Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 8 de noviembre de 2014

La extraña realidad


El colegio más raro del mundo
Pablo Aranda
Anaya. Madrid, 2014
184 páginas


          Muchos escritores aspiran a crear un personaje con un perfil tan definido que no sólo les consienta pasar página tras página sin desdibujarse, sino también que les permita saltar a otros libros para seguir protagonizando nuevas historias. En la Literatura Infantil y Juvenil ese propósito lo han conseguido, entre otros, Elvira Lindo con su “Manolito Gafotas” y J.K. Rowling con su “Harry Potter”. Como bien se sabe, a los jóvenes lectores les encanta que se les cuente siempre la misma historia, de manera que el éxito de las sagas escritas por estos autores no sólo viene por la divertida o hechizada trama que los atrapa, sino más aún por la seguridad que les proporciona el seguir inmersos en un mundo que ya reconocen como propio y en el deseo -o la necesidad- de saber más sobre esos personajes que para ellos son a la vez inventados y de carne y hueso.
          Este es el mérito de Pablo Aranda (Málaga, 1968), quien -después del celebrado “Fede quiere ser pirata” (Anaya, 2012), en el que conocimos a un pequeño que, como expresaba el título del libro, lo que más deseaba era convertirse en pirata para surcar los mares acompañado de su amiga Marga- continúa en este libro las peripecias de Fede, el personaje que, desde su inocente y curiosa mirada, nos cuenta ahora lo que ocurre en “el colegio más raro del mundo”. Fede es un niño aparentemente normal -tiene nueve años, va a la escuela, tiene amigos- que vive en una familia también aparentemente normal -padre, madre, hermana mayor y un perro-, pero que acude a un colegio donde han conseguido hacer normal la cosa más extraña del mundo, como es que para evitar los atascos que se producen cuando todos los padres van con sus coches a la misma hora para recoger a sus hijos, han acordado que cuando un niño salga del colegio se lo lleve el primer padre o madre que haya llegado. De esta forma, cada día los niños se van a pasar la tarde, a jugar, a hacer los deberes, a cenar y a dormir con una familia diferente, que a la mañana siguiente los llevará al colegio como si de sus propios hijos se tratase. Esto hace que a uno le pueda tocar la familia del señor Oso, llamado así porque se llama Osorio y no porque tenga mucho pelo por todo el cuerpo menos en la cabeza; o la de Marina Marín Morón, donde aparte de conocer a su hermano, “el torpe más inteligente que conozco”, Fede se ve obligado a dormir con un camisón de princesa; o la del señor Papa, padre de su compañero Papapodocopoulos, un apellido normal en Grecia. Como también es normal que en su colegio -llamado TELE (Tecno Escuela de Lenguas Extranjeras)- haya muchos niños de origen extranjero con los que el resto de compañeros forman una especie de “big family” en la que todos aprenden palabras de otros idiomas, comidas diferentes y desconocidas costumbres.
          Es una ingeniosa obra llena de humor, en la que los continuos juegos de palabras, los personajes estrafalarios y algunos enredos de la trama divertirán al pequeño lector, pero lo que más llama la atención es la extraña cualidad que tiene Fede -tal vez lo que le defina como singular personaje- para hacer que la realidad nos parezca sorprendente al mismo tiempo que aparentan normalidad los sucesos más raros.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 8 de noviembre de 2014)



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