Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

domingo, 25 de septiembre de 2022

Seré amado cuando falte (Entrevista fantasma a Javier Marías)

 

Javier Marías -o su fantasma- en su despacho


               Imaginemos que, tras alcanzar la tercera planta de su piso en la Plaza de la Villa de Madrid, nos encontramos en el despacho de Javier Marías. Junto al sillón que seguramente utilizó para sus lecturas, nos recibe su fantasma con un saludo cordial, casi afectuoso, antes de invitarnos a tomar asiento frente a la biblioteca no sólo abarrotada de libros, sino de objetos diversos, soldaditos de plomo, recuerdos y retratos de sus escritores queridos. Va vestido como si estuviera a punto de salir para una sesión de la RAE, con traje y corbata, en la solapa izquierda de la chaqueta un alfiler con la imagen de Shakespeare. Habla pausadamente, a media voz, utilizando el mismo lenguaje reflexivo y preciso que aparece en sus obras literarias.

-        Pregunta: Buenas tardes. Tengo mucho gusto en saludarle y en hablar con usted. ¿Cómo se encuentra, señor Marías, ahora que ya está muerto?

-        Respuesta: En realidad, soy sólo tiempo. Todo lo que existe no existe o lleva en sí su no existencia. Sólo somos todos como nieve sobre los hombros, resbaladiza y mansa, y la nieve siempre para. Al final todo es indiferente en la marcha del universo que cruje, y aplasta y nivela al crujir. Quien se acostumbra a vivir en la espera nunca consiente del todo su término. El mundo es definitivamente como es en el momento de la terminación de quien termina. No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos. La única manera de no preguntarse por la inutilidad de cuanto uno ha hecho en el pasado es continuar haciendo lo mismo; la única justificación de una vida turbia es seguir enturbiándola.

-        P.: ¿Cómo siente su propia muerte?

-        R.: Seré amado cuando falte. Los muertos son un gran lastre e impiden cualquier avance, y aun cualquier aliento, si se vive demasiado pendiente de ellos, demasiado de su oscuro lado. No hay muerte que no alivie algo en algún aspecto, o que no ofrezca alguna ventaja. Es la forma de nuestra muerte lo que debemos cuidar. Llegará un mañana en el que todo rostro será calavera o cenizas. El que muere está eternamente en el engaño, porque no sabe lo que ha venido después, o lo que ya vino en su tiempo, pero no alcanzó a descubrir.

-        P.: Además de la muerte, en sus novelas indaga en los grandes asuntos de siempre. Si le parece, háblenos de la relación entre la ficción y la realidad.

-        R.: La realidad no está a la altura de la imaginación casi nunca. La ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da. Incluso cuando las cosas suceden y son presente, también se requiere la imaginación, porque es lo único que da relieve a los hechos y nos enseña a distinguir, mientras acontece, lo memorable de lo que no lo es. Todo se convierte en relato y acaba flotando en la misma esfera, y apenas se diferencia entonces lo acontecido de lo inventado. Todo termina por ser narrativo y por tanto por sonar igual, ficticio, aunque sea verdad. Mientras uno escucha o lee algo tiende a creerlo. Otra cosa es después, cuando el libro ya está cerrado o la voz no habla más. No hay historia sin puntos ciegos ni contradicciones ni sombras ni fallos, lo mismo las reales que las inventadas. La literatura permite ver a la gente de veras, aunque sea gente que no existe o que con suerte existirá para siempre, por eso nunca perderá el prestigio del todo. Cuando pasa el tiempo todo lo real adopta un aspecto de ficción, será ese el sino de nuestros retratos cuando nos alejemos, parecer de gente inventada y que nunca existió. Suerte en el imaginario y en la realidad desgracia.

-        P.: El amor, también tema recurrente en su obra.

-        R.: El enamoramiento es insignificante, su espera en cambio es sustancial. La espera nutre y potencia ese deseo, la espera es acumulativa para con lo esperado, lo solidifica y lo vuelve pétreo. Nada tan tentador como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es más leve por eso. Lo que es muy raro es sentir debilidad, verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles.

-        P.: El tiempo, esa relación entre el pasado, el presente y el futuro.

-        R.: Es la horrible fuerza del presente, que aplasta más el pasado cuanto más lo distancia, y apenas lo falsea sin que el pasado pueda abrir la boca, protestar ni contradecirlo ni refutarle nada. El pasado no cuenta, es tiempo expirado y negado, es tiempo de error o de ingenuidad y acaba por ser tiempo digno de lástima. Y el tiempo no está facultado para suplantar al tiempo.

-        P.: Y de ahí surge la necesidad de contar.

-        R.: De lo que no se nos cuenta nada sabemos, y tampoco de lo que sí. Casi todos contamos más de lo que nos corresponde o aún peor, imponemos a otros datos e historias que no les importan nada y damos por sentada una curiosidad que no existe. Lo que importa es lo que otros entienden de lo que uno cuenta y dice, o lo que deciden entender. Contar lo que a la vez sucede y no sucede. En realidad, todo lo que se cuenta, todo aquello a lo que no se asiste, es sólo un rumor, por mucho que venga envuelto en juramentos de decir la verdad.

-        P.: Para terminar, ¿qué podría decirnos, señor Marías?

-        R.: Adiós risas y adiós agravios. No os veré más, ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos.

(Las respuestas de Javier Marías son expresiones literales de algunas de sus obras)

 

 

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