Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 20 de noviembre de 2010

Revistas de Literatura Infantil y Juvenil




           Ahora que se acerca la Navidad es de esperar que los Reyes Magos –y el importado Papá Noel-, no se olviden de regalar un libro a los niños. Entre el puñado de los juguetes necesarios y la multitud de juguetes prescindibles siempre se debe colar un libro, teniendo la certeza de que no se romperá a los dos días ni se le acabarán las pilas ni ocupará más espacio que el que logre habitar en la imaginación del niño. Como desde estas “Páginas para pequeños” sería imposible hacer una relación, aunque fuera muy somera, de los libros que podrían desenvolver los niños el día de Reyes, nos permitimos hacer un repaso de las revistas de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) para que puedan servir de orientación a los lectores y, de paso, hacer un reconocimiento público de la importante labor –tantas veces callada- que hacen para la promoción de la lectura entre los niños y jóvenes.

            PLATERO, fundada por Juan José Lage, se publica en Asturias desde 1985 con periodicidad bimensual. Incluye un cuadernillo central con reseñas de libros realizadas por un grupo de profesores. En el resto de páginas se publican entrevistas a autores, reportajes y artículos de fondo. También suele dedicar algún número monográfico a un autor o a un tema concreto vinculado con la actualidad. Se distribuye gratuitamente a los centros educativos de Asturias, aunque los interesados también la pueden adquirir por suscripción. En el año 2007 recibió el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.


“CLIJ. Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil” seguramente es la revista más importante que se publica en España dedicada a la LIJ. Empezó su andadura en l988 y está dirigida por la gijonesa Victoria Fernández. Es de periodicidad bimensual y, aparte de las reseñas de las novedades editoriales del mes, ofrece una amplia agenda de artículos y noticias sobre el mundo del libro infantil. También suele publicar números monográficos. Recibió el Premio Nacional de Fomento de la Lectura 2005. Se puede adquirir por suscripción o comprándola directamente en quioscos y librerías.

            PEONZA. Desde 1986 un grupo de maestros la publica en Santander con periodicidad trimestral. Se puede comprar en librerías o por suscripción.

            BLOC. Revista Internacional de Arte y Literatura Infantil. Publica dos números al año desde 2008, en edición bilingüe castellano–inglés. Está elaborada por profesionales del diseño, la traducción, la fotografía y la literatura infantil, y se adquiere por suscripción.

            EDUCACIÓN Y BIBLIOTECA. Se fundó en Madrid en 1989 y en la actualidad se publica con carácter bimestral. Se adquiere por suscripción. Incluye recomendaciones y críticas bibliográficas realizadas por varios especialistas.

            CHARÍN. Desde 2008 la Fundación Conrado Blanco publica en La Bañeza (León) un número al año de distribución gratuita. Hasta el momento ha editado dos revistas y dos libros.

LAZARILLO. Publicada por Los Amigos del Libro Infantil y Juvenil desde 2000 con la intención  de servir a la difusión y al conocimiento de los libros infantiles. Ofrece periódicamente tres números que cuentan con secciones fijas destinadas a dar a conocer ilustradores, escritores, proyectos editoriales y experiencias sobre animación a la lectura.           

PRIMERAS NOTICIAS REVISTA DE LITERATURA. Editada en Barcelona desde 1992 por el Centro de Comunicación y Pedagogía. Periódicamente publica noticias, novedades editoriales e información sobre todo lo que acontece en el mundo de la LIJ.

Aparte de estas revistas y otras dedicadas específicamente a la LIJ, la mayoría de las revistas literarias que hay en el mercado suelen incluir alguna reseña, artículo o reportaje sobre el libro infantil y juvenil. En este sentido hay que destacar el número Extra que la revista QUÉ LEER dedicó este verano a la LIJ y que aún se puede adquirir en la web de la editorial.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 20 de noviembre de 2010)







           


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cuento largo al calor de la lumbre

“EL NARRADOR DE HISTORIAS FANTÁSTICAS”

