Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 31 de diciembre de 2016

Una aventura íntima y silenciosa


Piara
Mónica Rodríguez
Narval Editores. Madrid, 2016



Entre la multitud de apellidos que se les suele poner a las obras literarias (policiacas, de aventuras, de misterio, de amor, de piratas, de princesas, de humor, de terror, negras, rosas, verdes,… así hasta alcanzar una lista interminable), hay un tipo de obras en las que parece no suceder nada. Son en cierto modo inclasificables, si no fuera porque esa misma condición les confiere su propia cualidad, una aparente ausencia de acontecimientos relevantes que, sin embargo, deben dejar traslucir un rasgo propio, por ejemplo el consabido cambio que experimentan los personajes de la historia. En ellas suele producirse una suerte de subterránea transformación, esa “aventura íntima y silenciosa” de la que habla Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) en su última novela “Piara” (Narval Editores).
La escritora ovetense, que dejó su trabajo en el Ciemat para dedicarse por entero a la literatura infantil y juvenil, cierra con esta deliciosa novela un año plagado de éxitos literarios. Con “La partitura” recibió el premio Alandar concedido por la editorial Edelvives y con “Alma y la isla” el Anaya de LIJ. Anteriormente ya había recibido otros galardones, entre ellos el Premio de la Crítica de Asturias 2007 por “Los caminos de Piedelagua” (Editorial Everest).
Imagen del blog de Patricia Metola
     La levedad del argumento de “Piara” se ve salpicada por hechos puntuales que en ese contexto no sorprenden al lector. Así, parece algo cotidiano que Ángela, una chica que vive feliz en su pueblo, rodeada de una piara de cerdos y sintiendo descalza la hierba que pisa, se encuentre de pronto con un chico desconocido bañándose en el río; es de esperar que Ángela vea desde la pequeña ventana del sobrado cómo su tío ayuda a morir al viejo caballo percherón; es de lo más normal que para evitar que se muera de frío, la tía Guillermina meta entre sus tetas al pollo que nació sin plumas; es algo habitual que a Ángela le guste hacerse la muerta dentro de los ataúdes que esperan en el almacén de “la tienda de todo” a ser ocupados definitivamente por alguien; no es extraño que una yegua se ponga de parto cuando todos los invitados están ya emperifollados para asistir a una boda; parece costumbre poner nombres propios –Garrufo, Fermín, Romina- a los cerdos y jugar con ellos en su propio fango; es de creer que se curen las heridas con un emplasto hecho con las matas de orejas de vaca que crecen en las esquinas de los muros; es posible que Ángela escuche el poderoso latido del corazón de la yegua con el fonendo del veterinario. 
        Y por debajo o por encima, a un lado o al otro, o dentro mismo de esa vida cotidiana en la que sólo ocurre lo que nunca ha dejado de ocurrir, transcurre mansamente, como de soslayo, la relación entre Ángela y Pedro, el misterioso niño de ojos tristes llegado de la ciudad, que de la mano de su amiga va descubriendo las acostumbradas maravillas del mundo rural. Pero sobre todo a los dos jóvenes el paso de los días va despertándoles sentimientos nuevos, una “corriente caliente” que poco a poco va atravesándoles de parte a parte sus corazones. Esto es lo que pasa cuando no pasa nada, el asombro repentino ante la experiencia más importante que nos puede suceder en la vida. Las acuarelas de la ilustradora Patricia Metola aportan una suave plasticidad a una novela plagada de sensuales imágenes.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 31 de diciembre de 2016)


sábado, 10 de diciembre de 2016

Para disfrutar en compañía



El niño que se convirtió en coche”

 Marcelo Matas de Álvaro
 Editorial Juglar. Toledo, 2016



            Marcelo Matas ha escrito varios cuentos infantiles, el volumen de relatos “Ingenio lego” (de próxima publicación) y participado en varios libros colectivos.  Pertenece al Comité de Redacción de la revista “Platero”, una atalaya privilegiada para pulsar los gustos e inquietudes de los más pequeños, y es colaborador de “El Comercio” y de la revista digital “Literarias”. De su experiencia con este difícil público y su deseo de divertir y enseñar nace “El niño que se convirtió en coche”, cuento que acaba de ver la luz en la editorial Juglar dentro de su coqueta colección Mandarina.

