Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 30 de abril de 2011

En el taller de Daniela Zanzoni

La elegancia del espacio



“Me imagino mi obra expuesta en grandes espacios minimalistas”,
afirma Daniela Zanzoni en el taller desde el que casi se pueden ver,
a través de un ventanal orientado al mediodía, los blancos costillares
que el arquitecto Santiago Calatrava concibió para llenar el espacio vacío
donde se ubicaba en Oviedo el campo de fútbol de Buenavista.

Como estamos acostumbrados a leer en las novelas románticas –y raramente sucede en la vida real-, Daniela Zanzoni dejó su Roma natal por amor. Allí había estudiado en el Liceo Artístico y en la Facultad de Arquitectura, donde obtuvo el título de Arquitecto, y allí había empezado a trabajar en el estudio de arquitectura de su padre cuando un asturiano, que cursaba Filosofía y Letras, hizo que su mirada cambiara las nobles ruinas de la antigua capital del Imperio por las piedras cubiertas de verdín del Prerrománico Asturiano. Al fin y al cabo, se trataba de cambiar de lugar, pero apenas de espacio, pues a ambos territorios los unía –y los une- una parecida arquitectura.
En las paredes del taller cuelgan los títulos expedidos por la Universitá di Roma, que avisan al visitante de que la formación de la artista exige conceder un valor privilegiado –en su obra y en su lugar de trabajo- al orden y al equilibrio de las formas. Frente a la entrada, una reproducción del Guernica de Picasso, reinterpretado por la propia Daniela con un pequeño cuadrado rojo que en medio de la obra rompe la monotonía de los grises, enmarca el taller desde la multiplicidad de perspectivas que trasluce el cubismo y se convierte en referente de las geometrías que habitan el espacio. La disposición de las mesas de trabajo acota el lugar a la vez que sus superficies blancas ocultan a ratos la colorida cuadrícula que forman las baldosas del suelo. En la estantería reposan, colocados en horizontal o vertical, libros y revistas de arte, bocetos para nuevas ideas y pequeños cuadros de alguna época anterior, donde figuras recortadas en cartón parecen querer escaparse de un laberinto entramado de hilos. De un libro que abre Daniela aparecen también formas recortadas, arquitecturas en miniatura que surgen del interior troquelado de las páginas.
            A través de la ventana que está justo encima de su mesa de trabajo, se ve la línea de la calle sobre la que se yergue la verticalidad de los edificios de enfrente, los que ocultan la visión del Calatrava. “El afán de las ciudades por hacerse con obras de famosos arquitectos tiene que ver con el deseo de proporcionar una identidad a una ciudad que no la tiene. A Bilbao ya no se la puede entender sin el Gugenheim, que le dio una identidad propia. Quizá también le suceda lo mismo a Avilés con el Niemeyer, pero no todas las ciudades tienen por qué seguir ese camino. Oviedo ya tenía y tiene una identidad con la catedral y los monumentos del prerrománico. Y que conste que a mí me gustan las obras de Santiago Calatrava, la luminosidad y limpieza de sus líneas, pero no este Calatrava”, advierte Daniela Zanzoni en un castellano casi perfecto, tan solo mejorado por la dulce sonoridad de su acento italiano.  
            “Realmente lo que hace falta en Oviedo son más espacios donde poder hacer exposiciones. Por este motivo, para tratar de difundir nuestras obras, creamos hace años la Asociación Cultural Artística Panta Rei”, explica. El grupo lo forman Paz Balmori, Pedro García, Agustín García, Puri Trabanco, Teo Hernando y Daniela Zanzoni. Se conocieron en el “Taller Experimental de Humberto”, donde Daniela asegura que adquirió una nueva visión de concebir el arte, una idea que contribuyó de manera decisiva a su afán por experimentar continuamente con nuevas formas artísticas. Seguramente es la misma visión que hace que cada miembro del grupo desarrolle su propia obra desde una propuesta absolutamente individual, sin más vinculación con el resto que la innegociable condición de ser independiente.