JOSÉ ANGEL ORDIZ LLANEZA

Editorial Visión Libros, Sevilla, 2010

Páginas: 175






            José Ángel Ordiz Llaneza (San Martín del Rey Aurelio, Asturias, 1955) está dejando de ser un “escritor invisible”, como él mismo se califica pensando seguramente en los muchos años que ha pasado escribiendo en silencio, con el único empeño puesto en hacer lo que al fin y al cabo todo escritor que se precie de serlo sabe que está condenado a hacer: escribir y escribir sin esperar más reconocimiento que el propio, aquél que se satisface en cumplir el compromiso que uno tiene como escritor. Así, desde hace un tiempo Ordiz Llaneza está sacando a la luz toda la obra que tenía guardada en el cajón, que parece que no es poca, pues el propio autor vaticina que tiene colmado el cupo de publicaciones con vista a los próximos dos o tres años. A esto se le añaden los premios que suele cosechar con sus obras, como el reciente Premio de la Crítica de Asturias en la modalidad de cuento en lengua española por su libro Relatos impíos (Ediciones Atlantis, 2009) y la selección –aunque al final no galardonada- de una novela suya entre las diez finalistas de la última edición del Premio Planeta.

            En El narrador de historias fantásticas el autor sigue la tradición de los relatos orales transmitidos al calor del hogar en las frías noches de invierno, donde un narrador -al que han dado refugio unos personajes que no tienen más presencia en el relato que el de ser meros escuchantes de la historia- va contando un largo cuento en el que se entrelazan, a través de un espacio limitado y un tiempo indefinido, las fantásticas aventuras de los personajes que lo pueblan. Al igual que en Las Mil y una noches, se nos transmite la necesidad vital del narrador en contar “su” historia y, como una especie de Sherezade vagabundo que se ve “condenado a repetir” su relato para agradecer el alimento y el cobijo, el peregrino habla de cómo la vida y la muerte se persiguen, de cómo “caminan tomados de la mano” el amor y el odio, la maldad y la bondad, la crueldad y la ternura, la ignorancia y la sabiduría, el dolor y el placer, la verdad y la mentira, y de qué manera no son más que ramas del mismo árbol de la vida.

            En esa dualidad, que contribuye a relativizar los episodios más rotundos de la trama, se mueven los personajes, empezando por Remedes que, tras matar a su hermano Filipo y forzar a la hermosa Petria, se ve obligado a huir de El Mar del Sur, donde faenaba en la barca que compartía con su hermano, a través del vasto territorio formado por Los Valles del Oeste, Los Bosques del Este, Las Montañas, Los Desiertos, Las Ciénagas, el Oasis de las Esencias y La Región de los Hielos Azules habitada por los Bárbaros del Norte. En su huída se junta con Almudio, el cazador de alacranes, con el que correrá aventuras fantásticas entrelazadas por personajes como la hermosa Bel, Arturo el poderoso, Tobías y Melina los eternos, Arquín el sabio, Pit el enano y Pisón el gigante, Nerea la bruja, Valior el pescador, Doria la dulce, Telesforo el impetuoso, Orlando el flautista,  Pol el apuesto, Nirvania la princesa, Rex el poderoso, Rosalinda la hija predilecta de los Bosques del Este, Zalamías el chico, Gregor el juglar vagabundo y algunos más que, en su singularidad, contribuyen a alcanzar la verosimilitud que exige todo relato fantástico y a que el lector traspase, sin mayores sobresaltos, esa fina raya tras la que sabemos que suceden los hechos extraordinarios.

            El autor, siempre tan cuidadoso con los aspectos formales, utiliza en todo momento el punto de vista del narrador oral, al que introduce de vez en cuando en la trama del relato para justificar su propio relato y orientar a los oyentes –al lector- sobre algunos aspectos de lo narrado, a través de una bellísima prosa que continuamente trae y lleva al lector a través del tiempo y el espacio en el que transcurre la trama. Los diálogos están inmersos en el mismo cuerpo de la narración, un largo y único párrafo donde la ausencia de puntos y aparte no debería suponer un problema para la mirada atenta de los jóvenes lectores.

Se trata de una novela que, aunque no se presente bajo el sello de literatura juvenil, pueden leer los jóvenes lectores a partir de los 14 años, sobre todo, como su título indica, los que disfruten con las narraciones fantásticas de corte más clásico, aquellas en las que aparecen princesas y príncipes, héroes y guerreros, arrebatados por odios y amores desgarrados.


