Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 29 de junio de 2019

La lucha por la vida



El pan de la guerra
Deborah Ellis
Edelvives, 2018



                Deborah Ellis (Canadá, 1960) es una activista contra la guerra que viajó a Pakistán en 1997 para ayudar en un campo de refugiados afgano y de esa experiencia, sobre todo de las entrevistas que mantuvo con las mujeres y las niñas refugiadas, concibió una tetralogía formada por El pan de la guerra (2001), El viaje de Parvana (2002), Ciudad de barro (2003) y Mi nombre es Parvana (2012), todas publicadas en español por la editorial Edelvives. La actualidad de la novela que aquí reseñamos se debe a que acaba de estrenarse la película de animación El pan de la guerra, de la directora irlandesa Nora Twomey, galardonada en algunos festivales y nominada al Oscar del año 2018 a la mejor película de animación, e inspirada en las obras de Deborah Ellis.
Deborah Ellis

                Esta novela, que también ha recibido prestigiosos premios literarios, relata la dura vida de Parvana, una chica de once años que vive en Kabul en la época del gobierno de los talibanes. Sus padres pertenecían a familias acomodadas de Afganistán, ganaban buenos sueldos y residían en una casa grande que fue destruida por las bombas. Ahora toda la familia –los padres y cuatro hermanos- se ha visto obligada a refugiarse en una sola habitación de una pequeña casa. Viven gracias a lo que el padre pueda vender en el mercado y a las cartas que lee en la calle a sus vecinos analfabetos, tarea en la que siempre le acompaña Parvana. Cuando un día, sin saber muy bien porqué, los talibanes arrestan al padre, la familia recurre a una idea un tanto desesperada para poder sobrevivir. Como a ninguna mujer, por el hecho de serlo, se le permite ganar dinero desde que gobiernan los talibanes, deciden que Parvana se disfrace de chico con las ropas de Hossain, el hermano mayor que cayó muerto en uno de los bombardeos. Ni su madre ni su hermana mayor pueden cumplir esa misión, pues no les está permitido salir a la calle sin burka. Así, Parvana tiene que vencer el miedo que supone salir sola de casa y enfrentarse al deber de llevar el sustento a su familia. En ese cometido se ve obligada a hacer algunos trabajos que no le gustan, pero al mismo tiempo le da la oportunidad de reencontrarse con Shauzia, una antigua compañera del colegio que también va disfrazada de chico, y a una amiga de su madre, que irá a su casa para empezar a escribir y distribuir una revista clandestina. Entre el miedo a ser descubierta por los talibanes y la inquietud por tener que llevar todos los días a casa algo de comer, aparece un hecho misterioso que da alas a la imaginación de Parvana.
La historia, que continúa su desarrollo entre el desasosiego y la esperanza, entre la dura lucha por la supervivencia en un medio hostil y la íntima convicción de que todo volverá a ser como antes de la guerra, cuenta, con la usual aspereza de las novelas pegadas a la realidad de las sociedades sometidas, la fuerza que surge de los seres humanos para hacer frente a las adversidades, en particular de los niños –niñas en este caso-, que a veces sienten la necesidad de hacerse con el valor y la capacidad necesarios para poder resistir en el incomprensible, cruel mundo de los adultos. Una novela realista, no exenta de cierto lirismo, muy oportuna para los jóvenes –y adultos- lectores de esta sociedad occidental a menudo tan alejada de la dura realidad de los países en conflicto.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 29 de junio de 2019)




sábado, 1 de junio de 2019

El rapto del corazón



Ninfa rota
Alfredo Gómez Cerdá
Anaya, 2019



                Hace unos meses reseñaba en esta misma sección una novela de características similares a la que ahora nos ocupa. Se trataba de El bloc de las edades (Edelvives, 2018), de Manuel J. Rodríguez, y hacía referencia entonces a que podría englobarse dentro de una suerte de subgénero que se ha venido en llamar Psicoliteratura, donde se encontrarían obras que tratan explícitamente sobre temas que preocupan a nuestra sociedad, como las drogas, el alcoholismo, el acoso escolar o –como es el caso que comparten estas dos obras- la violencia de género. Bien podríamos pensar que se trata de una moda en la que, llevadas por esa corriente que reivindica más que nunca los derechos de la mujer, las editoriales se han lanzado a publicar novelas que aborden asuntos que tanto conciernen a la defensa de esos derechos y, por tanto, a la denuncia de los que los menoscaban. Así, no es extraño que precisamente estas dos obras estén galardonadas con dos de los premios más importantes destinados a la Literatura Infantil y Juvenil en nuestro país, entonces el Premio Alandar 2018 para El bloc de las edades, y ahora el Premio Anaya de LIJ para Ninfa rota, de Alfredo Gómez Cerdá (Madrid, 1951). 
Alfredo Gómez Cerdá

                Escrita a modo de un diario que un psicólogo ha aconsejado redactar a Marina, la protagonista adolescente, en la novela se va narrando en primera persona la relación de la chica con Eugenio, el compañero de clase que le “ha robado el corazón”. Esta especie de rapto emocional –vinculado muy bien en el texto con la ninfa “tonta de remate” y el fauno “grotesco y repulsivo”, personajes que Marina ha conocido en los relatos mitológicos que le cuenta su madre-, en el que la chica se deja llevar por la actitud cada vez más controladora de su amado, es el que impide que Marina vea los hechos como son, una realidad que en vano se empeña en desvelarle Nerea, su amiga del alma. Así, el argumento mantiene la línea habitual en la que la protagonista es la última en reconocer que se encuentra en peligro, primero de perder a sus amigos de siempre y después de caer en la humillación, el desprecio e incluso en el maltrato físico si no se pliega a los chantajes emocionales o coacciones cada vez más duras y exigentes del chico. Sin embargo, esta consabida trama se desarrolla bajo unos aspectos formales que enriquecen la calidad de la obra, como son el formato de diario del relato –indicado para que el lector pueda ponerse en la propia piel de la protagonista-, la inclusión de diálogos por whatsapp entre Eugenio y Marina –donde se asiste de forma más objetiva a los peligros de la relación-, los poemas que forman algunos capítulos –muestras del desahogo emocional de la chica-, el relato de los sueños siempre habitados por la ninfa y el fauno –metáfora de la profunda, inconsciente “zozobra” de Marina-, y sobre todo el curioso final que deja al lector no sólo perplejo, sino  atrapado en la maraña de un cierto desasosiego.
A ello hay que añadir el acierto de incluir un episodio que nos evoca El curioso impertinente -cuento que Cervantes intercala en el Quijote-, y que logra que Marina se dé cuenta del ser maléfico que habita dentro de Eugenio. Un personaje que es el modelo de ese tipo de chico que, bajo la falsa idea del arrebatado enamoramiento, maltrata y aleja de sus amigos a tantas chicas que a menudo necesitan obras como ésta para tomar conciencia del peligro que corren.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 1 de junio de 2019)