Escarlatina, la cocinera cadáver
Ledicia Costas
Anaya, 2015
En esta novela que acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura
Infantil y Juvenil 2015 se unen -ya desde el título- dos de los
temas que están más de moda en los últimos tiempos. Por un lado,
el repentino y acaso desmedido interés que este país ha encontrado
por todo lo que tenga que ver con los asuntos culinarios, de manera
que no hay cadena de televisión que no cuente con su propio programa
dedicado a la cocina o la gastronomía, entre cuyos destinatarios
últimamente se encuentra un público infantil al que se ha ascendido
a la categoría de chef. Por otro lado, el ya cansino aluvión de
publicaciones escatológicas, ésas que llevan su argumento a un
mundo de ultratumba poblado por vampiros enamorados, fantasmas
pueriles o personajes zombis, a menudo sin pretender aspirar a la
nobleza de la novela gótica, sino simplemente a conformarse con que
vivamos -o muramos- en un continuo Halloween.
De estos dos tópicos se nutre “Escarlatina, la cocinera cadáver”,
de Ledicia Costas (Vigo, 1979) -escrita originalmente en gallego y
traducida al castellano por la propia autora-, pero es precisamente
la unión de lo culinario con el desconocido mundo del más allá la
arriesgada receta que la escritora sabe cocinar con buen gusto para
agradar al exigente paladar de los jóvenes lectores. La novela
cuenta la historia de Román Casas, un niño de diez años que sueña
con llegar a ser un gran cocinero. Por eso les ha pedido a sus padres
un curso de cocina como regalo para el día de su cumpleaños, fecha
que curiosamente coincide con el dos de noviembre, Día de los
Difuntos. Pero lo que recibe no es un regalo normal, sino un paquete
enviado por el “Servicio de paquetería del Inframundo” y que
contiene nada más y nada menos que un ataúd con un cadáver en su
interior. La difunta es Escarlatina, una cocinera muerta hace un
mogollón de años que, para mayor sorpresa, viene desmontada en
piezas que el pequeño Román deberá unir siguiendo las
instrucciones que acompañan al curioso paquete regalo. Una vez
enroscadas las piezas, la “cocinera cadáver” volverá a la vida
y Román podrá recibir sus ansiadas clases de cocina, para las que
sólo dispone de tres horas, las que cuenta Escarlatina antes de
tener que volver al Más Allá. A no ser que la difunta vuelva
definitivamente a la vida, para lo cual es preciso que cocine con un
humano nacido el Día de Difuntos un manjar que guste por igual a
vivos y muertos, cuestión harto difícil si se tiene en cuenta que
los “habitantes del Más Allá” tienen unos gustos gastronómicos
que harían vomitar a los vivos con sólo pensarlo. Para ello Román
debe viajar con Escarlatina al Inframundo, donde se encontrarán con
sorpresas agradables -el reencuentro con el divertido abuelo de
Román, muerto hace unos años- y otras horribles, como el malvado
Amanito y sus secuaces, que tratarán de impedir con sus malas artes
que los dos jóvenes consigan el fin que se proponen.
Si consiguen sortear la aversión que puedan producirle el mundo de
los muertos –incluida la peculiar dieta que llevan los habitantes
del Más Allá-, los pequeños lectores se divertirán con esta
disparatada historia llena de aventuras y sorpresas, además de
enterarse de cuál es la receta de la que pueden disfrutar por igual
los vivos y los muertos. Las fúnebres ilustraciones de Víctor Rivas
también contribuyen, en aparente paradoja, a dar una viva expresión
al relato.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 2 de diciembre de 2016)
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