            Escrito a fuego lento y con mirada de observador de patio de colegio, en el autor se nota una mano acostumbrada a tratar con el público infantil y juvenil y unos ojos también muy hechos al ámbito literario que nos ocupa, el de los niños que, lejos de las prisas y de las sagas literarias infantiles actuales -más preocupadas de vender cromos y merchandising que de labrar una buena historia-, saben que son niños y que no les apetece crecer. Y es que libros como éste, con una historia sencilla, basada en un hecho real, pero con un toque de ese período un poco surrealista que es la infancia, son los que han de acompañarnos al crecer, no tanto físicamente sino en cuanto a nuestra imaginación, la cual va configurándose a base de historias y experiencias desde esta primera y fundamental etapa de la vida.
            Destinado a un público a partir de 7 años, el cuento presenta a Luis, un niño al que le encantan los coches y que sufre una especie de metamorfosis kafkiana al encarnarse en un coche. Sus amigos también se convierten en otros objetos y juguetes como pelotas, muñecas, indios y vaqueros o dinosaurios. De toda esta locura infantil nace el sentimiento de compartir nuestros juegos con los demás, y la enseñanza -una de ellas- que este cuento nos muestra, la de que disfrutamos más en compañía de los demás, de que este mundo está hecho para compartir, y ya desde la infancia debemos saberlo y obrar en consecuencia.
Ilustración de Mónica de Íscar
            La joven ilustradora Mónica de Íscar representa en dibujos la historia sin por ello utilizar las tan manidas alharacas técnicas de otras colecciones, sin tintas fluorescentes ni dibujos prediseñados, pero con un buen hacer sabiendo sumergir al lector en ese mundo infantil dulce, despreocupado y sin aristas, consiguiéndose así un cuento escrito para leer, pero también para contar y recontar, ya que tiene la longitud ideal para no cansar, pero sí para sumergir en un mundo de sueños a los niños y adultos que se acerquen a conocer la asombrosa aventura de Luis, el niño que se convirtió en coche.
            Esta historia no solo es recomendable para maestros y bibliotecarios, sino que también -les aseguro- hará las delicias de los padres, madres, abuelos, tíos, primos y hermanos que se acerquen a ella, ya que tiene el tamaño perfecto para ser disfrutada una y mil veces antes de ir a la cama, durante un viaje, antes de jugar o en el tiempo diario de lectura, ya que a buen seguro no cansará a los más pequeños que se acerquen a ella, niños y niñas a quienes les encanta soñar, pero siendo conscientes los adultos que compartimos con ellos ese momento mágico que conlleva abrir un libro, de que tenemos que alimentar esos sueños con historias como ésta, sencillas, tiernas, encantadoras y que enseñen algo. Este es el caso. Disfrútenlo.



(Reseña publicada por David Fueyo en el suplemento Culturas de El Comercio La Voz de Aviles. 10 de diciembre de 2016)




sábado, 3 de diciembre de 2016

En busca del tesoro


Las aventuras de Tom Sawyer

Mark Twain
Editorial Anaya. Madrid, 2016


              
             “En la vida de cualquier chico normal llega un momento en el que siente un deseo irresistible de salir a donde sea en busca de un tesoro escondido”. Esta sentencia, con la que comienza el capítulo XXV de “Las aventuras de Tom Sawyer”, bien pudiera resumir el tema del que tratan no sólo todos los cuentos infantiles o las narraciones juveniles, sino cualquier obra literaria que aspire a alcanzar la categoría de artística. Así, el protagonista –en este caso adolescente, pero puede ser de mayor edad- despierta a la vida en el momento en el que se le revela el mundo como un lugar que debe descubrir por sí mismo. Es el camino –plagado de ilusiones, pero también de laberintos y peligros- hacia el propio crecimiento personal que se da en las narraciones de iniciación o aprendizaje, cualidad que de alguna u otra manera vienen a tener todas las novelas, pues seguramente no hay regla de oro más insoslayable que la necesaria transformación que debe experimentar el principal personaje de la ficción. De ahí que el autor se vea obligado a “esconder un tesoro” que sea preciso descubrir, tanto por el protagonista como –y esto es lo más importante- por un lector avispado y atento.
                  Sin duda, uno de los maestros en indagar en este propósito es el escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910), quien en la célebre “Las aventuras de Tom Sawyer” –y también en la magistral “Las aventuras de Huckleberry Finn”- hace experimentar al joven protagonista ese “deseo irresistible de salir a donde sea” para buscar ese tesoro misterioso y oculto.
Mark Twain
Pocos personajes –bien es cierto que a ello han contribuido también las continuas versiones cinematográficas- pertenecen más al imaginario colectivo como Tom Sawyer, ese muchacho travieso que se rebela continuamente contra los deseos y las imposiciones del mundo adulto. El ingenio expresado en el famoso suceso del blanqueo de la valla de la tía Polly, la desbordante imaginación para inventarse la formación de una banda de piratas, de indios o de justicieros como Robin Hood, la valentía para enfrentarse al malvado Indio Joe, el sentido de la justicia al salir en defensa del acusado Muff Potter, la lealtad con los amigos de correrías, en especial Huckelberry Finn, los escarceos amorosos con la joven Becky Thatcher,… son episodios por los que transita nuestro “niño malo” en el camino para adentrarse en la propia aventura de la vida.  Una sucesión de peripecias que podría no tener más significado que el de ser un fin en sí mismo, el mero placer de disfrutar de la amistad y de la aventura, pero que también sugiere la necesidad que tenemos de encontrarnos con nosotros mismos para conseguir ese ansiado tesoro del que habla Mark Twain, y que no puede ser otro que el descubrimiento de la libertad. Una aspiración que en el caso de Tom Sawyer se logra al rebelarse contra el poder de los adultos, las instituciones religiosas y morales establecidas y las buenas costumbres.
Primera edición (1876)
Traemos a colación esta imprescindible novela -que junto a “Las aventuras de Huckelberry Finn” debería estar en las bibliotecas de todos nuestros jóvenes lectores- debido a la reedición que la editorial Anaya está haciendo de su colección Laurin, publicada inicialmente en los años 80 con la intención de ofrecer al público infantil y juvenil las grandes historias clásicas de la LIJ. Se trata de una edición facsímil, que incluye las ilustraciones originales de True W. Williams, con las que se acompañó el texto de la primera edición americana de 1876.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Asturias el 3 de diciembre de 2016)