Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

domingo, 22 de diciembre de 2019

Cien años de Juan Eduardo Zúñiga


Cien años de Juan Eduardo Zúñiga
Marcelo Matas de Álvaro
(Publicado en la revista "Estudios Bejaranos". CEB - Béjar, 2019. nº 23)


“Qué larga es la calle de la vida.
Qué secreta es la calle de los años”
Recuerdos de una vida

Juan Eduardo Zúñiga

                Traemos a estas páginas al escritor Juan Eduardo Zúñiga por tres razones. La primera es porque, a pesar de no haber nacido en Béjar, tiene profundas raíces en nuestra ciudad. La segunda se debe a que tenemos la inusual fortuna de poder celebrar, cuando aún está vivo, el centenario de su nacimiento. Y la tercera es que, como iremos viendo, se trata de un extraordinario escritor. Estos motivos nos llevarán a trazar primero un apunte biográfico y después una aproximación a su trayectoria literaria analizando, por medio de breves reseñas, todas sus obras publicadas.

Apunte biográfico
Antecedentes bejaranos
                El acercamiento a su biografía exige detenernos primero en una breve semblanza de sus antepasados bejaranos más cercanos. Para ello nos serviremos de los imprescindibles artículos Juan Eduardo Zúñiga, maestro de la literatura, publicados por Óscar Rivadeneyra en dos números de Béjar en Madrid en agosto de 2014. Después de afirmar que a través de su apellido podemos “vislumbrar las razones genéticas de una vieja tradición familiar alrededor de la literatura que ha fraguado en Juan Eduardo Zúñiga como su último vástago", el autor nos presenta a Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo (Béjar, 1886 – Madrid, 1969), padre de nuestro escritor centenario. A juicio de Rivadeneyra, Toribio Zúñiga “es el más ilustre de los bejaranos del siglo XX”, convencimiento sustentado en que fue el “creador de la moderna farmacología española” y que como doctor en farmacia contribuyó a la fundación de la Real Academia, institución de la que fue su primer presidente y secretario perpetuo. Junto a diversos “títulos, honores y condecoraciones", también fue
Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo
nombrado farmacéutico de la Casa Real hasta la salida de Alfonso XIII en 1931.  Además, desde 1909 a 1923 regentó su propia farmacia en la calle Fuencarral de Madrid, donde durante un tiempo empleó como mancebo de botica a Ramón J. Sender, más tarde reconocido escritor con obras como Crónica del alba o Réquiem por un campesino español. Aparte de todos estos méritos profesionales, Toribio Zúñiga fue el fundador en 1917, junto a Julio Muñoz García, del semanario Béjar en Madrid, tan relevante en el devenir social y cultural de nuestra ciudad durante el último siglo. En 1911 se casó en Béjar con la granadina Emilia Amaro, con quien tuvo dos hijos. Rivadeneyra continúa repasando la genealogía de Juan Eduardo Zúñiga, como su abuelo paterno Juan Bautista Zúñiga Rodríguez, alcalde de Béjar en 1909, el padre de éste Toribio Zúñiga Campo, constructor de la Fuente del Duque, o el abuelo de éste Francisco Zúñiga y Vivás Tórtoles, a su vez hermano “del último poseedor del título de mayorazgo que Carlos V había otorgado en el siglo XVI a su lejano antepasado, también escritor célebre, don Francés de Zúñiga”.

