Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 3 de junio de 2017

Aquellos maravillosos años


La sonrisa de los peces de piedra
Rosa Huertas
Anaya, 2017



Toda la mitología fundada a partir de la llamada “movida madrileña”, aquella supuesta explosión de creatividad que surgió en los años ochenta del pasado siglo a raíz de la muerte del dictador, está presente en “La sonrisa de los peces de piedra” (XIV Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil), de Rosa Huertas. Así, tal puede parecer que la pretensión de esta novela no sea otra que la de introducir a los jóvenes lectores en el ambiente de pregonada ebullición creativa que en aquella década –llamada por algunos “prodigiosa”- se produjo en la capital de España, como respuesta liberadora y fértil ante el yermo oscurantismo padecido en los anteriores decenios. No en vano por sus páginas desfilan los más célebres personajes de aquel tiempo –Antonio Vega, Ouka Leele, García-Alix, Almodóvar-, los grupos musicales que pusieron la banda sonora de la época –Nacha Pop, Radio Futura, Tino Casal, etc.-, las canciones que se convirtieron en himnos de toda una generación –La chica de ayer, Eloíse- y los  locales –Rock-Ola, Penta, La Vía Láctea- donde cada noche se exaltaba la vida con el vigor y la urgencia que toda juventud precisa. De ahí a la mirada nostálgica –entendida como la añoranza de que cualquier tiempo pasado fue mejor- no hay más que un paso, que, sin embargo, esta entretenida novela logra esquivar con acierto.
El relato de las experiencias vividas en aquellos “maravillosos años” se lo cuenta Julia en una larga carta a su hijo Jaime, en respuesta a las inquietudes que sobre su identidad le han surgido al joven después de un casual encuentro en el cementerio donde acaba de ser enterrado su abuelo. Allí, sentada en una tumba donde la madre de Jaime –de forma inesperada para su hijo, pues un nombre desconocido para él está escrito en su lápida- acaba de expresar su dolor, ha coincidido con Ángela, hija del hombre que yace en el sepulcro. Ciertas afinidades entre los dos jóvenes, la aparición de algunos misterios en torno al cementerio y el deliberado silencio de la madre, despiertan en el joven la sospecha de haber vivido entre secretos y mentiras tramadas para hurtarle uno de los capítulos –sino el mayor- más importante de su vida. A partir de ahí, Jaime y Ángela van estrechando una relación que corre el riesgo de convertirse en algo más que una mera amistad. Peligro que tiene al chico en vilo ante el temor de que precisamente esa chica por la que empieza a experimentar sentimientos desconocidos hasta ahora, sea en realidad su hermana, hija del hombre al que su madre lloraba en su tumba. 

La obra se desarrolla en dos planos narrativos. El del tiempo presente de la novela, donde Jaime indaga sobre su identidad a la vez que va descubriendo a través de Ángela la peculiar personalidad de quien sospecha que es su padre, y el de la época de la movida madrileña, contado por la madre en un largo escrito que va presentando por entregas a su hijo, demorando de esta forma la resolución final.
Rosa Huertas narra con su pericia habitual una buena historia para el disfrute de los jóvenes lectores, una novela de aprendizaje en la que el protagonista descubre esas verdades necesarias para poder avanzar en la vida. A destacar igualmente las ilustraciones de Javier Olivares, fieles a la estética pop que se desplegaba en las revistas y fanzines de la época que retrata la novela.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 3 de junio de 2017)




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