VEINTISIETE
ABUELOS SON DEMASIADOS
Raquel
López
Anaya.
Madrid, 2014
67
páginas
Para un niño de ciudad -incluso para un adulto que se haya criado
en ella- el pueblo representa un lugar que se haya al otro lado. Y no
sólo un espacio en el que no habitamos, sino más aún significa un
tiempo ya pasado, una época en la que, por definición, sólo
podemos adentrarnos a tientas por un camino de sombras. En el
imaginario urbano la vida rural se asocia con una posible realidad
donde siempre tiene cabida lo extraordinario, aquello que, al
alejarnos del cotidiano transcurrir de la ciudad, nos permite cambiar
nuestra monótona mirada, explorar nuevas experiencias y asomarnos a
ciertos abismos ya olvidados. El mundo rural es el territorio de
nuestros antepasados, aquellos que a través de sus recuerdos
-reales, transmitidos o inventados- han ido emitiendo el soplo cálido
o frío que alienta nuestra imaginación, pero sobre todo es el
paisaje de los cuentos que han contribuido a profundizar en ese lado
oscuro que nos habita desde la infancia.
De ahí que para Álex, el protagonista de “Veintisiete abuelos
son demasiados” (galardonado con el Premio de Narrativa Infantil
Vila D'Ibi 2013 y publicado en la Colección El duende verde de la
editorial Anaya), el día en el que su madre le castiga con pasar las
vacaciones de verano en el pueblo por haber suspendido inglés, se
convierta en el mejor día de su vida. Pero ya en el pueblo - de
“esos pequeños que no salen en los mapas”- a Álex se le
presentan situaciones increíbles a las que siempre responde con la
única frase que sabe decir de carrerilla en inglés: “I can't
believe it”. Porque en verdad no puede creer que la piscina del
pueblo esté vacía para que él pueda disfrutarla solito; o que a la
puerta de la casa de su abuela haya una fila india de veintisiete
abuelos; o que don Francisco, después de desayunar, le obligue a
tomar dos tazas de chocolate mientras le va metiendo churros en la
boca; o que un tal Facundo, personaje que parece venido del pasado,
le haga ordeñar a la Galabra para que su abuela le haga un arroz con
leche de cabra; o que doña Anita, la prehistórica maestra de su
abuela, le cuente, a golpe de bastón para que no se distraiga, la
rocambolesca historia del primer inglés que apareció por esas
tierras, allá por el año 1691; o que su abuelo le despierte de
madrugada para ir a recoger paja a lomos del burro Bartolo; o que
Fermín le enseñe a trenzar pajas para hacer un sombrero; o que una
vieja monstrua con guantes le amenace con una brocha si no le tiñe
sus canas con una masa pringosa... Así hasta que comprende que han
desaparecido todos los niños del pueblo y que debe encontrarlos para
librarse de tanto abuelo.
Sirviéndose de la narración en primera persona del niño que va
contando la historia, Raquel López (Ulea, Murcia, 1968) utiliza un
lenguaje coloquial muy apropiado para que disfruten de su lectura los
pequeños a partir de ocho años, aquellos que después de leer este
libro ameno y divertido no podrán más que desear tener un pueblo o
dos o tres -de sus padres o de sus abuelos- donde poder pasar un
verano en el “otro lado”, allí donde siempre suelen ocurrir las
cosas importantes de la vida.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 19 de julio de 2014)
Querido Marcelo, muchas gracias por tus palabras. Es una alegría encontrarlas tiempo después. Me siento muy honrada y afortunada al leerlas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Raquel López