Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

viernes, 28 de febrero de 2014

El sótano (Thomas Bernhard)

El sótano
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1984 (143 p.)



            Como está descatalogado, compro el libro por internet, de segunda mano la primera edición en español, completando así la colección de la autobiografía de Bernhard, su segundo libro en orden cronológico y no sé si el que más me ha gustado de los cinco que la forman. Tal vez porque la habitual amargura del autor se torna en destellos de felicidad cuando el protagonista decide ir en “la dirección opuesta” a la que llevaba hasta ahora, salir, escapar, huir del instituto y por tanto de la tortura de la infancia y elegir y encontrar su propio camino, en la dirección opuesta, donde estaba el sótano, que es la tienda de comestibles que le admite como aprendiz de tendero, el momento en el que se sintió útil porque quiso ser útil y se apreció su utilidad, igual que antes sólo se apreciaba su inutilidad. En la dirección opuesta encuentra a los “otros hombres”, no los del centro de la ciudad, sino a los hombres que habitan el poblado de Scherzhauserfeld, los que años más tarde encontrará, cuando ejerza como cronista de tribunales, delante del juez, “los jueces enemigos de la inteligencia y de los sentimientos” (p. 18) que destruían la vida y la existencia de los parias de ese poblado, “los más pobres y más desamparados y más degenerados y más enfermizos y más desesperados” (35). La vida y la existencia del autor, el protagonista, el autobiografiado ha molestado siempre, ha irritado con la voluntad del aguafiestas que llama la atención sobre “hechos que molestan a irritan” (37), ahora en su época de aprendiz transcurre la época más feliz de su vida, en el sótano que era la antesala del infierno o el infierno mismo, en el poblado de Scherzhauserfeld, cuya verdad nos comunica como un deseo de verdad, “la vía más rápida para la falsificación y el falseamiento” (39), porque no corresponde a la verdad, la verdad que en absoluto es comunicable, a pesar de que nunca ha renunciado al intento de comunicar la verdad.
“Lo que importa es si queremos mentir o decir y escribir la verdad, aunque jamás pueda ser la verdad” (40), escribir verdades como que su abuelo le enseñó a estar solo y vivir para si mismo, mientras que Podlaha, el dueño de la tienda del sótano, le enseñó a convivir con las personas, en el poblado de Scherzhauserfeld, donde aprendió a tratar a la gente, a aprender de la gente y a evadirse por medio del trabajo que le hacía feliz, de la melancolía y el hastío, “las características más acusadas del ser humano” (74), alejándose al mismo tiempo de la libertad, que el hombre no ama a pesar de lo que diga, pues nunca sabe qué hacer con la libertad, por ejemplo, los sábados por la tarde y los domingos, momentos en el que surgen las enfermedades por haberse alejado de sus ocupaciones del resto de la semana, de la disciplina, “condición previa para avanzar día tras día, poner orden ininterrumpidamente no sólo en la propia mente sino también en todas las cosas pequeñas y muy pequeñas” (90). A pesar de la convicción de que “todo hacer es un hacer sin sentido” (127), sólo encuentra su camino mediante un día reglamentado, para ser capaz de ser, explicándose la existencia como “única posibilidad de hacerle frente” (129), al lugar común que es la vida, lugar donde “somos continuamente seres arrojados por los otros” (130). Vivir sin esperanzas de una “visión clara de los hombres, las cosas, las relaciones, el pasado, el futuro y así sucesivamente” (131), una realidad habitada por dos existencias, la más próxima a la verdad y la fingida, las dos que si no hubieran pasado realmente, las “hubiera inventado probablemente para mí, llegando al mismo resultado” (131). Eso es todo.



El frío (Thomas Bernhard)

El frío
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1985 (141 p.)



