Las aventuras de Tom Sawyer
Mark Twain
Editorial Anaya. Madrid, 2016
“En la vida de cualquier chico
normal llega un momento en el que siente un deseo irresistible de salir a donde
sea en busca de un tesoro escondido”. Esta sentencia, con la que comienza el
capítulo XXV de “Las aventuras de Tom Sawyer”, bien pudiera resumir el tema del
que tratan no sólo todos los cuentos infantiles o las narraciones juveniles,
sino cualquier obra literaria que aspire a alcanzar la categoría de artística. Así,
el protagonista –en este caso adolescente, pero puede ser de mayor edad-
despierta a la vida en el momento en el que se le revela el mundo como un lugar
que debe descubrir por sí mismo. Es el camino –plagado de ilusiones, pero
también de laberintos y peligros- hacia el propio crecimiento personal que se
da en las narraciones de iniciación o aprendizaje, cualidad que de alguna u
otra manera vienen a tener todas las novelas, pues seguramente no hay regla de
oro más insoslayable que la necesaria transformación que debe experimentar el
principal personaje de la ficción. De ahí que el autor se vea obligado a
“esconder un tesoro” que sea preciso descubrir, tanto por el protagonista como
–y esto es lo más importante- por un lector avispado y atento.
Sin duda, uno de los maestros en indagar en este propósito es el escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910), quien en la célebre “Las aventuras de Tom Sawyer” –y también en la magistral “Las aventuras de Huckleberry Finn”- hace experimentar al joven protagonista ese “deseo irresistible de salir a donde sea” para buscar ese tesoro misterioso y oculto.
Pocos personajes –bien es cierto que a ello han contribuido también las
continuas versiones cinematográficas- pertenecen más al imaginario colectivo
como Tom Sawyer, ese muchacho travieso que se rebela continuamente contra los
deseos y las imposiciones del mundo adulto. El ingenio expresado en el famoso
suceso del blanqueo de la valla de la tía Polly, la desbordante imaginación
para inventarse la formación de una banda de piratas, de indios o de justicieros
como Robin Hood, la valentía para enfrentarse al malvado Indio Joe, el sentido
de la justicia al salir en defensa del acusado Muff Potter, la lealtad con los
amigos de correrías, en especial Huckelberry Finn, los escarceos amorosos con
la joven Becky Thatcher,… son episodios por los que transita nuestro “niño
malo” en el camino para adentrarse en la propia aventura de la vida. Una sucesión de peripecias que podría no tener
más significado que el de ser un fin en sí mismo, el mero placer de disfrutar
de la amistad y de la aventura, pero que también sugiere la necesidad que
tenemos de encontrarnos con nosotros mismos para conseguir ese ansiado tesoro del
que habla Mark Twain, y que no puede ser otro que el descubrimiento de la
libertad. Una aspiración que en el caso de Tom Sawyer se logra al rebelarse
contra el poder de los adultos, las instituciones religiosas y morales
establecidas y las buenas costumbres.
Sin duda, uno de los maestros en indagar en este propósito es el escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910), quien en la célebre “Las aventuras de Tom Sawyer” –y también en la magistral “Las aventuras de Huckleberry Finn”- hace experimentar al joven protagonista ese “deseo irresistible de salir a donde sea” para buscar ese tesoro misterioso y oculto.
Mark Twain |
Primera edición (1876) |
Traemos a colación esta imprescindible novela -que junto a “Las aventuras
de Huckelberry Finn” debería estar en las bibliotecas de todos nuestros jóvenes
lectores- debido a la reedición que la editorial Anaya está haciendo de su
colección Laurin, publicada inicialmente en los años 80 con la intención de ofrecer
al público infantil y juvenil las grandes historias clásicas de la LIJ. Se
trata de una edición facsímil, que incluye las ilustraciones originales de True
W. Williams, con las que se acompañó el texto de la primera edición americana
de 1876.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Asturias el 3 de diciembre de 2016)
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