El
colegio más raro del mundo
Pablo
Aranda
Anaya.
Madrid, 2014
184
páginas
Muchos
escritores aspiran a crear un personaje con un perfil tan definido
que no sólo les consienta pasar página tras página sin
desdibujarse, sino también que les permita saltar a otros libros
para seguir protagonizando nuevas historias. En la Literatura
Infantil y Juvenil ese propósito lo han conseguido, entre otros,
Elvira Lindo con su “Manolito Gafotas” y J.K. Rowling con su
“Harry Potter”. Como bien se sabe, a los jóvenes lectores les
encanta que se les cuente siempre la misma historia, de manera que el
éxito de las sagas escritas por estos autores no sólo viene por la
divertida o hechizada trama que los atrapa, sino más aún por la
seguridad que les proporciona el seguir inmersos en un mundo que ya
reconocen como propio y en el deseo -o la necesidad- de saber más
sobre esos personajes que para ellos son a la vez inventados y de
carne y hueso.
Este
es el mérito de Pablo Aranda (Málaga, 1968), quien -después del
celebrado “Fede quiere ser pirata” (Anaya, 2012), en el que
conocimos a un pequeño que, como expresaba el título del libro, lo
que más deseaba era convertirse en pirata para surcar los mares
acompañado de su amiga Marga- continúa en este libro las peripecias
de Fede, el personaje que, desde su inocente y curiosa mirada, nos
cuenta ahora lo que ocurre en “el colegio más raro del mundo”.
Fede es un niño aparentemente normal -tiene nueve años, va a la
escuela, tiene amigos- que vive en una familia también aparentemente
normal -padre, madre, hermana mayor y un perro-, pero que acude a un
colegio donde han conseguido hacer normal la cosa más extraña del
mundo, como es que para evitar los atascos que se producen cuando
todos los padres van con sus coches a la misma hora para recoger a
sus hijos, han acordado que cuando un niño salga del colegio se lo
lleve el primer padre o madre que haya llegado. De esta forma, cada
día los niños se van a pasar la tarde, a jugar, a hacer los
deberes, a cenar y a dormir con una familia diferente, que a la
mañana siguiente los llevará al colegio como si de sus propios
hijos se tratase. Esto hace que a uno le pueda tocar la familia del
señor Oso, llamado así porque se llama Osorio y no porque tenga
mucho pelo por todo el cuerpo menos en la cabeza; o la de Marina
Marín Morón, donde aparte de conocer a su hermano, “el torpe más
inteligente que conozco”, Fede se ve obligado a dormir con un
camisón de princesa; o la del señor Papa, padre de su compañero
Papapodocopoulos, un apellido normal en Grecia. Como también es
normal que en su colegio -llamado TELE (Tecno Escuela de Lenguas
Extranjeras)- haya muchos niños de origen extranjero con los que el
resto de compañeros forman una especie de “big family” en la que
todos aprenden palabras de otros idiomas, comidas diferentes y
desconocidas costumbres.
Es
una ingeniosa obra llena de humor, en la que los continuos juegos de
palabras, los personajes estrafalarios y algunos enredos de la trama
divertirán al pequeño lector, pero lo que más llama la atención
es la extraña cualidad que tiene Fede -tal vez lo que le defina como
singular personaje- para hacer que la realidad nos parezca
sorprendente al mismo tiempo que aparentan normalidad los sucesos más
raros.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 8 de noviembre de 2014)
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