PLATERO
Y YO
Juan
Ramón Jiménez
Anaya.
Madrid, 2014
Ilustraciones
de Thomas Docherty
En diciembre de 1914 se publicó la primera versión de “Platero y
yo. Elegía andaluza”. Esta primera selección, que según Juan
Ramón Jiménez fue “hecha por los editores”, constaba de 63
capítulos y estaba destinada a formar parte de una colección
titulada Biblioteca de la Juventud para “Ediciones de la Lectura”.
La edición completa de 1917, compuesta entre 1907 y 1916, está
formada por 138 “estampas”, desde la titulada “Platero”, que
se inicia con algunas de las palabras más famosas de la historia de
la literatura (ya saben: “Platero es pequeño, peludo, suave...”),
hasta la última “A Platero, en su tierra”, en la que el poeta se
consuela ante la pérdida del “burrito de plata” con un
emocionado “vengo a estar con tu muerte”.
Así, entre la celebración de la belleza de la vida y el lamento
por las circunstancias adversas, transcurre este texto en el que el
propio Juan Ramón Jiménez expresa -en la previa “Advertencia a
los hombres que lean este libro para niños”- que “la alegría y
la pena son gemelas”. Lejos de la pretensión de escribir una
fábula (“no temas que vaya yo nunca a hacerte héroe charlatán de
una fabulilla”, le dice el autor a Platero), efectivamente las
estampas se suceden en la expresión de una realidad revelada con sus
luces y sus sombras. Del regreso a los lugares -reales o inventados,
tanto da- de una infancia feliz, a menudo habitada por la maldad, el
poeta va desgranando episodios que también podrían leerse como
cuentos o historias independientes. Hay capítulos en los que eleva
el sentimiento ante el espectáculo de “hermosura resplandeciente y
eterna” (“Las brevas”, “¡Ángelus!”) y otros en los que
una honda tristeza se hace eco de los sufrimientos cotidianos, de la
crueldad de los hombres o del dolor de las pérdidas (“La
carretilla”, “El perro sarnoso”, “La tísica”, “Lord”
). Pero también Juan Ramón es capaz de pintar, con el mismo dominio
del lenguaje poético, en una misma lámina un fresco donde se suceda
la feliz exaltación de los sentidos con el desasosiego que puede
producirle una situación injusta o un niño desamparado (“El pan”,
“Anochecer”).
Como bien se sabe, el paisaje de Moguer, el de sus calles, sus casas
y sus campos, es el de la infancia que en estas páginas recrea el
poeta, pero también es el reflejo de un país en un momento de
tránsito hacia una modernidad llena de incertidumbres. De ahí que
la mirada de Juan Ramón esté nublada por una cierta melancolía al
recordar un pasado que irremediablemente va a desaparecer, y que él
sólo puede recuperar con palabras llenas de poesía, emoción y
ternura. Esa memoria desde la que escribe el poeta, conecta, a través
de un lenguaje pleno de imágenes deslumbrantes, con la propia
memoria del lector, hasta el punto de reconocer que la belleza de la
prosa poética es, más que una vía estética para leer con todos
los sentidos, el camino más directo hacia el desvelamiento ético
del texto.
Entre las publicaciones que, con ocasión del Centenario de “Platero
y yo” -el libro más editado y traducido de la lengua española,
tras el Quijote-, se están llevando a cabo durante estos meses,
presentamos aquí la de Anaya, una cuidada edición que contiene unas
bellas y serenas ilustraciones de Thomas Docherty y un acertado
prólogo a cargo de Juan Mata Anaya.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 16 de agosto de 2014)
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