Cuentos
completos
Julio
Cortázar
Alfagura.
Madrid, 1994 (2 vol.)
Dos meses con la boca tocando tu boca de papel de carne de papel,
con un dedo tocando el borde de la boca de tu libro, tus libros,
todos los cuentos el cuento, empezando por La otra orilla,
sintiendo “la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son
las ausencias”, tal vez perdido en el “Océano multiforme, de
cabezas y senos henchido”, mientras voy nadando junto a Francis de
Mesnil con “los delfines, tristes como una boca posada en un
espejo”, sí tu boca y la mía, la misma boca que forma parte del
Bestiario y “está
mezclada con otras historias que uno agrega a base de olvidos
menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los
recuerdos”, resbalando a la vez que Las babas del diablo
se deslizan dentro de Las
armas secretas donde la
“Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de
doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se
mueven”, muda, sin atreverse a saber que “quizá contar sea como
una respuesta”, “corriendo inmóvil con el tiempo” y mirar
“porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la
menor garantía” de seguir inventando “fabricaciones irreales,
imaginar excepciones” antes de que Charlie Parker diga o piense o
toque, sí sólo toque con su boca en la boca de “esto lo estoy
tocando mañana”, a pesar de que “yo empiezo a entender de los
ojos para abajo, y cuanto más abajo mejor entiendo”, “viendo
pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo ¿te das cuenta?”
sí, no, no sé, “cuando no se está demasiado seguro de nada, lo
mejor es crearse deberes a manera de flotadores”, o bocas que
tocar y que nos toquen al Final del juego, cuando
uno se da cuenta de que “uno habla con vos y es como si al mismo
tiempo estuviera solo, y a lo mejor es por eso que uno habla con vos
como yo ahora”, también
para ser como vos, un axolotl y “abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente”, escuchando, no, tocando con mi boca las Historias de cronopios y famas, para “rellenar los huecos inevitables”, “nada más que para no sentir tan de cerca la lluvia de esta tarde vacía”, y avivar, a salivazos, Todos los fuegos el fuego hasta dejar las bocas y los ojos “tan ciegos como la sombra misma”, porque, en verdad, “lo único que vale la pena es que lo quieran a uno”, antes de pasar al Último round del segundo volumen, y a Octaedro para seguir tocando “la inútil necesaria retórica que no es consuelo ni mentira ni siquiera frases coherentes, un simple estar ahí, que es tanto”, tanta boca “que se me da soñando y despierto, que es un ahí sin asidero”
para ser como vos, un axolotl y “abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente”, escuchando, no, tocando con mi boca las Historias de cronopios y famas, para “rellenar los huecos inevitables”, “nada más que para no sentir tan de cerca la lluvia de esta tarde vacía”, y avivar, a salivazos, Todos los fuegos el fuego hasta dejar las bocas y los ojos “tan ciegos como la sombra misma”, porque, en verdad, “lo único que vale la pena es que lo quieran a uno”, antes de pasar al Último round del segundo volumen, y a Octaedro para seguir tocando “la inútil necesaria retórica que no es consuelo ni mentira ni siquiera frases coherentes, un simple estar ahí, que es tanto”, tanta boca “que se me da soñando y despierto, que es un ahí sin asidero”
“aunque
sea para estar otra vez cerca de él cuando se muera
como en aquella
noche de octubre, los cuatro amigos, la fría lámpara
colgando del cielo
raso, la última inyección de coramina, el pecho
desnudo y helado,los ojos abiertos que uno de nosotros le cerró llorando”
Alguien que anda por ahí pensando
“lo que se piensa, eso
llega siempre antes que uno mismo y lo deja tan atrás” porque
“todo lo que se posee es la muerte porque anuncia la desposesión,
organiza el vacío a venir”, como Un tal Lucas
en sus meditaciones ecológicas
aceptó tocar con su boca que “todo parece consistir en quedarse
una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de
sol que son las cosas más repetidas imaginables”
“que el lenguaje es un medio, como
siempre, pero este medio
es más que medio, es como mínimo tres cuartos”
“no se conocen límites a la imaginación
como no sean los del verbo”
Queremos tanto a Glenda que
la tocamos, nos tocamos con “tanta sangre en los recuerdos que a
veces uno se siente culpable de ponerles límites, de manearlos para
que no nos inunden del todo”, mientras a Deshoras
transgredimos “la
verosimilitud en busca de una verdad más honda y más última”,
para acabar pensando que “cuánta razón tiene Derrida cuando dice:
No (me) queda casi nada: ni la cosa,
ni su existencia, ni la mía, ni el puro objeto ni el puro sujeto,
ningún interés de ninguna naturaleza por nada. Ningún interés, de
veras, porque buscar a Anabel en el fondo del tiempo es siempre
caerme de nuevo en mí mismo, y es tan triste escribir sobre sí
mismo aunque quiera seguir imaginándome que escribo sobre Anabel”.
Tu boca. Y la
mía.
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