Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

viernes, 29 de enero de 2010

Vidas paralelas









Tanto se parecen las vidas de Ángel González y Antonio Gamoneda que hasta comparten las iniciales de sus nombres y apellidos. A. G. y A. G. nacieron en Oviedo unos años antes de iniciarse la Guerra Civil, perdieron a sus padres –no a sus madres- antes de poder guardar de ellos algún recuerdo y sufrieron en el bando de los perdedores las miserias y el dolor de la guerra. Ambos se tuvieron que trasladar a León por problemas de salud –el consabido asma que tanto ha contribuido al florecer de los poetas-, y en la oscura soledad de los años del hambre las sombras de sus padres ausentes –su inevitable y continua presencia a través de los libros y recuerdos heredados- influyeron de manera decisiva en sus vidas, marcadas desde entonces por el compromiso moral que se deja traslucir de sus respectivas vocaciones poéticas. De esos primeros años de sus vidas tratan estos dos libros que –en paralelo con la misma contemporaneidad que cuentan- han visto la luz casi a la vez.

En la contraportada del libro Mañana no será lo que Dios quiera se dice que el libro es una novela sobre Ángel González, lo cual no pretende ser más que una argucia editorial para vender más, pues lo que realmente tenemos entre las manos es un libro de poesía. Un libro de poesía escrito en prosa, que es posible sea el mejor de Luis García Montero, quien ha puesto todo su talento como escritor y como crítico al servicio de un personaje que quiere y admira, inmerso en una realidad que no tiene que dejar de ser dura para llegar a ser absolutamente poética. Pues en definitiva se trata de eso, de poesía, porque un libro escrito por un poeta sobre la vida de otro poeta, si pretende ser verdadero, sólo puede ser poético, es decir, revelador en la creación de lo bello. Así, más que una novela, García Montero ha creado un largo poema donde, a la manera de los clásicos griegos –con la licencia de sólo romper el severo corsé de la métrica-, se cantan las hazañas de un héroe que logra vencer a la tragedia por medio de la alegría que siempre conlleva –en la familia y los amigos- el amor compartido. Entre la épica y la lírica, el poema en forma de novela se desarrolla como una ficción donde el inicio se envuelve en la ingenua promesa que toda vida ofrece, el nudo se fija en el drama que parece sólo provisto para nunca más dejar ese hueco en el olvido, y el desenlace se cierra para abrirse en el convencimiento de que el poso del dolor es lo único que puede hurtar de esperanza a todo lo que no sea humor y amor, fundidos en la belleza de una sola palabra.
En Un armario lleno de sombra Antonio Gamoneda dice que este libro es ajeno a la ficción y, yendo más allá por si alguien se equivoca, reclama que, aunque pudiera ser tomado por el pensamiento poético, tampoco sería ficción, pues, según su conocido postulado, “la poesía no es literatura, más que accidentalmente”. Creo que precisamente en esa intención está la debilidad de este libro, ya que al pretender plasmar lo más fielmente posible tanto los “recuerdos heredados” como “los adquiridos en la experiencia propia”, se hurta –aparte del estremecimiento y la emoción que puede causar lo que cuenta-, en esa certificación de los propios límites de lo contado, la cualidad poética que debe tener toda creación literaria. Y esto a pesar de que, mal que le pese a nuestro genial poeta, toda intención de dar fe –como un notario- por medio de la escritura de aquello que fue real –a través de una biografía, unas memorias o un diario-, siempre llevará inevitablemente al resbaladizo –y poético- territorio de la ficción, donde el tiempo transcurrido –y la propia materia de lo narrado- nos obligará a inventar aquello que ingenuamente creemos recordar.
En los primeros años de estas vidas paralelas, tanto A.G. como A.G. encontrarán siempre la evanescente materia sobre la que sustentar el dolor y la ternura, el descreimiento y el amor, la desolación y la alegría que transitarán por sus versos futuros, conformando, sin embargo, dos mundos poéticos lo suficientemente dispares como para que cada uno brille con voz propia.




(Publicado en la revista Literarias, nº 12 (29 de enero de 2010)

miércoles, 20 de enero de 2010

TODOS RAROS, TODOS NORMALES

Libros
Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta)
Pedro Mañas
Ilustraciones: Javier Vázquez. Editorial Everest, 2009
Premio Leer es Vivir – Infantil 2009

Ya sabemos que no se debe obligar a leer libros a los niños –ni a los adultos-, pues es precisamente el odio a lo impuesto lo que los hace alejarse de la lectura. Se debe sugerir, invitar, motivar, descubrir, inculcar con el ejemplo, etc. Pero si hubiera que elegir un libro que deberían leer todos los niños de la escuela, seguramente habría que optar por éste. Primero porque es entretenido y divertido, y después –o al revés, tanto da- porque resalta unos valores que deberían ser la base de una sociedad más justa e igualitaria.
            De una manera sencilla y directa, nos cuenta cómo cambia la vida de Franz cuando le tienen que poner un parche en el ojo. Hasta ahora siempre se había sentido un niño normal, pero de repente se encuentra en el bando de los raros, al que pertenecen otros compañeros que son precisamente los O.T.R.O.S., una especie de sociedad secreta que ampara a todos los que son marginados, insultados o maltratados por tener alguna característica peculiar: ser muy alto, ser gordo, llevar aparato en los dientes, ser empollón, tartamudear…o tener un parche en el ojo. Dentro de los raros uno ya no se siente diferente y puede luchar por defender a los compañeros que son objeto de burlas. Entonces ocurren algunas divertidas aventuras que hacen descubrir al resto de los “normales” que todos, por ser únicos, somos normalmente diferentes.
            Como digo, debería ser un libro de obligada lectura a partir de los 10 años…y, por lo menos, hasta los 99, porque son precisamente los valores del respeto a las diferencias y el derecho a la igualdad de todos los que a menudo los adultos tenemos que aprender de las actitudes de los niños.
            Las ilustraciones de Javier Vázquez son caricaturas que expresan bien el aspecto trágicómico del relato y que, por tratarse de deformaciones exageradas de la realidad, seguramente son las formas más acertadas para hacerla visible.

(Publicado en El Comercio y la Voz de Avilés. 10 de enero de 2010)