Juan Eduardo Zúñiga Amaro
                Centrándonos ya en el escritor que nos ocupa, señalamos que Juan Eduardo Zúñiga Amaro nació el 24 de enero de 1919 en Madrid. Según cuenta en su último libro publicado -Recuerdos de una vida, una suerte de memorias que el propio autor describe como “escenas sueltas” de su biografía-, a los siete años tuvo que permanecer en cama durante varios meses debido a una afección pulmonar, lo cual supuso un “período de iniciación a la vida que le esperaba”, convalecencia que el propio Zúñiga relaciona con la vocación literaria de otros escritores. Así, la soledad unida a cierta debilidad física fue conformando la “actitud vital de quien se asoma a la ventana” para convertirse en “avaro captador del mundo visible”, con el añadido de que precisamente en esa época comenzó su afición a la lectura, sobre todo de las novelas de aventuras de Salgari y Verne.
                Otra “escena” que se revelaría como fundamental para su posterior vocación ocurrió a los trece años, cuando halló un folleto en el jardín nevado de su casa. Era de una editorial que se anunciaba con la novela Nido de nobles, de Iván Turguéniev. A partir de la lectura de esta obra se inició su amor por la literatura rusa -y más tarde por las literaturas eslavas-, atraído por el deseo de conocer su vasto territorio, su lengua y la vida de sus escritores, sobre todo de los grandes autores del siglo XIX que le permitían “una visión romántica que me sustraía a mi propia realidad”. Como iremos viendo, esta pasión, que se fue conformando como una “rara aventura intelectual”, tendría eco en su posterior producción literaria en forma de ensayos, traducciones, ediciones, artículos, reseñas, prólogos a las obras de algunos de estos autores e incluso una especie de guía-ensayo con el libro Sofia (1990) dedicado a la capital búlgara.
                Igualmente determinante para su obra fue la “terrible” experiencia de la guerra civil, vivida durante sus tres años en el asedio de Madrid, donde sufrió, como el resto de los vecinos, los destrozos de las viviendas y las calles, la escasez de alimentos, los peligros de los bombardeos y la persecución política. Atravesó esos tres años, de los que pasó más de uno sin poder salir de casa por carecer de documentación, “bajo una presión negativa que me aportó bien poco, salvo la crisis de ideas que vino a modificar las que había recibido del pensamiento paterno”. Ese cambio ideológico -al que se refiere también el artículo de Ribadeneyra al señalar el choque de las ideas más abiertas del joven Juan Eduardo con las de don Toribio, un “caballero monárquico, religioso y conservador”- derivaría en los años de la posguerra en la asistencia a tertulias literarias, encuentros y reuniones clandestinas con otros escritores de su generación, algunos destacados autores del social-realismo más comprometido políticamente, como Antonio Ferres, Armando López Salinas, Jesús López Pacheco o José María de Quinto. Esa vinculación ideológica le llevaría a militar en el PCE desde 1958 hasta 1964.
                En 1938, cuando tenía 19 años, fue llamada su “quinta” para el reconocimiento médico previo al envío de los jóvenes soldados a la trinchera. Su “lamentable delgadez y las gafas” hicieron que se librara de ir al frente y fuera declarado para “Servicios Auxiliares”, circunstancia que más tarde inspiraría su primera novela, escrita bajo el expresivo título de Inútiles totales.
                Estudió Bellas Artes y Filosofía y Letras, especializándose en lenguas eslavas. Publicó su primer artículo en 1943 en la revista El Español, expresando su opinión –según el propio Zúñiga, “poco autorizada”- sobre la relación entre Turguéniev y la cantante Pauline Viardot, y el primer relato titulado Marbec y el ramo de lilas en 1949 en la revista Insula. A partir de ahí fue publicando cuentos en diversas revistas literarias –Índice de Artes y Letras, Acento, Triunfo o Sábado Gráfico-, lo cual ya anticipa su preferencia por el relato corto como género literario, convencido de que “es una réplica de su discontinuidad de acontecimientos en la vida, de la brevedad de los periodos diarios de una persona”, aunque también lo justificara de manera irónica aludiendo a que el cuento “tiene la medida de mi respiración”. Como hemos apuntado, fue aficionado a las tertulias que en los primeros años de la posguerra se celebraban -”con la natural vigilancia policiaca”- en distintos lugares de Madrid –Café del Prado, Los Cocodrilos, el Café Universal, El Gato Negro, el Café Royal…-, pero a partir de 1946 fue asiduo de la tertulia que se reunía los sábados en el café Lisboa de la Puerta del Sol. A ella acudían, entre otros, el editor Arturo del Hoyo, el crítico literario José Corrales Egea o los escritores Francisco García Pavón y Antonio Buero Vallejo. Se leían los propios textos, se intercambiaban opiniones literarias y se prestaban libros que estaban prohibidos.
Juan Eduardo Zúñiga Amaro

                Después de la autoedición en 1951 de la novela corta Inútiles totales, en 1962 publicó El coral y las aguas, galardonada en 1959 por la revista Acento Cultural del SEU, pero, tal vez por tratarse de una alegoría alejada del realismo testimonial de la época, no fue valorada en toda su importancia y significado por la crítica de entonces. Su pasión por la literatura rusa, le lleva en 1977 a publicar el ensayo Los imposibles afectos de Iván Turguéniev, un documentado relato biográfico que supuso una rara aparición en las letras españolas del posfranquismo. En 1980 publica la colección de cuentos Largo noviembre de Madrid, primer volumen sobre la guerra civil que con los años conformaría su celebrada Trilogía. A partir de ahí, como iremos viendo cuando repasemos cada una de sus obras, continuó publicando ensayos, novelas, colecciones de cuentos y hasta un pequeño libro de memorias.
En 1956 se casa con la también escritora y editora Felicidad Orquín, con quien tuvo una hija. Además de otros reconocimientos por algunas de sus obras, en 1987 recibió el Premio Nacional de Traducción por la versión castellana de las obras del escritor portugués Antero de Quental y en 2016 el Premio Nacional de las Letras Españolas al conjunto de su obra.

Vinculación con Béjar
                A pesar de que sólo hemos encontrado una referencia a Béjar en su obra -precisamente en Recuerdos de vida-, este apunte es lo suficientemente significativo como para que pensemos que al menos durante su infancia y juventud no serían raras las periódicas visitas de Juan Eduardo Zúñiga a Béjar, teniendo en cuenta además la estrecha vinculación de su padre con nuestra ciudad, cuya prueba más visible es la cofundación y dirección del semanario Béjar en Madrid. Al final del primer capítulo -titulado La calma es mi libro- de ese breve libro de memorias Zúñiga escribe: “Había acabado la guerra civil. Era 1939. Fui al pueblo de mi familia, en la provincia de Salamanca, y una mañana en la oficina de correos entablé conversación con una joven desconocida, de la que luego me contaron que era hija de un maestro comunista que había sufrido cárcel y persecución”. La cotidianeidad que expresa esta escena, a pesar de las terribles circunstancias que se vivían al inicio de la posguerra, indica que era habitual que el joven Juan Eduardo se paseara por las calles de nuestra ciudad.
                A esta vinculación también se refiere Ribadaneyra en los artículos citados, cuando afirma “la relación con Béjar que nunca ha olvidado nuestro escritor, “maestro de la literatura”. Primero en sus escritos en Béjar en Madrid y después con la difusión de la colección fotográfica que de la Béjar antigua había recopilado su padre, y que Juan Eduardo ha cedido para diversas exposiciones tanto en nuestra ciudad como en Salamanca.”

