Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 16 de febrero de 2013

Homenaje a Julio Verne



LA ISLA DE BOWEN
CÉSAR MALLORQUÍ
Editorial Edebé. Barcelona, 2012
510 páginas


            No ha hecho falta la socorrida excusa de tener que celebrar algún centenario del nacimiento o muerte de Julio Verne (1828-1905) para que César Mallorquí (Barcelona, 1953) haya decidido dedicarle su particular homenaje. El autor catalán se sirve de las lecturas que alimentaron sus primeros años y sobre todo de su dilatada –y reconocida- carrera como escritor de literatura infantil y juvenil para hacer una novela “al estilo Verne”.
Con ecos de “La isla misteriosa” –y de otras obras y autores a los que César Mallorquí alude en un texto a modo de epílogo-, “La isla de Bowen” (Premio Edebé de Literatura Juvenil 2012) narra la empresa en la que se aventura el profesor Ulises Zarco en busca del lugar donde se ha hallado un fragmento de titanio puro, cuya existencia no sólo parece técnicamente inviable, sino históricamente imposible, pues el sitio donde apareció ese metal prodigioso es una cripta del siglo X, período en el que la temperatura de los hornos medievales difícilmente podría alcanzar los 1.668 grados que, según el experto Bartolomé García –químico del ilustre Instituto Geológico de España-, se precisan para la fusión del titanio. Esa misión la emprende a petición de la testaruda Lady Elisabeth Faraday, quien, en compañía de su atractiva hija Katherine, utiliza todos los recursos a su alcance para convencerle de que acuda al encuentro de su marido John Foggart, prestigioso arqueólogo desaparecido precisamente cuando estaba explorando el sepulcro de San Bowen en la isla donde apareció el titanio. La obstinación de Lady Elisabeth también obliga a Ulises Zarco a admitirla, junto a su hija, a bordo del “Saint Michel” –navío de la sociedad geográfica SIGMA para la que trabaja el profesor-, donde viajan en compañía del ayudante Adrián Cairo, el científico Bartolomé García, el joven fotógrafo Samuel Durango y una nutrida tripulación capitaneada por el experimentado Gabriel Verne.
El viaje hacia ese lugar situado más allá del Círculo Polar Ártico está lleno de aventuras –la persecución de un sospechoso buque llamado “Britannia”, el descubrimiento de la historia del santo Bowen, las continuas discusiones entre la dama inglesa y el profesor, los escarceos amorosos de Katherine y Samuel, las arriesgadas maniobras que se ve obligado a afrontar el navío, los peligros constantes de la mar y de las tierras por donde pasan, las traiciones propias y las escaramuzas con el enemigo-, pero no son nada comparable con el terrible misterio que les espera en la isla de Bowen, donde una peculiar partida de ajedrez mantendrá en vilo el destino de toda la expedición.
El acertado homenaje a Julio Verne se aprecia en los elementos que hacen reconocible al gran escritor bretón: el misterio y la intriga que sumergen al lector hacia el interior de la aventura, la presencia de aparatos adelantados al tiempo que se narra y de maravillas imaginarias que pretenden anticipar el futuro conocimiento ingeniado por la ciencia-ficción, la camaradería y la traición como las dos caras de la misma condición humana, el viaje a lugares extraordinarios que no son sino el reflejo externo de la exploración de uno mismo, la audacia de enfrentarse a seres insólitos, el humor y el amor que contribuyen a dulcificar por momentos la historia, los personajes heroicos o cobardes, honestos o canallas, de una sola pieza o poliédricos, tipos, en fin, concebidos para lograr el digno objetivo del entretenimiento del lector (a partir de 15 años).

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 16 de febrero de 2013)

sábado, 9 de febrero de 2013

El infierno tan temido



LA CASA EN RUINAS
Manuel García Rubio
Ediciones del Viento. A Coruña, 2012
142 páginas


            Desde la magdalena de Proust –y aún antes- son muchas las novelas que se han servido de un hecho azaroso para que el protagonista de la historia se vea obligado a emprender su particular busca del tiempo perdido. Tanto es así, que esta recuperación del pasado se antoja un subgénero literario en sí mismo, una suerte de “narrativa de la memoria” en la que la visita del personaje a la casa donde habitó en la infancia es una de las “magdalenas” que frecuentemente ha sido utilizada por los escritores para seguir los zigzagueantes pasos del recuerdo. Por esa senda se interna Manuel García Rubio (Montevideo, 1956) con esta historia que ha merecido el Premio de Novela Ciudad de Salamanca 2012. Sin embargo, a diferencia de muchas de estas novelas que a menudo se limitan a una nostálgica evocación de los hechos pasados, “La casa en ruinas” (Ediciones del Viento) tiene el valor de sumergirse en las procelosas aguas del recuerdo para sondear en sus profundidades y extraer de ese abismo un nuevo significado, un conocimiento capaz de asumir el riesgo de ser a la vez perturbador y necesario.
            La novela cuenta cómo Ricardo Tremp, directivo de una importante empresa, se ve forzado a regresar al pueblo de su infancia para resolver un desgraciado accidente que ha ocurrido en la casa familiar, abandonada desde que, hace ya bastantes años, él se fuera a vivir a Madrid. En el pueblo se encuentra con dos antiguos compañeros de colegio que, sirviéndose del consabido pasteleo político-empresarial, pretenden aprovechar la oportunidad para tratar de sacar beneficio del percance; y con Tita, la dueña de la vieja cantina en la que trabajó algunos veranos de su juventud y donde conoció a Melita, su hija adolescente que año tras año fue desplegando ante sus ojos los encantos de las muchachas en flor. Tita le cuenta que no ha vuelto a ver a su hija desde que se marchó el mismo día que cumplió los dieciocho años, pero que sus dotes de adivinadora le aseguran que él ha vuelto al pueblo para traérsela. Con esa turbadora idea en la cabeza, Ricardo se adentra en las ruinas de la casa familiar, donde la joven voz de Melita le suplica -a través del contestador automático del teléfono que no debería estar operativo después de tantos años- que no se vaya.
A partir de este atrevido giro argumental el autor introduce lo imposible en lo real sin perder verosimilitud, tendiendo un hilo comunicativo hacia un pasado que en el presente se puebla de fantasmas. Más allá de la certeza de que lo ocurrido siempre vuelve, el amor por la ninfa –de claras referencias nabokovianas- se le revela al protagonista con el convencimiento de que a la postre “nadie escapa de sí mismo”, de que continuamente no sólo nos asalta la memoria, sino que no es posible descansar del propio yo que hemos ido conformando. Así, la tragedia personal sobreviene cuando se cae en la cuenta de que el pasado no es un lugar –una casa deshabitada y en ruinas-, sino un tiempo al que no se puede regresar y del que nunca ningún Orfeo podrá rescatar a su Eurídice atrapada para siempre en el infierno tan temido.
             La prosa limpia y precisa, condensada en la ajustada expresión de lo que se quiere decir, se amolda con precisión a las exigencias de esta acertada novela corta que se lee en un suspiro -lo que dura el destello que ensombrece nuestro pensamiento-, pero que invita a su relectura en cuanto se llega al párrafo final.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 9 de febrero de 2013)