Miralejos
Daniel Hernández Chambers
Edelvives, 2017
Hay
un tipo de historias que podrían considerarse una suerte de subgénero dentro de
la literatura dedicada al público juvenil. Son aquellas en las que uno de los
protagonistas –tanto da si es masculino o femenino- acude, como todos los años,
a pasar las vacaciones de verano al pueblo de sus padres. Allí, al tiempo que
de la mano de un personaje entrado en años –generalmente el abuelo- aprende
aspectos importantes de la vida, descubre un misterio que deberá desentrañar
con la ayuda de otro personaje de edad parecida a la del protagonista, pero,
eso sí, de diferente sexo. Las aventuras que ambos deben correr para descubrir
la naturaleza de ese secreto, así como las confidencias, afinidades y
complicidades que día a día comparten, harán que la amistad entre los dos
jóvenes se vaya estrechando hasta convertirse en algo más, en ese extraño y maravilloso
sentimiento desconocido por ellos hasta entonces.
Ese
patrón es el que sigue “Miralejos”, de David Hernández Chambers (Santa Cruz de
Tenerife, 1972), obra galardonada con el Premio Alandar 2017. En este caso el
joven Julio recibe de un amigo de su abuelo Gustavo un catalejo -bautizado por
el muchacho como “Miralejos”-, con el que puede ver desde la casa todo el
pueblo, el mar y las montañas, los tejados de tejas anaranjadas del centro de
Gorgos y, entre un montón más de cosas, un monstruo, un fantasma y un tesoro. Con
todo eso va trazando un mapa que un día tras otro amplia con los elementos nuevos
que va descubriendo con su miralejos. A cada lugar va nombrándolo como mejor le
parece, de manera que en el mapa va dando cabida al Bosque de los Espectros, al
Mirador de los Náufragos o a la granja de los Orgaz, lugares que, según se
comenta en Gorgos, están rodeados de leyendas habitadas de fantasmas y misterios.
Pero a través del miralejos, sentada en la rama de un árbol, Julio también ve a
Irene, una chica de su edad vecina del pueblo con la que enseguida empieza a
compartir las cosas extrañas que divisa con el catalejo. ¿Qué será esa sombra
que a veces aparece en las ventanas de la casa en ruinas de los Orgaz? ¿Tendrá
relación con la leyenda de Lepo, el Señor de los Bosques?
Daniel Hernández Chambers |
A
la resolución de esa intriga y algunas más se añade la extraña vida de Irene,
que apareció en el pueblo tras un dramático suceso, un eslabón más de una
trágica historia familiar que se remonta a una maldición ocurrida durante la
Guerra de los Treinta Años (siglo XVII). Así, después de las aventuras que los
dos protagonistas deben pasar para resolver el enigma de la casa y el bosque,
el sorprendente final tiene que ver no sólo con el peligro que tiene
desentrañar ciertos misterios ocultos, sino también con la propia
predestinación a la que está abocada Irene.
Como ya hiciera
en su último libro “El secreto de Enola” (Premio Ala Delta 2016), el autor se atreve
a utilizar algún elemento que pudiera sorprender a ciertas mentes demasiado
preocupadas por preservar la supuesta inocencia de nuestros infantes. Si en
aquella obra el desencadenante de la acción era la aparición de algo en principio
no muy agradable como el esqueleto de una paloma, en ésta el imprevisible final
es ciertamente emotivo y poético, pero también turbador, envuelto en una
sensación de terror a la que, por otra parte, suelen ser tan aficionados los
jóvenes lectores.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 29 de julio de 2017)
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