Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

jueves, 30 de enero de 2014

Félix Grande


La voz acariciadora, dolorosa y profunda que tuvimos el privilegio de escuchar y compartir en noches de poesía y copas, en aquel otoño enmudecido fuera de los bares de Oviedo y Pravia, se ha apagado hoy, pero esa voz, el acento cálido y próximo del sur, sigue resonando emocionada en este recordado verso: 

"Alguien maldecirá entusiasta la ajena y propia carne
y escupirá en la fecha de hoy, como en un charco" 
(Félix Grande, de "Yelo dentro del sol, yel en la fruta")




sábado, 18 de enero de 2014

La magia de las cartas


NADA
Amaia Cía Abascal
Edelvives, 2013
134 páginas



            “Qué tienen en común un mago y un aprendiz de cartero” es el subtítulo de esta alocada novela y la cuestión que el lector debe rastrear a través de sus páginas hasta llegar a los últimos capítulos donde encontrará que la respuesta es la misma que el título del libro: Nada. Así es, nada parecen tener en común un mago y un aprendiz de cartero, cada uno con los trajines propios de su oficio tan alejados de los particulares quehaceres de los del otro. Pero esa respuesta tan simple es una verdadera memez a la que hay que volver a preguntar “¿Nada?” y concluir la historia contestando con un argumento que ya llegados a ese punto al joven lector –a partir de 10 años- le parecerá absolutamente innegable.
            Para llegar a ese final, hay que recorrer catorce capítulos en cuyos títulos siempre aparece la palabra “nada” (“Nada por aquí, nada por allá”, “Absolutamente nada”, “Poco o nada”, “Hace nada”, etc.), intercalados por otros cuatro capítulos titulados con el nombre de los palos de la baraja francesa (Tréboles, Picas, Diamantes y Corazones). En ellos se va narrando la historia de Daniel Sabecomo (hijo), hijo de Daniel Sabecomo (padre), mago, y de Bella Sabetodo, pitonisa. Daniel Sabecomo (padre) hace juegos de manos con las cartas y juegos de palabras cuando habla, pues tiende a confundir los vocablos de lo que dice, de forma que la luna llena puede convertirse en “una hiena”, el cuarto creciente en “creyente” y el menguante en cuarto con “guantes”. Bella Sabetodo, a pesar de su nombre una mujer más bien feúcha, es capaz de adivinar el pasado, el presente y el futuro con una pecera que utiliza a modo de bola de cristal. Con estos antecedentes, está claro que a Daniel Sabecomo (hijo) no le queda más remedio que seguir la tradición de sus padres, la que manda que su destino le obliga a convertirse en prestidigitador, pero él no quiere resignarse a ser mago y por eso un día se lanza desde el cañón del hombre bala por encima de la carpa del circo. Vuela hacia las nubes hasta aterrizar sobre la copa del castaño que se encuentra delante de la casa de Paulina. El hijo del mago desaparece, pero entre las ramas del árbol se deja colgado un sombrero con una paloma blanca y unas flores de plástico. Para Paulina, que en las cosas importantes de la vida se guía por señales, ese hallazgo es una señal, la segunda que ha tenido desde que de niña vio brotar botellas de un árbol. Parece como si alguien que tuviera un mapa del tesoro le fuera dejando pistas de lo que tiene que hacer. Las otras dos señales que aparecerán hasta sumar las cuatro que, según la tradición de su familia, indican que algo va a cambiar en su vida, son el árbol del que brotan números y el haya del que cuelga lo que haya, curiosa ocurrencia del nuevo aprendiz de cartero.
Es entonces cuando se responde a la cuestión que plantea el subtítulo de la historia, de esta original, divertida y sorprendente novela que Amaia Cía Abascal ha escrito con buenas dosis de emoción e inteligencia, y que seguramente hará disfrutar a los jóvenes que quieran descubrir la forma de encontrar un camino propio sin dejar de ser quien ya se es.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 18 de enero de 2014)