(Publicado en la revista Literarias, nº 22 (17 de noviembre de 2010). Otra versión de esta reseña se publicó en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés el 30 de octubre de 2010)



sábado, 6 de noviembre de 2010

En el taller de Mauro Rodríguez

 


POÉTICA DE LA MADERA


El taller del escultor está en el monte,
en el bosque, en la naturaleza donde la madera muerta,
caída después de ser rama tronchada por el viento
o tronco cortado por el hacha del hombre,
espera paciente la mirada y la mano de quien la devuelva a la vida.

            Mauro Rodríguez Salvador pasea por los robledales que rodean Turón o por los encinares de las tierras zamoranas donde nació y pacientemente espera a que le provoque una raíz, un tronco o una rama muerta. Porque el escultor tiene su primer taller en la naturaleza, donde la materia prima de su obra duerme en las diversas, caprichosas formas con que la fue moldeando la vida. En ese taller, en el campo abierto impregnado del olor de la resina y de las hojas muertas, el escultor, olvidando el rastro de sus huellas perdidas, se detiene ante un trozo de madera que le reclama, que en silencio busca la complicidad de su mirada atenta. Cuando al escultor se le ha revelado, de manera aún muy nebulosa, alguna posibilidad de devolver a la vida la materia inerte, carga con la raíz, el tronco o la rama y lo lleva al taller entre paredes que tiene en Oviedo.
            Allí, en un rincón de ese espacio reposa la pieza en espera de una segunda provocación, aquélla en la que el artista va descubriendo el arte que la madera ya contiene. Así, mientras con la lija va puliendo con mimo alguna obra que ya tiene casi a punto de terminar, de vez en cuando alza la mirada y la posa sobre el nuevo tronco que parece abandonado en el rincón, pero que, en realidad no deja de llamarle para que el artista se levante del taburete y le busque la veta, la hendidura de donde surgirá la idea.
            La sobriedad del espacio donde se ubica el taller es sin duda el reflejo de la sencillez de Mauro Rodríguez Salvador, quien, desde una formación autodidacta, siente el trabajo artístico con la humildad de saber que sólo para sí mismo –para la labor callada del artista- debe quedarse el íntimo orgullo del privilegio que supone poder crear con sus propias manos, en complicidad tan solo con su mirada y su experiencia, que le hacen descubrir en la madera unas “formas que son tuyas, que tú ya tenías dentro cuando la pieza provocó tu atención en el campo”. Para ese camino en el “descubrimiento de las formas propias”, Mauro no necesita más que un puñado de herramientas y una mesa de mármol, material en el que apoya el tronco y que, a través del tiempo, parece traerle el eco de los escultores clásicos que, como él, sentían que la labor del artista no es otra que la de sacar a la luz las formas que ya escondía en su interior la obra.
En esa tarea únicamente la técnica depurada o el mero oficio de los artesanos (tan respetable su labor por el usual empeño en el trabajo bien hecho) no son suficientes para que Mauro pueda conseguir lo que modestamente nos propone con su obra: una “invitación a la sugerencia”. Para ello son necesarios a la vez la fuerza y el mimo de sus manos –el tacto que recoge de la materia inerte su cualidad más oculta para devolverla en expresión sentida, en pulida, acariciada y viva forma-, no sólo para alcanzar ese humilde propósito, sino que por medio de las herramientas que indagan en la profunda e incierta opacidad de la madera, se transforma esa modesta intención del artista en una auténtica “provocación a la sugerencia”.
No es únicamente la propia evocación sexual que las formas redondeadas y fálicas, los abrazos cálidos y los huecos de luz, puedan despertar en la imaginación del espectador atento, sino la misma provocación que, como una astilla más que salta de la gubia, debe desprenderse, de modo inexcusable, de toda manifestación artística que se precie de serlo. En este sentido, la obra de Mauro Rodríguez Salvador contiene toda la fuerza de la provocación, pues, frente a ella, nuestra mirada –es decir, nuestros sentidos y nuestro pensamiento- es golpeada con el mismo formón con que se perfila la madera, hasta vernos configurados como una forma más extraída del molde que ha creado el artista.