            Cuarto volumen de la autobiografía que podría titularse “Sólo tengo una sombra”, frase que aparece en el libro para aludir a la levedad de la enfermedad, sólo una sombra en el pulmón, pero que es o puede ser metáfora o sentencia de lo que sólo uno tiene en la vida, la sombra, su sombra, el rastro oscuro que nunca se despega de uno, pues aun en la noche una luz artificial la proyecta, la mancha que nos persigue o perseguimos cuando caminamos por la calle, la que se detiene con nosotros en el mismo instante en que nos detenemos, la que siempre está ahí, escuchando nuestras palabras, los lamentos y los silencios. La sombra es más que la enfermedad, pues es su aviso, el dolor por su presencia, el sufrimiento que el enfermo debe tomar en sus propias manos, “en contra de los médicos” (p. 24), con la única confianza puesta en sí mismo, en la propia sombra, sin esperanza, hasta lograr enamorarse de “aquella falta de esperanza” (25), aferrándose al “espanto de la posguerra”, soportando el “cumplimiento de la pena” (40) que supone la vida. La misma vida que se escribe sin vergüenza, haciendo y dibujando frases, “sólo el desvergonzado es capaz” (60) de escribir, con una “curiosidad desvergonzada” (62) que ha impedido el suicidio, admirables los que no han sido tan cobardes para acabar con su vida, aunque “la verdad es siempre un error” (66) y “todo error no es más que la verdad”, la misma que siempre contaba al abuelo, equivocado totalmente, como el propio lenguaje que es “inútil cuando se trata de decir la verdad” (84), de comunicar cosas, la experiencia “de que el hombre sincero, que sigue sus propios pensamientos con consecuencia y constancia, y que sin embargo, al mismo tiempo, deja totalmente en paz a aquellos que son de otra opinión, se enfrenta con el desprecio y el odio, y de que hacia una persona así sólo se practica la aniquilación”. (114)

jueves, 27 de febrero de 2014

El aliento (Thomas Bernhard)

El aliento
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1985 (141 p.)



            Tercera entrega de los recuerdos de juventud de Bernhard donde la cotidianeidad de morir es tan dramáticamente normal como la visión diaria de la enfermera que cada mañana levanta rutinariamente un brazo de un enfermo para dejarlo caer y comprobar así, de esta mecánica manera, si está vivo o muerto, si debe avisar a otras enfermeras para que lo aseen o a los operarios para que se lo lleven metido en la caja de cinz. En la habitación de morir el joven de dieciocho años, el joven enfermo ha sido empujado al escenario del horror, a la “profundidad más profunda de la existencia humana, como consecuencia de mi propia sobreestimación” (p. 43), un paciente más sujetado por los tubos del gotero, los hilos de donde colgaban para mover sólo en raras ocasiones la marioneta que era, el hilo que era lo único que le unía a sí mismo y unía a todos los enfermos a la vida. Obligados por naturaleza a ir a esos “círculos de pensamiento” (55) que son los hospitales donde se va, a través de la enfermedad real o inventada para “llegar al pensamiento importante para la vida y decisivo para la existencia”, alcanzando la clarividencia del enfermo, indispensable para todo artista especialmente el escritor, igual que fuera una cárcel o un monasterio, si no quiere extraviarse en la superficialidad, alejarse de la “conciencia de uno mismo y de la conciencia de todo lo que existe” (57)

domingo, 23 de febrero de 2014

El origen (Thomas Bernhard)

El origen
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1984 (132 p.)




            Encontré “Un niño” en la librería Don Quijote de Oviedo y a los pocos días, cuando la hube leído, volví para comprar el resto de volúmenes de la serie autobiográfica de Bernhard, pero ya sólo quedaban “El origen” y “El frío”, el primero y el cuarto en su orden de publicación, que no en el cronológico de los hechos narrados, de manera que voy haciendo una lectura a saltos, con una no pretendida ruptura del tiempo narrativo que hace buena la afirmación de que es el lector quien construye la obra, con su lectura atenta o con su torpeza en la captación de lo leído, colocando los puntos y aparte que separan los volúmenes en la disposición que también el azar considere. Los primeros años de Bernhard contados por él mismo dando también vueltas a ideas o expresiones como el suicidio, pensamiento que se da “en la época de aprender y estudiar” (p. 24), en la cual todo es todavía “verdad y realidad” (26), cuando “los hechos son siempre aterradores” (27), después de que sepamos que “somos procreados, pero no educados” (77), sino más bien destruidos, con “una ignorancia y una vileza completas” por nuestros progenitores, “criminales como procreadores de nuevos seres” (79). El internado, con su educación católica no diferenciada del sistema nacionalsocialista que acaba de perder la Guerra, con las mismas “secuencias y consecuencias” (92), los mismos cantos y coros, con parecidos textos, llevando a cabo su crimen de la educación en nombre de Hitler o Jesús, tanto da, contagiados tanto por el catolicismo como por el nacionalsocialismo como si se tratara de dos enfermedades contagiosas, “enfermedades del espíritu y nada más” (98)