El escritor secreto
                Además de haber sido calificado por la crítica literaria más exigente como “magistral narrador” (Constantino Bértolo, 1990); autor que “compagina los dos aspectos profundos de la producción y la creación de la literatura” (Rafael Conte, 2003); “Uno de los autores españoles que mejor plasma compromiso y literatura” (Winston Manrique Sabogal, 2008); defensor de una “cultura basada en la ética y en la dignidad humana” (Víctor Andresco, 2010); “su obra es comparable a la de todos los grandes moralistas” (Gustavo Martín Garzo, 2011); “alguien que, como pocos, merece el calificativo de maestro” (Eloy Tizón, 2017); supuso la “vanguardia de la posguerra (…) desde el punto de vista político tanto como estético” (Ignacio Echevarría, 2019); “uno de los mejores escritores de cuentos de la segunda mitad del siglo XX y de las primeras décadas del XXI” (Luis Beltrán Almería y Ángeles Encinar, 2019); se ha destacado cierta invisibilidad en la obra y la persona de Juan Eduardo Zúñiga. Así, se ha afirmado que es “un escritor tan ineludible como casi secreto” (Miguel García- Posada, 1995); “Un escritor secreto que es dueño de una de las obras más importantes de nuestra literatura contemporánea” (Luis Mateo Díez, 2003); “Ha sido un escritor al margen en una literatura donde abunda mucho más la previsibilidad y ha permanecido ajeno a los medios de sociabilidad literaria” (José-Carlos Mainer, 2010). El propio Zúñiga en una entrevista en el diario El País en 1992 afirmaba que “no soy combatiente en esos círculos de literatos”. Es posible que ese secretismo voluntario -Manuel Longares, amigo de nuestro escritor, en un artículo precisamente titulado El escritor secreto (2019) alude a que Zúñiga siempre ha estado “decidido a que nadie supiera de su existencia literaria sino cuando el lector accediese a su obra porque sí, sin pretensiones comerciales o publicitarias”- sea la causa, junto a la desidia de cierta crítica poco atenta a la calidad de sus primeras producciones, de que Zúñiga no haya obtenido hasta hace tan solo unos pocos años el reconocimiento que la calidad de su obra merece.

Breves reseñas de sus obras
Inútiles totales

                Como hemos dicho anteriormente, la propia experiencia de Zúñiga cuando fue declarado “inútil” para acudir al frente en plena guerra civil le inspiraría años más tarde la novela corta Inútiles totales, autoeditada en 1951 y no vuelta a reeditar hasta este año en que se celebra el centenario de su nacimiento. El tinte autobiográfico que ya se percibe en la misma gestación de la novela se hace visible en la propia caracterización de Cosme, personaje que comparte protagonismo con Carlos, ambos unidos por la condición de ser considerados “hombres a medias” por una sociedad necesitada de jóvenes capaces de luchar en las trincheras. A Cosme se le describe como “un tipo anémico y alto (...). Tenía gafas”, rasgos coincidentes con los de Zúñiga. A ello se unen otras características del autor, como son su afición por el arte y la literatura. La amistad de los dos jóvenes se trunca en la segunda parte de la novela, cuando aparece una mujer que será motivo de disputa y causa de la ruptura entre los dos amigos. En el Madrid asediado de la guerra, los dos protagonistas certifican la condición de su “inutilidad total” resumida en su doble incapacidad para la guerra y para el amor. A este modelo del “hombre inútil” -un “dandy de la alta sociedad”- se refiere Zúñiga en su estudio sobre la vida y la obra de Iván Turguéniev, quien a su vez toma el arquetipo de Aleksander Pushkin, autores ambos que tanto influyeron en su vocación y trayectoria literaria. 


El coral y las aguas

                Publicada inicialmente en 1962 y no reeditada hasta 1995, El coral y las aguas es una novela singular en la trayectoria literaria de Zúñiga. Alejada de los postulados realistas a los que acostumbraba la literatura española de mediados del siglo XX, esta novela se sitúa en la Grecia de Alejandro Magno para, de forma alegórica, representar la decadencia de la sociedad en la que habitaba el autor. De ahí que, a pesar de no servirse expresamente de los mecanismos de la novela realista para hacer la consabida crítica a la sociedad -a la injusticia, la represión y la miseria- de entonces, se hace evidente la alusión de esta ficción a aquella realidad. Así, cualquiera puede identificar a los tiranos, que “deberían temblar ante dos hombres que hablen de ellos con tranquilidad y reposo”; a “la ciudad en ruinas que quedaba a sus espaldas”; o a la patria que tenemos derecho a conquistar según los deseos de “nuestro corazón”. Pero el elemento alegórico esencial es precisamente el que hace referencia al título de la novela, el coral -”una planta tierna cuando estaba debajo del agua”- resiste la fuerza del mar y va creciendo lentamente hasta que al salir a la superficie “toma la dureza de una piedra y se convierte en una alhaja”. Así, el secreto de lo sumergido e ignorado -vale decir de lo resistente ante las hostilidades del mundo- emergerá con la fuerza de lo nuevo -vale decir también con la lucha como la única esperanza para que sea posible la creación de una sociedad distinta-. El simbolismo de esta novela ambientada en la antigua Grecia de los mitos, las profecías y los enigmas que trasmitían ciertas narraciones orales, exigía un lenguaje poético que pudiera desplegar esa suerte de realismo metafórico que se propuso el autor. Estilo que se plasma en imágenes deslumbrantes como “la mujer acabó por esfumarse en un vuelo de luciérnagas azuladas”.

Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev

                Este ensayo, publicado en 1977 con el título Los imposibles afectos de Iván Turguéniev y reeditado en 1996 bajo el nuevo nombre de Las inciertas pasiones…, es una aproximación a la biografía y a la obra del gran escritor ruso. Sin duda, la admiración de Zúñiga por Turguéniev está en el origen de esta especie de homenaje al escritor que le “abrió, en edad muy temprana, el camino del mundo literario”. Uno de los mayores méritos del libro, además de fluir mediante una prosa limpia y precisa, es el rastreo de las huellas que indican la vinculación de ciertos aspectos de la vida de Turguéniev con sus obras. Así, la presencia de una madre “tiránica que personifica las formas dictatoriales que rigieron toda la vida de Rusia” y de un padre severo, frío y lejano, hacen que el joven Iván buscara “refugio en la naturaleza o en el jardín (donde) proyectó su incertidumbre o su melancolía en la diversidad de los elementos naturales, que vinieron a reflejarse en su propia vida interior”. Esa falta de afecto en la infancia y el ambiente de desavenencia familiar se refleja en pasajes de su novela Primer amor y seguramente determina su “personalidad introvertida y compleja”, con tendencia a la ingenuidad, la debilidad y el fatalismo. Zúñiga centra parte del ensayo en la relevancia que tuvo la extraña relación de Turguéniev con la cantante de origen español Paulina Viardot, pues aparte de que esta incierta pasión le llevara a convivir largas temporadas con ella y con su marido en su residencia francesa, tan singular vínculo inspiraría ciertas caracterizaciones femeninas y situaciones amorosas de algunas de sus obras. Igualmente, como cabría esperar, el ambiente de sus novelas, cuentos y obras de teatro son el reflejo del mundo aristocrático al que pertenece, de manera que muchos personajes son fieles representantes de esa sociedad, siguiendo así su convencimiento de que “No he podido nunca crear nada que viniera sólo de mi imaginación. Para hacer un personaje necesito a un hombre vivo”. Su ideología liberal, más próxima a una aspiración reformista –basada en la labor educativa y sanitaria- que a un fervor revolucionario, le haría posicionarse críticamente contra el régimen zarista que albergaba una sociedad de carácter feudal. De ahí que, aparte de apreciarse una actitud de denuncia en algunas de sus obras, se interesara por la cultura y el tipo de sociedad más abierta que se estaba dando en occidente, en especial en Francia, donde residió durante largas temporadas. Sus inquietudes intelectuales y literarias le llevaron a relacionarse con los grandes autores de la época como Maupassant, Flaubert, Tolstoi o Dostoievski, escritores con los que a lo largo de los años mantuvo una copiosa correspondencia.
Este ensayo de Zúñiga se presenta como imprescindible para conocer la relación entre la vida y la obra del escritor ruso, paralelismo que se resume en el convencimiento de que “gran parte de los argumentos de Iván Turguéniev no son más que la crónica de un fracaso vital cuyas consecuencias se arrastran largos años como una grave culpa”. El “atormentado mundo interior” de Turguéniev alumbró una obra excepcional, cuyo lema, según Zúñiga, podría ser “El alma ajena es un bosque sombrío”, expresión acuñada por el propio autor ruso.

La trilogía de la Guerra Civil

                Bajo este título se agruparon en 2011 tres libros de cuentos publicados anteriormente: Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003. Premio de la Crítica y Premio Salambó), con el añadido de dos nuevos relatos. Este volumen supone la cumbre artística en la trayectoria literaria de Juan Eduardo Zúñiga, pues en él se une de forma magistral la alta calidad estilística de la obra con la profunda dimensión ética que se revela en cada relato y, por extensión, en el conjunto de ellos. La unidad de la obra, en la que cada cuento puede concebirse como un episodio de la historia general que narra la desolación de los personajes en una ciudad -Madrid- asediada por la guerra y de las penalidades sufridas en los primeros años de la posguerra, hace que pueda leerse como una novela, una narración que, como hemos visto, surge de la “terrible” experiencia del propio autor, condición que en este caso supone una garantía, más que la de suscitar en el lector la mera verosimilitud de los hechos narrados, la de asistir a la certeza de que aquello que se cuenta tiene el profundo valor de la verdad. De igual forma, cada relato se puede leer como una metáfora total de la guerra civil y de la posguerra, fatalmente habitadas por el dolor, el miedo, el odio y la miseria como las trágicas consecuencias del conflicto bélico, pero también por el amor como la única esperanza posible en medio de la barbarie.
                En la calidad estilística de estos cuentos, en la fuerza narrativa amplificada por la magnitud abarcadora de la frase de Juan Eduardo Zúñiga, se puede reconocer el largo palpitar, la continua expansión de la voz arrojada al centro del estanque de Faulkner, pero también siguiendo la misma estirpe, el eco cadencioso, tan agónico en el postergado final del párrafo, de Onetti, o ya en España, se puede rastrear el cuidado por las palabras exactas de Baroja o la voluntad de estilo elevado de Benet. Igualmente la dimensión ética nos revela “los entresijos del alma humana” de Turgueniev, “la marca dolorosa de las ilusiones frustradas” de Chéjov o el compromiso ético con los perdedores que comparte con los escritores españoles de su generación. Para Luis Mateo Díez, amigo y admirador de Zúñiga, esta obra es “la verdadera expresión literaria de la contienda”.
                En este sentido, si hay un hilo que enhebra los relatos de esta trilogía y que a menudo aparece en los textos como una letanía, es la inquietud de que lo ocurrido “en estos meses tan negros” pueda permanecer en la memoria o sea pasto del olvido. Así, en un relato de Largo noviembre de Madrid dice el narrador en primera persona que “nada se olvida, todo queda y pervive. (…) Todo pervivirá: sólo la muerte borrará la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que fueron los años que duró la contienda” (Noviembre, la madre, 1936). En La tierra será un paraíso la voz de un personaje inicia un cuento diciendo que “Pasarán unos años y lo olvidarás todo, te quedará vacía la cabeza”, para más adelante continuar con “lo que se vive apenas deja huella, todo pasa velozmente y se esfuma como si la memoria fuera una lámpara que lentamente se apagase” (La dignidad, los papeles, el olvido). En Capital de la gloria un personaje cuenta que “pasarán unos años y olvidaremos todo esto y lo que ahora vivimos nos parecerá un sueño: los bombardeos, los frentes, la falta de comida, las traiciones: todo pasará” (Los mensajes perdidos). En el último párrafo de uno de los dos nuevos cuentos que se incluyen en el volumen de La trilogía otro personaje dice que “pasarán unos años y olvidaremos todo, olvidaremos los bombardeos, las casas destruidas, el hambre, las ilusiones y errores, y nos extrañará los pocos recuerdos que guardamos. Lo que hemos vivido parecerá un sueño” (Invención del héroe). En otro cuento se vuelve a repetir que “Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño, y será un tiempo del que no convendrá acordarse” (Ruinas, el trayecto: Guerda Taro). Pero a Zúñiga sí le convino acordarse, de ahí que el compromiso ético del escritor no sea otro que el de empeñarse en rescatar “aquella cabalgata ennegrecida” de la inevitabilidad del olvido, utilizando para ello el mecanismo de la ficción como la forma más profunda para que la verdad de lo ocurrido permanezca en la memoria.

