Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 10 de septiembre de 2016

Haberlas, haylas


Las brujas de la reina Lupa
María Solar
Anaya, 2016


            
          Hay un tipo de literatura –también la destinada al público infantil y juvenil, claro está- que no tiene el menor reparo en servirse de ciertos tópicos relacionados con las costumbres o las leyendas de un determinado territorio para asentar más si cabe la vigencia de tales temas. Seguramente, la intención –consciente o no, tanto da- de estos escritores es contribuir a apuntalar algo tan escurridizo como lo que se ha venido en llamar las “señas de identidad” de un pueblo. Así, parece que si eres un escritor del sur, alguna vez te verás obligado a contar, bajo la cálida luz de la luna, una nueva versión del consabido romance del caballero cristiano y la mora cautiva; si eres del norte, tendrás que relatar, entre brumas, desconocidas peripecias de xanas, trasgos o nuberus; y si ese norte mira al Atlántico, no te quedará más remedio que, helado por la espesura de la niebla, descubrir entre bosques a la santa compaña, a los portadores de los restos del apóstol Santiago o una secreta reunión de meigas.
            A estos dos últimos tópicos se apunta la escritora María Solar con “Las brujas de la reina Lupa” (Anaya, 2016), escrito originalmente en gallego. La novela comienza también con otro de los temas recurrentes en la literatura infantil y juvenil, como es la visita que todos los veranos hacen unos niños urbanos a su abuela que vive en el pueblo. Sin embargo, este veraneo que en la mayoría de este tipo de relatos sirve para que los nietos descubran una extraña costumbre, un secreto familiar o una antigua leyenda que a la postre contribuya a su proceso de iniciación al mundo adulto, en este caso lo que descubren los niños es de tal magnitud que, más que contribuir a ese necesario aprendizaje, puede enturbiar su futuro definitivamente, condicionado ya para siempre por haber tenido que sufrir una experiencia tan delirante.
Ilustración de Xabier Bonet
            Alternando los capítulos, se va narrando una historia sucedida en el siglo I y lo que les ocurre en la actualidad (siglo XXI) a tres primos cuando van a pasar el verano al pueblo con su abuela. En la narración antigua se cuenta cómo la cotidiana vida de un castro gallego se ve de pronto alterada por la llegada de unos forasteros que traen desde Palestina los restos del apóstol Santiago con el fin de enterrarlo en aquellas tierras, y cómo, debido a ciertos hechos milagrosos que se suceden tras la llegada del enigmático cadáver, la reina Lupa se ve obligada a renegar del culto a sus dioses para convertirse al cristianismo. En la narración contemporánea, el habitual veraneo de los tres primos en el pueblo coincide este año con la visita a casa de la abuela de unas extrañas amigas a las que les toca organizar un congreso de brujas en el castillo mágico. Ante el asombro de los nietos, la abuela les cuenta que ella es ahora la vigía del castillo por ser descendiente directa de la primera mujer que lo custodió por orden de la reina Lupa. Las brujas la ayudan a defender el tesoro que se encuentra escondido entre sus paredes, pero ¡oh, misterio!, ha desaparecido la llave del castillo.
            A partir de entonces se sucede una aventura en la que los hechizos, la magia negra, las desapariciones y toda la tópica parafernalia que suele acarrear este tipo de narraciones fantásticas pueden ser del agrado de un cierto público juvenil que quiera conformarse con un inverosímil sucedáneo de Harry Potter.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 10 de septiembre de 2016)

            

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