viernes, 21 de febrero de 2014

Un niño (Thomas Bernhard)

Un niño
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 1987 (159 p.)



            Hay autores que siempre están ahí, esperando a ser leídos, el momento propicio en el que uno, llevado por un artículo, una efemérides o un premio, decide que ha llegado el momento de acercarse a ellos, de empezar a leer una obra por todos reconocida y en la que tanto anhelas como temes introducirte. Esta autobiografía sin más puntos y aparte que los obligados para separar un volumen de otro, de los cinco que componen la serie, es la historia de la vida de Thomas Bernhard desde que empieza a existir hasta los diecinueve años, cuando abandona el sanatorio de Grafenhof. Este volumen es el primero de la biografía, pero el último que escribió de la serie, a modo de capítulo que marca el principio y el final a la vez, que echa el cierre al círculo de lo que parece ser un continuo, eterno retorno. Es el estilo que atrapa desde la primera línea, la frase larga que reitera lo dicho, que una y otra vez vuelve atrás, a la palabra escrita o la frase que añade una expresión más a lo ya dicho, con intención de que no se pierda el hilo, la sucesión de lo ocurrido que vuelve sobre sus pasos para que no se olvide, que se repita y avance a la vez, atrás y adelante con la minuciosidad, la precisión y la claridad que exige la exposición del drama, la narración de la vida acontecida en medio de la más terrible historia del siglo XX. La envolvente historia que reconoce que “los abuelos son los maestros, los verdaderos filósofos de todo ser humano, siempre descorren el telón que los otros cierran continuamente” (p. 21), que enseña a Bernhard, su abuelo le enseña que a pesar de que “todo el que vende algo que no existe es acusado y condenado” (46), la Iglesia vende a Dios con absoluta impunidad, y que la escuela “era una asesina de niños” (47), donde se envía a los hijos “para que se vuelvan tan repulsivos como los adultos que encontramos a diario en la calle” (47).

