Titus Flaminius. La fuente de las vestales
Jean-François Nahmias
Edelvives, 2016
Muchas de las
llamadas novelas históricas tienden a escorarse hacia uno de los dos lados que,
en rigor de lo que exige el género, deben conformar el relato: la realidad
histórica y la trama inventada. Así, unas suelen utilizar la historia como mero
trasfondo o soporte para ambientar una trama ajena a ese marco, mientras que
otras se sirven de una ficción pasajera para narrar un episodio histórico que
nada tiene que ver con las peripecias de los personajes inventados. Se podría
decir que las primeras son figuras con paisaje –histórico- y las segundas son
paisaje con figuras –noveladas-. Sin embargo, se debe reclamar que se intente
mantener ese difícil equilibrio entre la fidelidad a los hechos históricos y la
propia cualidad de la ficción, y más aún si se trata de una obra destinada al
público juvenil, pues –querámoslo o no- este tipo de obras siempre se guían por
una cierta pretensión didáctica muy del agrado de padres y profesores. Es una
intención acomodada a lo que se ha venido en llamar “enseñar deleitando”, un
principio que postula que la mejor forma de que los jóvenes –a los que en
general se entiende reacios a meterse entre pecho y espalda un manual de
historia o un ensayo sobre algún acontecimiento o época puntual- aprendan algo
de historia, es envolviéndosela en el papel de celofán de una trama novelesca. Nada
que objetar a tal pretensión, si por el camino no se van dejando caer los
jirones de la indispensable calidad que siempre hay que exigir a toda obra
literaria.
Ilustración de Luis Doyague |
La colección
de novelas “Titus Flaminius”, del autor francés Jean-François Nahmias (Cannes,
1944), logra este delicado equilibrio en el que la ficción –en este caso una
trama de tipo policiaca o detectivesca- se imbrica bien con el tiempo histórico
en el que se desarrolla -la Roma del final de la República-. Así, en esta nueva
entrega titulada “La fuente de las vestales” el joven abogado patricio Titus
Flaminius se encuentra ante el deber personal de descubrir al asesino de su
madre. Para ello cuenta con la ayuda de Floro, uno de los cómicos que mejor
saben utilizar sus dotes de interpretación y transformismo, además de ser un buen
conocedor de los suburbios y los bajos fondos de la ciudad. Las primeras pistas
conducen a una perla robada a la amante de Julio César y a una tablilla donde
está grabado parte del nombre de la bella vestal Licinia. A partir de ahí se
suceden más asesinatos, aventuras, momentos donde peligran la vida de los
protagonistas, escaramuzas amorosas, traiciones, en definitiva lances de la
trama propios de una novela de género que, al tiempo que entretiene, introduce
con acierto al joven lector en el ambiente de la Roma de la mitad del siglo I
antes de Cristo. De esta manera, el lector tiene la oportunidad de sumergirse
en el paisaje urbano y en la característica arquitectura de la casa romana, de encontrarse
entre sus calles con las diferentes clases sociales que habitan la ciudad, de asistir
a las ceremonias o fiestas que se dan en el tiempo de los idus o las calendas, de
aprender sobre las representaciones y atributos de las divinidades romanas y,
más específicamente en esta entrega de la serie, sobre la peculiar existencia
de las vestales, sacerdotisas que deben mantener siempre viva la llama del
fuego sagrado. A esta labor didáctica también contribuye el apéndice que al
final del libro explica algunas de las referencias históricas que han ido
apareciendo en la novela.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 1 de julio de 2017)
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