El anillo de Pushkin

                Este ensayo publicado en 1983 –y que junto a Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev se reeditó en 2010 en un volumen titulado Desde los bosques nevados (galardonado con el Premio Internacional Terenci Moix)- bien pudiera considerarse una introducción o un pequeño manual para tratar de adentrarse, como quien pretende internarse en su inabarcable geografía, en ese inmenso espacio literario trazado por los escritores rusos. Dividido en cortos capítulos que, a modo de pequeños ensayos, se van encadenando hasta formar una unidad con la que se armoniza el sentido final de la obra, Juan Eduardo Zúñiga propone una “lectura romántica de escritores y paisajes rusos”. Esa lectura romántica se apunta en el prólogo como la “evocación de un entusiasmo juvenil” por personajes, episodios, paisajes, historia, arte, costumbres y escritores de la literatura en lengua rusa. Así, en cada capítulo cuenta, con una concisión y una profundidad admirables, un aspecto que nos revela su particular homenaje a ese extenso ámbito literario: La azarosa historia de la joya que pasa de un escritor a otro, en la entrada El anillo de Pushkin; las ciudades de Moscú y San Petersburgo como escenarios literarios, en Cabezas doradas; la belleza, el desaliento, el amor, la resistencia y la soledad femeninas, en Mujeres leídas, soñadas; la comunicación a un lector particular de pensamientos reservados, en Mensaje confidencial; la voz cálida de los zíngaros, en Canción gitana; Pedro I con su postura altanera y su corona de laureles en su duro pedestal, en Una estatua en San Petersburgo; la falsedad de la revolución idealizada, en Los rebeldes; enamoramientos juveniles o al borde de la vejez, apasionados o ingenuos, en Los distintos amores; la reivindicación del escritor, en Andreiev, terrible y olvidado; el recuerdo escrito de Ehrenburg, Paustovski, Figner o Tolstoi, en Las memorias; la permanencia en los corazones rusos de su gran poeta, en Pushkin: pervive la poesía; vidas y novelas con conflictos familiares, en Padres e hijos; la voz del fluir de los anchos ríos, en Lengua rusa; los huérfanos que marchan a la par de la Historia, en Eterna cuna de Nikola Rubtsov; el bosque como metáfora del alma rusa, en La tristeza, los campos; la espesura interior de uno mismo, en Bosque sombrío; el joven idealista, el viejo reaccionario, en El doble Dostoievski; la invención de la propia muerte, en Lermontov: la pasión de morir. Una veintena de capítulos que nos cuentan, con la precisa y elegante prosa de Zúñiga, “la vida irremediablemente desaparecida que Pushkin, Turguéniev, Chejov y cientos de otros escritores, han pintado con tanta exactitud”.

