La sonrisa de los peces de piedra
Rosa Huertas
Anaya, 2017
Toda la
mitología fundada a partir de la llamada “movida madrileña”, aquella supuesta
explosión de creatividad que surgió en los años ochenta del pasado siglo a raíz
de la muerte del dictador, está presente en “La sonrisa de los peces de piedra”
(XIV Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil), de Rosa Huertas. Así, tal
puede parecer que la pretensión de esta novela no sea otra que la de introducir
a los jóvenes lectores en el ambiente de pregonada ebullición creativa que en
aquella década –llamada por algunos “prodigiosa”- se produjo en la capital de
España, como respuesta liberadora y fértil ante el yermo oscurantismo padecido
en los anteriores decenios. No en vano por sus páginas desfilan los más
célebres personajes de aquel tiempo –Antonio Vega, Ouka Leele, García-Alix,
Almodóvar-, los grupos musicales que pusieron la banda sonora de la época
–Nacha Pop, Radio Futura, Tino Casal, etc.-, las canciones que se convirtieron
en himnos de toda una generación –La chica de ayer, Eloíse- y los locales –Rock-Ola, Penta, La Vía Láctea-
donde cada noche se exaltaba la vida con el vigor y la urgencia que toda
juventud precisa. De ahí a la mirada nostálgica –entendida como la añoranza de
que cualquier tiempo pasado fue mejor- no hay más que un paso, que, sin
embargo, esta entretenida novela logra esquivar con acierto.
El relato de
las experiencias vividas en aquellos “maravillosos años” se lo cuenta Julia en
una larga carta a su hijo Jaime, en respuesta a las inquietudes que sobre su
identidad le han surgido al joven después de un casual encuentro en el
cementerio donde acaba de ser enterrado su abuelo. Allí, sentada en una tumba
donde la madre de Jaime –de forma inesperada para su hijo, pues un nombre
desconocido para él está escrito en su lápida- acaba de expresar su dolor, ha
coincidido con Ángela, hija del hombre que yace en el sepulcro. Ciertas
afinidades entre los dos jóvenes, la aparición de algunos misterios en torno al
cementerio y el deliberado silencio de la madre, despiertan en el joven la
sospecha de haber vivido entre secretos y mentiras tramadas para hurtarle uno
de los capítulos –sino el mayor- más importante de su vida. A partir de ahí,
Jaime y Ángela van estrechando una relación que corre el riesgo de convertirse
en algo más que una mera amistad. Peligro que tiene al chico en vilo ante el
temor de que precisamente esa chica por la que empieza a experimentar
sentimientos desconocidos hasta ahora, sea en realidad su hermana, hija del
hombre al que su madre lloraba en su tumba.
La obra se
desarrolla en dos planos narrativos. El del tiempo presente de la novela, donde
Jaime indaga sobre su identidad a la vez que va descubriendo a través de Ángela
la peculiar personalidad de quien sospecha que es su padre, y el de la época de
la movida madrileña, contado por la madre en un largo escrito que va
presentando por entregas a su hijo, demorando de esta forma la resolución
final.
Rosa Huertas narra
con su pericia habitual una buena historia para el disfrute de los jóvenes
lectores, una novela de aprendizaje en la que el protagonista descubre esas
verdades necesarias para poder avanzar en la vida. A destacar igualmente las
ilustraciones de Javier Olivares, fieles a la estética pop que se desplegaba en
las revistas y fanzines de la época que retrata la novela.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 3 de junio de 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario