Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

viernes, 27 de enero de 2023

La belleza de lo misterioso

 Solo triste de oboe

Yolanda Izard

Castilla Ediciones. Valladolid, 2022



Es de común acuerdo que todo escritor que se precie de serlo, aspira a ser dueño de un estilo que cualquier lector pueda reconocerle como propio, claramente distinguible de la prosa funcional -o funcionarial- que más se suele celebrar en la literatura de escaparate. La mayoría de estos escritores se conforma -y no es poco- con que el estilo que los defina se ciña a meras cuestiones formales, de manera que investigan dentro de las posibilidades lingüísticas, estructurales, espaciales o temporales del texto, pero algunos -los más osados- procuran hacerse con un mundo personal, un territorio lo suficientemente acotado y ancho que en último término sea capaz de suscitar un planteamiento moral. Yolanda Izard (Béjar, Salamanca), autora que ha cultivado con buena fortuna diferentes géneros literarios, pertenece a ese privilegiado grupo de escritores que pueden presumir de haber creado un espacio propio, no sólo caracterizado por algunos atrevimientos formales, sino más aún habitado por ciertos fantasmas de los que, al convocarlos, parece querer desprenderse. Desde la novela (Paisajes para evitar la noche, 2003; La mirada atenta, 2003; La hora del sosiego, 2021) a la poesía (entre otros Lumbre y ceniza, 2019, finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León), pasando por la minificción o microrrelato (Zambullidas, 2017), hasta el conjunto de relatos que nos presenta ahora (Solo triste de oboe, Castilla Ediciones, 2022), Izard continúa adentrándose en el enigmático universo de la infancia y de los vínculos familiares.

En los 32 cuentos que componen el volumen, la autora explora esa “conciencia arrebatada por el misterio” -explicitada en Cantar, último relato de la serie-, cruzando una y otra vez la delgada línea entre lo real y lo imaginado, entre el suelo firme de los rituales establecidos y la gravitación por lo fragmentado o huido, entre lo cercano a menudo inaccesible y un más allá que puede tocarse con los dedos, entre el artificio del tiempo presente y la verdad de las ilusiones perdidas, entre esa doble fragilidad, en fin, que se produce tanto en la vida como en la muerte. Una aparente paradoja –“Quizá es mortal la misma muerte”, se dice también en Cantar- que se sustenta en una poética trazada con los delgados pero firmes hilos de la imaginación, tan característicos de la obra literaria de Izard. Hilos que parecen hilvanar -por medio de una prosa aderezada con ciertas dosis de lirismo- sueños quebradizos antes de que se pierdan definitivamente en el olvido y ya nunca sea posible esa suspensión de la emoción que produce la lectura de este magnífico, a menudo perturbador, libro de cuentos. Un desasosiego que recoge la estela de Poe o Cortázar –“En el fondo, el cuento es la pesquisa” (cita de Cortázar en el relato Habitación propia)- para continuar indagando, desde las sombras, en la extraña belleza de lo misterioso.


Reseña publicada en el suplemento La sombra del ciprés de El Norte de Castilla. 27 de enero de 2023

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