Misterios de las noches y los días
Conjunto de relatos (1992) que, a través de una prosa sutilmente destilada para hacer posible el surgimiento de la emoción, nos revelan el temblor del misterio. Una imaginación no desbordada por la fantasía exaltada y gratuita, sino contenida en la cotidianeidad de las noches y los días, descorre la leve cortina que aparentemente delimita la realidad para mostrar lo que se esconde al otro lado. Es el descubrimiento de lo inexplicable, esa cualidad que torpemente atribuimos a todo lo que no se ajusta a la vida pedestre y ramplona y que sin embargo forma parte indisoluble de nuestro mundo ordinario, hacia donde nos lleva Zúñiga en la lectura de estos relatos situados en la indefinición de un lugar y un tiempo nunca expresados. En cada uno de ellos, titulados sólo con artículo y sustantivo –“La esfinge”, “El jugador”, “La noche”…-, aparece la “materia” misteriosa en el “espíritu” de la propia vida, pues es en la ilusionada mente del personaje donde se presenta el deseo por el amor perdido, la pasión por ciertas ausencias, el espectro de los dolores pasados, la sombra de la tristeza por venir, el delirio de causas ajenas, el inevitable encuentro con la muerte… En definitiva, el común, íntimo temblor que, como en un espejo, siempre refleja la incomprensible realidad que nos circunda. “Sí, yo tenía que encontrar a aquel autor de relatos en los que tan claramente se rompía el cerco destructor de los prejuicios y se proponía la belleza del albedrío” (La esposa). “Con una mano aterida quiso apartar la oscuridad que le rodeaba” (El perdón). “Cerró los ojos para invocar lo que yo era y todo el cuerpo fue viento en una llama” (El embrujo).

Flores de plomo

                En la introducción que escribió a una edición de Artículos sociales de Mariano José de Larra (1967) ya se reflejaba la admiración de Zúñiga por el escritor romántico, en cuya visión de la realidad española también se reconocía nuestro autor -”Tú eres literato y escritor y ¡qué tormentos no te hace pasar tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia de otros, por el rencor de muchos!”-. Seguramente esta afinidad con el personaje -con el compromiso en su vida y en su obra- le llevó a publicar en 1990 Flores de plomo (galardonada con el premio Ramón Gómez de la Serna de ese año) un conjunto de relatos que giran en torno al suicidio de Larra. Esta unidad, como sucedía con otras obras anteriores, permite que pueda concebirse como una novela en la que, además de suponer un personal homenaje a Larra, se deja ver una crítica a la sociedad de ese tiempo, de lo que sucedía en la política, en el palacio y sobre todo en la calle, aquello que precisamente “motivaba sus artículos de crítica”. Pero también esta obra es una celebración de la literatura, un alarde de lo que se puede hacer novelando la circunstancia de la muerte de un escritor, mediante estampas de los momentos significativos de los últimos días, yendo atrás y adelante -hasta llegar a hacer en el último relato de la obra una analogía con el suicido del escritor Felipe Trigo sucedido en 1916- en el tiempo narrativo, como si la muerte de Larra hubiera sucedido ya, pero también esté a punto de acontecer o no vaya a ocurrir nunca. Y todo a través de la prosa de largo aliento con la que Zúñiga nos vuelve a revelar que la belleza del lenguaje -expresada ya en las primeras líneas del relato: ”Desde los baldíos de Santo Domingo y Leganitos, un viento duro sopla briznas de nieve y sacude los bordes de la capa hasta enredar las piernas y obligar a la mano enguantada a sujetar el ala de la negra chistera...”-, esas palabras sencillas que se deslizan con la cadencia y la precisión de las agujas del reloj, es la que introduce en el lector la misma sensación de frío que el protagonista, la mano del misterio que aparece, entre las imaginadas voces del amor, en la oscura, atormentada noche de la vida.
                Al igual que ocurría con La trilogía de la Guerra Civil el autor parece expresar también con esta obra la necesidad de que, por medio de la escritura, permanezca en la memoria la vida y el legado del escritor romántico, ya que “Pasarán unos años y olvidaremos a Larra. Se olvidarán sus artículos satíricos, se olvidarán sus amores, su mordacidad, su final lamentable, porque fue un descontento, un censor de cuanto le rodeó en su época y la verdad es que sólo se recuerda a quienes nos hacen felices, aunque sea con engaños”. “Y las pesadas coronas, los adornos de cinc y las flores de plomo, sin aroma alguno, sin brillo ni color, querrían ser testimonios de inalterable memoria, pero sus fríos metales, que la lluvia ajaría, anunciaba imparable olvido”.

Brillan monedas oxidadas

                En la estela de Misterios de las noches y los días, esta colección de cuentos publicada en 2010 se sirve del halo enigmático creado por ciertas atmósferas para sugerir, con su habitual simbolismo, contingencias más allá de lo narrado. Dividida en tres partes encabezadas con misteriosos títulos (La fuerza del vendaval agitaba las cortinas como un gran pájaro...; Se olvidan tantas historias de orgullosa pasión y de rebeldías...; Sus vidas eran demasiado iguales...), algunos de los mejores cuentos son El festín y la lluvia, magnífico juego de diálogos en una habitación refugio de la intemperie, que nos trae ecos de Chéjov y del Joyce de Los muertos; Jazz session, en el que las “consagraciones y derrotas” de la vida se mueven al embriagador ritmo de los “sueños ajenos”; El ramo de lilas, donde aparece una mercería que, insólita entre el húmedo y sombrío ambiente de un puerto, hipnotiza la voluntad de los hombres abatidos; El campanario de San Sebastián, la libertad de poder elegir un “camino perdido” que lo aleje a uno de la dureza del destino. En algunos relatos de la tercera parte aparecen situaciones y personajes reales, como la espera de la llegada de Kafka a Madrid en No llegará el sobrino de Praga, o el suicidio del poeta portugués Mario de Sá-Carneiro, amigo de Fernando Pessoa, en París, última decisión. El título del libro -el oxímoron Brillan monedas oxidadas- tal vez tiene misteriosa correspondencia con la canción gitana que encabeza el cuento El camino de Santa Bárbara: “Acatamos la orden / que nadie nos da, / vamos a ninguna parte / por caminos sin fin”.