            En su afán de constante innovación, la obra de Daniela Zanzoni ha pasado por diferentes etapas. Una inicial fase expresionista a la que sucede en 1997 la experimentación con las formas geométricas en la que, bajo la denominación de Planoetrías, investiga con “volúmenes que evolucionan en un único plano”. En el año 2000, tal vez sugerida por la redonda cifra del cambio de siglo, empieza una etapa que la propia Daniela califica de “Desmaterialización”. En ella introduce el ordenador, herramienta de trabajo que en esos años aún pocos artistas se atreven a utilizar, lo cual supone un cambio radical en la evolución de su obra: “La introducción de la impresión digital en material transparente que me permite crear formas etéreas que se disuelven y desvanecen en el espacio”. El empleo de acetatos transparentes superpuestos sobre una superficie roja, blanca o negra da una idea de volumen, de una forma tridimensional dispuesta para que cambie según las múltiples perspectivas que pueda, caprichosamente, contemplar un observador inquieto. Así, el cuadro pasa de ser un clásico soporte estático a convertirse en un espacio variable, dotado de la cualidad dinámica que le otorga el espectador en movimiento. De esa interacción entre el objeto y la mirada surgen “las formas que se deshacen, la pesada materia que se desvanece en sus contornos, en definitiva, la muerte de la forma”, explica Daniela.
            En el año 2004 da un paso más en su investigación con las formas creando espacios donde la luz emerge como la característica primordial de la obra. Llama a esta propuesta “Et fiat lux”, evocando las primeras palabras del Génesis, con lo cual parece querer cumplir la función principal del creador: dar luz, iluminar desde una nueva mirada las formas que habitan el mundo.
            Arrinconadas en un pequeño cuarto que tiene junto al lugar de trabajo, están las obras que le van quedando de las numerosas exposiciones en las que ha participado. Aparte de Oviedo, Gijón, Avilés y otros puntos de Asturias, ha expuesto individualmente en galerías de Madrid, Cáceres y Valencia, y ha formado parte de exposiciones colectivas en galerías, salas de arte y centros de cultura de media España, participando asimismo en 2004 en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Turín (Italia) y en 1997 en la Galería Cataluña de Gante (Bélgica). “Sí, he expuesto en muchos sitios”, deja caer Daniela como quien dice, rutinariamente, que ha estado paseando por el parque, con una modestia que es el fiel reflejo de la suavidad con la que se mueve por el taller, seguramente también consecuencia de una manera de ser en la que quita importancia a todo lo que no sea el mero hecho de trabajar e investigar con las formas. “A mí lo que más me interesa es poder estar aquí todas las tardes haciendo lo que más me gusta”, dice Daniela, ahora sí, ahora con el brillo del entusiasmo en su cara.
            Por eso también cuesta que se refiera a los certámenes, premios y menciones que ha recibido. Baste decir que, con motivo de la consecución de alguno de estos méritos, hay obras suyas colgadas en las paredes de la Junta General y de la Consejería de Cultura del Principado de Asturias, en la Comunidad de Madrid, en la Diputación de Cáceres, en la Caja de Ahorros de Asturias y en la Feria Internacional de Arte de Turín.
            Pero, como dirían sus antepasados, Daniela Zanzoni no se duerme en los laureles y, siguiendo al pie de la letra el nombre del grupo del que forma parte, tiene presente que tanto en la naturaleza como en el arte “todo fluye”, con lo cual su pensamiento inquieto –a pesar de la tranquilidad que transmite su persona- le lleva a seguir investigando. “Tengo la sensación de que se agotó lo que estaba haciendo y que a partir de la última exposición que acabo de hacer en la galería Dasto, estoy en un período de reflexión en el que quiero dejar la impresión digital y volver a trabajar con materiales más tradicionales: papel, cartulina, libros, hilos… Todavía no sé si de todo esto saldrá algo que merezca la pena”, duda Daniela mientras enseña sus últimos trabajos: Libros o revistas a los que ha cortado en tiras las páginas, una herida de la que brota, formando una creciente melena de hilos negros, la sangre de las palabras, la propia tinta que, gota a gota, va formando un charco –imaginario o real- sobre el suelo cuadriculado del taller. “Investigo nuevas maneras de destruir las formas”, dice Daniela Zanzoni, bajando la voz para que pueda escucharse la música clásica que, en sus precisas notas, rubrique la elegancia del espacio que habita.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 30 de abril de 2011)

No hay comentarios:

Publicar un comentario