Ninfa rota
Alfredo Gómez Cerdá
Anaya, 2019
Hace
unos meses reseñaba en esta misma sección una novela de características
similares a la que ahora nos ocupa. Se trataba de El bloc de las edades (Edelvives, 2018), de Manuel J. Rodríguez, y hacía
referencia entonces a que podría englobarse dentro de una suerte de subgénero
que se ha venido en llamar Psicoliteratura,
donde se encontrarían obras que tratan explícitamente sobre temas que
preocupan a nuestra sociedad, como las drogas, el alcoholismo, el acoso escolar
o –como es el caso que comparten estas dos obras- la violencia de género. Bien
podríamos pensar que se trata de una moda en la que, llevadas por esa corriente
que reivindica más que nunca los derechos de la mujer, las editoriales se han
lanzado a publicar novelas que aborden asuntos que tanto conciernen a la
defensa de esos derechos y, por tanto, a la denuncia de los que los menoscaban.
Así, no es extraño que precisamente estas dos obras estén galardonadas con dos
de los premios más importantes destinados a la Literatura Infantil y Juvenil en
nuestro país, entonces el Premio Alandar 2018 para El bloc de las edades, y ahora el Premio Anaya de LIJ para Ninfa rota, de Alfredo Gómez Cerdá (Madrid,
1951).
Alfredo Gómez Cerdá |
Escrita
a modo de un diario que un
psicólogo ha aconsejado redactar a Marina, la protagonista adolescente, en la
novela se va narrando en primera persona la relación de la chica con Eugenio,
el compañero de clase que le “ha robado el corazón”. Esta especie de rapto
emocional –vinculado muy bien en el texto con la ninfa “tonta de remate” y el
fauno “grotesco y repulsivo”, personajes que Marina ha conocido en los relatos
mitológicos que le cuenta su madre-, en el que la chica se deja llevar por la
actitud cada vez más controladora de su amado, es el que impide que Marina vea
los hechos como son, una realidad que en vano se empeña en desvelarle Nerea, su
amiga del alma. Así, el argumento mantiene la línea habitual en la que la
protagonista es la última en reconocer que se encuentra en peligro, primero de
perder a sus amigos de siempre y después de caer en la humillación, el
desprecio e incluso en el maltrato físico si no se pliega a los chantajes
emocionales o coacciones cada vez más duras y exigentes del chico. Sin embargo,
esta consabida trama se desarrolla bajo unos aspectos formales que enriquecen
la calidad de la obra, como son el formato de diario del relato –indicado para
que el lector pueda ponerse en la propia piel de la protagonista-, la inclusión
de diálogos por whatsapp entre Eugenio y Marina –donde se asiste de forma más
objetiva a los peligros de la relación-, los poemas que forman algunos
capítulos –muestras del desahogo emocional de la chica-, el relato de los
sueños siempre habitados por la ninfa y el fauno –metáfora de la profunda, inconsciente
“zozobra” de Marina-, y sobre todo el curioso final que deja al lector no sólo
perplejo, sino atrapado en la maraña de
un cierto desasosiego.
A ello hay que
añadir el acierto de incluir un episodio que nos evoca El curioso impertinente -cuento que Cervantes intercala en el
Quijote-, y que logra que Marina se dé cuenta del ser maléfico que habita
dentro de Eugenio. Un personaje que es el modelo de ese tipo de chico que, bajo
la falsa idea del arrebatado enamoramiento, maltrata y aleja de sus amigos a
tantas chicas que a menudo necesitan obras como ésta para tomar conciencia del
peligro que corren.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 1 de junio de 2019)
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