Fábulas irónicas

                Casi coincidiendo con el centenario de su nacimiento, Zúñiga nos presenta Fábulas irónicas (2018), una gavilla de relatos en los que se sirve del fraseo austero, preciso y acotado que exigen los cuentos clásicos, un estilo, por tanto, alejado de la complejidad formal a la que nos tenía acostumbrados otros textos de su obra. Sin embargo, el autor sigue siendo fiel a cierta estética transparente con los sucesos contados, de manera que aquellos relatos y estas fábulas nos traen –en la verdad que traslucen las palabras- ecos que revelan sabidurías antiguas. A través de la recreación de algunos episodios históricos, Zúñiga nos habla de las Benéficas aguas del olvido, necesarias para hundir el recuerdo de una noche nupcial en el lecho del frío; de los Miles ojos cegados por un malvado bizantino que anticipó modernas formas de gobierno; de Una tenaz desobediencia que fuerza al tirano a seguir siendo lo que es; de Un escrito en las paredes sobre las crueldades de un rey a quien al final no le queda más remedio que adentrarse solitario en el desierto; de la Huelga de hambre en Roma que ingenuamente apuntala el designio cruel de Nerón; de El magnate y el bufón, quien se sirve de la codicia del rey para detener para siempre el puño que le golpea la cabeza; del Sublime ejemplo del magnate que, al emular al Estilita, acabó sufriendo las mismas bajezas que cualquier mortal; de Arquímedes, intelectual comprometido, tan ensimismado en su quehacer científico que perdió de vista su propia vida; de Odio y amor, puñales que necesariamente se deben lanzar para cumplir la venganza; de Venenos e idiomas que inmunizan la boca del rey políglota, pero no su garganta atravesada por la espada. Al placer de la lectura se suma el exquisito cuidado de la edición de Nórdica, más lucida aún con las espléndidas ilustraciones de Fernando Vicente, imágenes que contribuyen a que el lector vaya descubriendo la ironía que subyace en cada fábula.

Recuerdos de vida

                Su última obra publicada (2019) se aparta de la ficción y de los ensayos que han caracterizado su bibliografía, para pasar a contarnos aspectos de su vida en un librito de 118 páginas. Por tanto, no es un volumen de memorias al uso o una autobiografía exhaustiva de sus años pasados, sino, como bien apunta Zúñiga en el breve prólogo, un puñado de “escenas sueltas, desconectadas en apariencia” que, sin embargo, “tienen un hilo invisible que las cose, finos tendones y venas (que) las vitalizan”. Así, la secuencia de estos “fragmentos borrosos” no es lineal, aparecen adelante y atrás en el tiempo según se van presentando en el “fabuloso depósito de la memoria”. Sin embargo, Zúñiga encabeza cada uno de sus cinco capítulos con un título que pretende dar cierta unidad a los recuerdos que en él se refieren. En La calma es mi libro relata el surgimiento de su vocación literaria, motivada -como hemos visto al principio de este trabajo- por una larga convalecencia debido a motivos de salud y por el encuentro casual con una novela que le atrajo poderosamente. Sus recuerdos le traen, entre otros, “el tiempo lejano” en el que una mujer le enseña a escribir, su posterior afición a la egiptología y su primer acercamiento a la obra de Turguéniev y de los escritores rusos. Como hemos visto más arriba, esta entrada concluye con la escena ocurrida en el “pueblo de mi familia, en la provincia de Salamanca”. En el segundo capítulo titulado Cruzo por lugares de otros tiempos apenas habitados, cuenta la mudanza que hicieron desde el “hotelito solitario” de la plaza de Bilbao, donde había nacido, al barrio de Prosperidad, a un 4º piso “de una casa muy poblada”, en la que viviría el tiempo de la República y la guerra civil. Después de referirse a algunas experiencias y sensaciones ocurridas en aquellos “terribles años”, Zúñiga nos habla de sus primeras amistades relacionadas con sus inquietudes intelectuales y literarias y su asistencia a algunas tertulias clandestinas en el inicio de la posguerra. Bajo el nombre La visión del Este como un sueño, una irrealidad, la tercera entrada se centra en su interés por la literatura y el mundo eslavo, por sus lenguas, sus escritores y la vasta geografía que abarca. Al hilo de esta apasionada afición cuenta cómo tuvo la audacia de colaborar en una editorial que pretendía sacar libros sobre temas internacionales, atrevimiento que le posibilitó la publicación de dos libros divulgativos: Hungría y Rusia en el Danubio o La historia y la política de Bulgaria. En 1947 viajó a Lisboa, la primera salida que hacía al extranjero, preludio de su interés por viajar a ciudades de otros países, como París, destino soñado para tantos españoles de entonces y a donde no pudo ir hasta 1955. Mientras tanto sentía que vivía en una “ciudad provinciana, rota, pobre, vacía, seca, polvorienta”, y en ese panorama se veía como “un pobre muchacho obligado a vivir entre decoraciones de purpurina en un escenario de hierro”. En el capítulo cuatro titulado Hombres y fantasmas relata el pasaje en el que fue declarado inútil para acudir al frente y a partir de ahí el inicio de la posguerra, los primeros relatos que escribió en 1945 y 1946 y que pretendió publicar –sin éxito- en 1953 bajo el título Ocho historias falsas. Continúa con la asistencia a reuniones clandestinas y tertulias literarias, donde va conociendo a los escritores de su generación. El capítulo incluye el encuentro con Felicidad Orquín, con quien se casa en 1956. Acaba el libro con Nada se olvida, todo queda y pervive, donde cuenta la gestación de su novela El coral y las aguas, las dificultades para su publicación y el olvido o la incomprensión de la crítica. De ese “fracaso” con su primera novela salió recopilando material para su biografía de Turguéniev y escribiendo los primeros cuentos que a la postre irían conformando La trilogía de la Guerra Civil. A pesar de que el lector se queda con las ganas de conocer más sobre la biografía de Zúñiga, es un documento indispensable para acercarnos a su vida y su obra, precisamente desde la perspectiva del propio protagonista que ha vivido más de un siglo.

