Amor es una palabra tan pequeña que
sólo tiene cuatro letras. Apenas dos sílabas. Una de ellas es sólo una letra.
La otra tres. Con la primera se nos abre la boca de asombro, porque siempre es
sorprendente. El amor nos asalta por la espalda como una palmada con la mano
ancha. Un sobresalto que en los más afortunados consigue alzar ese misterioso
revuelo de mariposas en el estómago. La segunda sílaba es de cierre. Un triple
sonido que se armoniza hacia el silencio. Tres letras que te hacen cerrar los
labios. La boca redondeada que ya contiene el beso que dará. Y al final de la
palabra, la vibración de la lengua resuena en el paladar como un renovado
recuerdo.
Pero ese Amor de palabra pequeña se
hace grande cuando ya no se nombra. Cuando ya se ha desvanecido, como un breve
soplo, al salir de tu boca. Es el Amor que permanece en el dolor del Amor
perdido. También el Amor que resiste ante el Amor nunca encontrado. El Amor en
ausencia del Amor. El Amor del que espera y del que desespera. El Amor que se
alimenta de las historias de Amor que cuentan otros. Como las que se cuentan en
los libros. En forma de novela, de cuento, de canto o de poesía, tanto da. Así,
en la lectura podemos saber cómo es El amor en los tiempos del cólera, o el
Primer amor, o cómo son Los amores difíciles, o descubrimos el Libro de Buen
Amor, o nos preguntamos De qué hablamos cuando hablamos de amor, o nos
alegramos de que haya Veinte poemas de amor y sólo una canción desesperada.
Pero, en realidad, todos los buenos
libros hablan de Amor, aunque la palabra y el sentimiento que evoca estén
ausentes en sus páginas. Es el Amor que el lector -nunca obligado, claro está-
recibe de la propia lectura del texto. También de su tacto, de su olor, de los
colores de la portada se enamora el niño, el joven o el adulto que acoge un
libro entre sus manos. Como estas niñas que en las bibliotecas de Bubisher nos
muestran, junto al cuento que leen, su amplia sonrisa enamorada.
(Publicado en el Boletín Sáhara Bubisher en febrero de 2025)
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