A través de los dibujos más primitivos que podemos recordar (aquel primer monigote que torpemente trazamos en la infancia, un pájaro estilizado, un árbol solitario) se desvela uno de nuestros deseos más profundos: que el malvado sea víctima del mismo daño que pretende causar. En su desgacia se sustenta nuestra supervivencia. Sólo 20 segundos para presenciar lo que, en lo más oculto de nosotros, ya sabemos.
Daniel Allan |
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