sábado, 15 de febrero de 2014

Los dinosaurios también tienen sentimientos


Colección Dinosaurios
Brian Moses – Mike Gordon
Anaya. Madrid, 2013
           


Bien es sabido que a través de la ficción es cómo se accede a los conocimientos que más importan. Ese es el significado y la función de los cuentos tradicionales, contados de generación en generación para transmitir de la manera más precisa y profunda el saber de la tribu, un legado del que forman parte los valores, las creencias y por supuesto los miedos que deberán aprender y asumir como propios los jóvenes para sentirse miembros de la comunidad a la que pertenecen. Las fábulas, las parábolas y la poesía han cumplido siempre con esa misión, sirviéndose para ello de las metáforas que, al esquivar nuestras resistencias más racionales, logran tocar directamente nuestro lado emocional y provocar, de esta forma, los cambios profundos que se propone el relato. Con ese propósito siempre se ha echado mano de elementos irracionales, tramas fantásticas y personajes no humanos. De ahí que no nos extrañe que los cuentos habitualmente tengan como escenario un tiempo y un paisaje no reconocibles, casi siempre habitados por animales que hablan.
Pero los tiempos cambian y, aunque el fin de los cuentos no puede variar sin desvirtuar su función, algunos contextos y personajes se esfuerzan por amoldarse a los gustos e intereses de los pequeños lectores de ahora. Donde antes aparecían lobos malvados, hormigas hacendosas y zorras astutas, ahora aparecen dinosaurios que tienen sentimientos. Así, la editorial Anaya presenta la colección Dinosaurios, cuatro cuentos con los que pretende de “una forma divertida y desenfadada analizar distintos sentimientos y actitudes que los niños y las niñas deben aprender a superar”.
“Pedro Preocupadáctilo” se pasa la vida preocupándose por todo: por no ser capaz de volar o aterrizar como lo hacen los otros dinosaurios o por si no vuelve a amanecer cuando oscurezca. Hasta que su madre le propone algo que le ayudará a despreocuparse de sus preocupaciones.
“Emma Enfadosauria” siempre está enfadada por algo: por no ver lo que quiere en la tele, por los regalos que recibe su hermano o por no ganar en los juegos. Pero ese mal genio se puede solucionar si sigue los consejos de sus padres.
“César Celosaurio” tiene los ojos verdes de lo celoso que se siente. Tiene celos de su hermano, de sus amigos, de sus primos, de todo el mundo. Entonces su padre le da una lección para que sus ojos no se le pongan tan verdes.
“Greta Gruñosauria” siempre está gruñendo. Desde que se levanta hasta que se acuesta. De las comidas que le prepara su madre y hasta de sus juguetes. Pero un día, después de un suspiro desesperado de su madre, consigue sonreír.

Con divertidos textos de Brian Moses e ilustrados con atractivos dibujos de Mike Gordon, estos cuatro libros destinados a los primeros lectores cumplen con su vocación decididamente didáctica, incluso terapéutica, podríamos decir, pues pueden ayudar a que algunos pequeños se enfrenten a través de la ficción a algunas maneras de ser que les provocan problemas con su entorno. A ello también contribuyen unas “Notas” finales para padres y profesores, donde se plantean algunas actividades para realizar a partir de la lectura de los cuentos. De esta forma, preocuparse o tener celos en exceso, gruñir o enfadarse por todo, son sentimientos y actitudes que los niños deben aprender a superar para sentirse plenamente miembros de la comunidad a la que pertenecen.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 15 de febrero de 2014)

           


sábado, 1 de febrero de 2014

La fascinación de lo abominable

El corazón de las tinieblas
 Joseph Conrad



            “…y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna”. Estas palabras dice el desconocido narrador de esta historia de Marlow, el verdadero narrador que va contando el relato a los tripulantes de El Nellie, un bergantín escorado en el estuario del Támesis. Y ahí, en esa frase, puede estar la clave de esa novela que no hace otra cosa que adentrarse en la profundidad del misterio, de forma que para descubrir su interior no tiene más que envolver al lector con el manto físico de un paraje feraz, oscuro, caluroso, húmedo, inmenso y turbio, como la propia alma que pretende cubrir y, por ello, mostrar.
            ¿Quién es Kurtz? ¿Quién es Marlow? ¿Dónde está esa selva y ese río innombrado? ¿Cómo surcar el cauce interminable, la vegetación que nos circunda, amenaza y ahoga? ¿Cuál es el horror, ah, el horror? Pocas novelas habrá tan alegóricas, tan susceptibles de trasladar sus referentes narrativos al resbaladizo, oscuro y revelador mundo de los símbolos. Su significado habrá sido postulado o aventurado desde el mismo momento en que se publicó, pero seguro que al final la interpretación, el acceso a esa realidad novelada, a esa ficción encarnada en las palabras, sólo podrá ser propia, y acaso intransferible.

            Con esta relectura –motivada por una nueva visión de “Apocalypse now”, la sobrecogedora película de Coppola que está al mismo nivel artístico que la novela de Conrad- he vuelto a disfrutar del estilo preciso, brillante, plagado de metáforas e imágenes que asombran por su claridad, por la rara transparencia que logra introducir al lector en ese lado oscuro de su propia existencia. La magistral traducción de Sergio Pitol es una creación más, una prosa que, al prescindir de la mera traslación de los vocablos, revela una nueva cualidad artística en una novela ya de por sí imposible de superar.



“…ese olvido que es la última palabra de nuestro destino común”