Hasta
(casi) 50 nombres
Daniel
Nesquens
Anaya,
2017
Daniel Nesquens (Zaragoza, 1967)
seguramente ha elegido el campo de la literatura infantil y juvenil -si es que
se puede acotar de forma clara y tajante el rango de edad para el que va dirigido
una ficción- porque ello le permite desplegar con toda libertad las
posibilidades (casi) infinitas que tiene como escritor. Así, su obra se
reconoce por los continuos juegos de palabras que logran sortear -con un sinfín
de filigranas y requiebros- la débil frontera entre la realidad y la ficción, y
que inevitablemente conducen a un humor de tinte surrealista, aquel al que no
le sorprende que las pinceladas que pintan la sonrisa en el rostro del niño -o
del adulto- se puedan dar también con brocha gorda o -en similar paradoja- que
los brochazos que colorean las carcajadas puedan retocarse también con fino
pincel. Es ese humor absurdo -tal vez sea esta expresión un pleonasmo- el que fue
motivo de celebración en sus anteriores obras, como la serie de “Marcos
Mostaza”, “El hombre con el pelo revuelto” (Premio Anaya de LIJ 2010) o “Hasta
(casi) 100 bichos”, de la cual es heredera esta “Hasta (casi) 50 nombres” que
aquí comentamos.
Ilustración de la contraportada |
Si el libro de los (casi) 100 bichos era en cierto modo inclasificable,
una especie de bestiario que diseccionaba desde su particular visión, éste de
los (casi) 50 nombres vuelve a saltar varias veces de un lado a otro la
artificiosa barrera entre los géneros –de un seleccionado diccionario
onomástico a microrrelatos de ficción, de ahí a pequeños episodios históricos o
a breves biografías, etc.)- para presentar también una suerte de humano
bestiario -esta expresión sí que es un pleonasmo- imaginado con todo el humor
que puede originar la exhibición de absurdos verbales, de desaforadas
metáforas, de etimologías reales o inventadas y de (casi) todos los
divertimentos contenidos en las palabras. Desde los nombres más comunes
(Mónica, Laura o Daniel) o los menos usuales (Onésimo, Estela, Úrsula...) hasta
los directamente imposibles (Yunque, Tántalo, Xenofonte...), cada entrada de
este peculiar diccionario no hace otra cosa que utilizar como coartada del
nombre que la encabeza para desplegar todo lo que esa palabra sugiere. A partir
de ahí -como en la metáfora de las cerezas que van tirando una de otra del
cesto-, se va sucediendo un encadenamiento de palabras e ideas que logran
despertar en la mente del lector imágenes (casi) nunca antes sospechadas. Así,
uno se sorprende cómo de la entrada “Adelina” se llega a Yuri Gagarin y la
perra Laika; o empezando por “Gema” se acaba citando a Urtain; o de “Melchor”
al número de teléfono de Jennifer López; o, en fin, de Daniel –antropónimo del
autor- al coeficiente intelectual de 170.
Este libro hace inevitable traer a colación el célebre diccionario del
humorista José Luis Coll, de quien a buen seguro Daniel Nesquens se siente en
deuda. Pero es precisamente esta referencia la que puede poner en riesgo este
libro dedicado, en principio, al público juvenil, pues, como ocurría en las
surrealistas apariciones del dúo Tip y Coll, ciertas asociaciones de palabras o
juegos verbales pueden conllevar el riesgo de alcanzar un nivel de absurdo tal
que no sea comprendido –y. por tanto, disfrutado en toda su plenitud- por
algunos lectores a quienes les falten las claves para llegar cabalmente a su
significado. A destacar las maravillosas ilustraciones (casi) cubistas de
Alberto Gamón, que añaden también una singular visión a las entradas de este
(casi) diccionario.
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