografía como tema, creen ser los narradores de sus ficciones. Se equivocan. Un narrador es un ser hecho de palabras, no de carne y hueso como suelen ser los autores; aquél vive sólo en función de la novela que cuenta y mientras la cuenta (los confines de la ficción son los de su existencia), en tanto que el autor tiene una vida más rica y diversa, que antecede y sigue a la escritura de esa novela, y ni siquiera mientras la está escribiendo absorbe totalmente su vivir. El narrador es siempre un personaje inventado, un ser de ficción, al igual que los otros, aquellos a los que él “cuenta”, pero más importante que ellos, pues de la manera como actúa -mostrándose u ocultándose, demorándose o precipitándose, siendo explícito o elusivo, gárrulo o sobrio, juguetón o serio- depende que éstos nos persuadan de su verdad o nos disuadan de ella y nos parezcan títeres o caricaturas. La conduta del narrador es determinante para la coherencia interna de una historia, la que, a su vez, es factor esencial de su poder persuasivo” (52-53). 

Por ello, es incorrecto atribuir a Miguel de Cervantes -que consta como autor en la portada del Quijote- el papel de narrador, a pesar de haber concebido la irónica argucia de tenerse sólo como “padrastro de don Quijote” (Quijote, I, Prólogo) y conceder a un “historiador arábigo” –“Cuenta Cide Hamete Benengeli…” (Quijote, II, 1)- la verdadera autoría de la historia, texto que un morisco traducirá al “vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes” (Quijote, II, 3), y que será plasmado en el libro “del mesmo modo que aquí se refiere” (Quijote, II, 9). Cervantes inicia, pues, esta “conquista de la ironía” (título de una biografía de Cervantes escrita por Jordi Gracia, 2016) creando un narrador que, a su vez, inventa en el texto un autor -“Dice el que tradujo esta grande historia del original de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli…” (Quijote, II, 24); “Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad…” (Quijote, II, 12)- o autores –“que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben” (Quijote, I, 1); ”Bien es verdad que el segundo autor de esta historia” (Quijote, I, 18)-, otorgándole incluso ese rasgo o privilegio de “autoridad” al propio traductor del manuscrito hallado en el Alcaná de Toledo -“Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar esta y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia” (Quijote, II, 18)-. Así es como en el texto surge una proliferación de voces narrativas, creando un deliberado equívoco sobre la identidad de los narradores y traductores de esta “verdadera historia”, derivadas todas ellas del agudo, original y alto ingenio de su único y legítimo autor, Miguel de Cervantes Saavedra.

               En fin, ateniéndonos a que “No hay camino tan llano que no tenga algún tropezón o barranco”, como dice el bueno de Sancho en Quijote II, 13, no nos duelen prendas en resaltar que, a pesar de los errores, descuidos u omisiones señalados, estamos ante una obra de importancia, sobre todo en los capítulos que seguramente han sido menos trillados por los estudiosos cervantinos (“Matrimonio y relaciones de pareja” o “El viejo y buen derecho”) y en los que Muñoz Machado despliega sus amplios conocimientos como catedrático de Derecho. En su haber también puede contar que los yerros encontrados en el texto no sean más que un irónico homenaje a la obra magna de Cervantes, donde las consabidas desatenciones o faltas para nada lastran su cualificación como la mayor novela de la historia de la literatura. 


 


 

 

 




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