Pasarán los años
Juan Eduardo Zúñiga

                Pasarán los años y olvidaremos a Juan Eduardo Zúñiga, a ese hombre alto, delgado, con gafas y larga barba, quien, recluido en su secretismo voluntario, se dedicó a escribir a lo largo de su dilatada vida una obra de tan alta calidad literaria. Olvidaremos que con solo los cuentos reunidos en La trilogía de la Guerra Civil, donde magistralmente narra la condición humana asediada por la Historia, la desolación y el dolor en medio de la barbarie, Zúñiga debería pasar con los mayores honores a formar parte de los grandes escritores de nuestro tiempo. Olvidaremos sus personajes “inútiles”, las mujeres enamoradas de la vida, los gitanos, los perdedores y soñadores que pueblan sus cuentos. Olvidaremos el coral y las aguas, los misterios de las noches y los días, las flores de plomo y las fábulas irónicas, y en nuestra memoria dejarán de brillar monedas oxidadas. Olvidaremos sus traducciones y su obra ensayística centrada sobre todo en la literatura eslava. Olvidaremos su vida, ese “patrimonio de fantasía e ilusiones construido a lo largo de tantos años”. Olvidaremos incluso que no haya obtenido hasta hace tan solo unos pocos años -¡clama al cielo que el premio Nacional de las Letras Españolas no se lo hayan concedido hasta cumplidos los 96 años, por no hablar del “olvido” del Premio Cervantes, tantas veces otorgado atendiendo a los caprichos políticos de turno!- el reconocimiento que la calidad de su obra merece. Sin embargo, siguiendo el compromiso ético del propio Zúñiga al empeñarse en rescatar lo que inevitablemente caerá en el olvido, sirvan estas modestas páginas para contribuir a que la vida y la obra de este gran escritor de profundas raíces bejaranas no se esfumen velozmente de la memoria.

Bibliografía
Obras de Juan Eduardo Zúñiga
·         Inútiles totales (1951). Madrid: Talleres Gráficos de Fernando Martínez.
·         El coral y las aguas (1962). Barcelona: Seix-Barral.
·         Los imposibles afectos de Iván Turguéniev (1977). Madrid: Editora Nacional.
·         Largo noviembre de Madrid (1980). Barcelona: Bruguera.
·         El anillo de Pushkin (1983). Barcelona: Bruguera.
·         La tierra será un paraíso (1989). Madrid: Alfaguara.
·         Sofía (1990). Barcelona: Destino.
·         Misterios de las noches y los días (1992). Madrid: Alfaguara.
·         Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev (1996). Madrid: Alfaguara.
·         Flores de plomo (1999). Madrid: Alfaguara.
·         Capital de la Gloria (2003). Madrid: Alfaguara.
·         Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso. Capital de la Gloria (2007). Madrid: Cátedra.
·         Brillan monedas oxidadas (2010). Barcelona: Galaxia Gutenberg.
·         Desde los bosques nevados (2010). Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
·         La trilogía de la Guerra Civil (2011). Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
·         Fábulas irónicas (2018). Madrid: Nórdica.
·         El coral y las aguas. Inútiles totales (2019). Madrid: Cátedra.
·         Recuerdos de vida (2019). Barcelona: Galaxia Gutenberg
Referencias utilizadas
·         Andresco, V. (2010). Contra la sombra del olvido. El País Babelia. Madrid, 19 de junio de 2010.
·         Beltrán Almería, L. y Encinar, Á. (2019). “Introducción” a Juan Eduardo Zúñiga. El coral y las aguas. Inútiles totales. Madrid. Cátedra.
·         Bértolo, C. (1990). Cabalgata ennegrecida. El País. Madrid, 27 de mayo de 1990.
·         Conte, R. (2003). Las resistencias de Zúñiga. El País Babelia. Madrid, 15 de febrero de 2003.
·         Díez, L.M. (2003). Unos cuentos de Zúñiga. El País Babelia. Madrid, 15 de marzo de 2003.
o   El siglo de Zúñiga. El País Babelia. Madrid, 29 de diciembre de 2018.
·         Echevarría, I. (2019). Zúñiga. El Cultural. Madrid, 17 de mayo de 2019.
·         García-Posada, M. (1995). El sueño de un mundo nuevo. El País Babelia. Madrid, 28 de enero de 1995.
·         Longares, M. (2019). El escritor secreto. El Cultural. Madrid, 18 de enero de 2019.
·         Mainer, J-C. (2010). Señales del destino. El País Babelia. Madrid, 24 de diciembre de 2010.
·         Martín Garzo, G. (2012). El camino perdido. El País. Madrid, 9 de enero de 2012.
·         Rivadeneyra Prieto, O. (2014). Juan Eduardo Zúñiga, maestro de la literatura (1ª y 2ª partes). En Béjar en Madrid. Agosto de 2014.
·         Tizón, E. (2017). Historia de una lectura. Hispanófila, enero de 2017.


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