Para su propósito toda madera sirve. De la flexibilidad del olmo o la higuera a la dureza de la encina, el roble o el cerezo, Mauro ha ido esculpiendo, a lo largo de los años, una obra que ha expuesto, de forma individual o colectiva, en numerosas salas y  galerías de arte, casas de cultura y museos desperdigados por Madrid, Barcelona, La Coruña, Málaga, Salamanca, Zamora y Asturias. Sus obras han sido seleccionadas en Muestras, Certámenes y Bienales de arte y expuestas en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid (1995) y en el Museo de Arte Moderno de Barcelona (1997). Ha recibido el Primer Premio de Escultura en la “VII Semana América en Madrid” (1994) y en el “IV Certamen de Pintura y Escultura José Cubero “Yiyo” de Madrid (1998). Además sus obras han estado presentes en la Muestra de Arte Contemporáneo “Mac 21” de Marbella (Málaga, 2000) y en la VIII Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Salamanca, 2004) y hace pocos meses una escultura suya ha servido para crear el diseño de los trofeos que entrega en sus competiciones el Club Natación Ciudad de Oviedo.  
Pero en el taller no hay espacio para ninguno de esos reconocimientos, sino para el recogimiento, para la concentración de todos los sentidos del artista en el propio trabajo que, literalmente, se trae entre manos, en la elección de las herramientas más acertadas y precisas que le conduzcan a revelar lo que Mauro espera: la gubia para desbastar la madera, el formón para los cortes rectos, la escofina para los remates más delicados, la lija para pulir las formas creadas y la cera para dar el acabado definitivo de la pieza. Y por el camino hacia ese descubrimiento de las formas, la técnica del escultor tal vez haya debido recurrir a tareas más prosaicas, como el uso del barreno o la jeringuilla para introducir el líquido milagroso que mate a la carcoma.
Seguramente para que se mantenga intacta toda la capacidad de sugerencia que pretende con cada una de sus esculturas, Mauro Rodríguez Salvador no suele poner título a sus obras, pero a veces se aventura a ponerles un nombre para dar indicios al espectador sobre el ánimo que le ha llevado a lograr tal representación. Así, guiado por su gran afición al deporte, sus piezas se empezaron a llamar “Jugando con los aros” (Seleccionada en la XI Bienal Internacional del Deporte en las Bellas Artes. Madrid, 1995), “Deportista en equipo” (Seleccionada en la XII Bienal Internacional del Deporte en las Bellas Artes. Barcelona, 1997), “Salto” (Seleccionada en la I Bienal del Baloncesto en las Bellas Artes. Madrid, 1998), hasta llegar a estos momentos donde las obras reciben nombre más reflexivos: “El tiempo pasa y todo cambia” o “Elogio de la memoria”.
 Siguiendo fielmente un verso del celebrado “Don de la ebriedad” de su paisano Claudio Rodríguez (“La encina, que conserva más un rayo / de sol que todo un mes de primavera”), Mauro busca la luz y el tiempo encerrados en la naturaleza muerta, y del tronco encontrado en la tierra, el artista, como un demiurgo, extrae de nuevo la vida y la hace evolucionar ante nuestros ojos: el abrazo que enlaza los deseos primigenios fecunda con bolas móviles los huecos donde la luz interna del tronco –el “rayo de sol” del poema- alumbra un futuro más libre, pero también más frágil, amenazado de espumas. Así, el tronco no nace para morir, sino para transformarse continuamente y perdurar con su savia de nuevo esculpida, para siempre en la memoria del hombre. En la fugacidad de la vida el tiempo hace que las formas, como la cera de las velas, se derritan, pero sólo momentáneamente, pues antes de caer del todo se solidifican, generando nuevas formas, que, en alguna de sus últimas creaciones reposan sobre una piedra, volviendo de esta manera a un origen en el que el tronco se yergue erecto desde la tierra inerte de donde nació.
Su obra expresa –a través de una esencial poética de la madera- esa clara evolución desde la primera a la última pieza, pero también en cada escultura se sustancia la síntesis de todo ello, de ese dinamismo que a la vez es la metamorfosis sin fin de la naturaleza y la fuerza creadora del hombre, su necesaria prolongación que seguirá evolucionando hacia donde sólo Mauro Rodríguez Salvador sabe, siempre hacia el arte que ha elegido su mano para manifestarse.

(Publicado en El Comercio y La voz de Avilés. 6 de noviembre de 2010)