Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 1 de febrero de 2014

La fascinación de lo abominable

El corazón de las tinieblas
 Joseph Conrad



            “…y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna”. Estas palabras dice el desconocido narrador de esta historia de Marlow, el verdadero narrador que va contando el relato a los tripulantes de El Nellie, un bergantín escorado en el estuario del Támesis. Y ahí, en esa frase, puede estar la clave de esa novela que no hace otra cosa que adentrarse en la profundidad del misterio, de forma que para descubrir su interior no tiene más que envolver al lector con el manto físico de un paraje feraz, oscuro, caluroso, húmedo, inmenso y turbio, como la propia alma que pretende cubrir y, por ello, mostrar.
            ¿Quién es Kurtz? ¿Quién es Marlow? ¿Dónde está esa selva y ese río innombrado? ¿Cómo surcar el cauce interminable, la vegetación que nos circunda, amenaza y ahoga? ¿Cuál es el horror, ah, el horror? Pocas novelas habrá tan alegóricas, tan susceptibles de trasladar sus referentes narrativos al resbaladizo, oscuro y revelador mundo de los símbolos. Su significado habrá sido postulado o aventurado desde el mismo momento en que se publicó, pero seguro que al final la interpretación, el acceso a esa realidad novelada, a esa ficción encarnada en las palabras, sólo podrá ser propia, y acaso intransferible.

            Con esta relectura –motivada por una nueva visión de “Apocalypse now”, la sobrecogedora película de Coppola que está al mismo nivel artístico que la novela de Conrad- he vuelto a disfrutar del estilo preciso, brillante, plagado de metáforas e imágenes que asombran por su claridad, por la rara transparencia que logra introducir al lector en ese lado oscuro de su propia existencia. La magistral traducción de Sergio Pitol es una creación más, una prosa que, al prescindir de la mera traslación de los vocablos, revela una nueva cualidad artística en una novela ya de por sí imposible de superar.



“…ese olvido que es la última palabra de nuestro destino común”

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