Con texto de Philippe Lechermeier, Diario secreto de Pulgarcito recrea la
versión del cuento de Perrault desde el punto de vista del pequeño protagonista,
que va contando y dibujando –a través de las sorprendentes páginas de un
diario- las dramáticas y divertidas peripecias de su vida. La conocida trama
del cuento clásico se ve salpicada con ingeniosas historias dentro de la
historia, chascarrillos, alocados refranes, juegos de palabras, rimas
disparatadas y un santoral imaginario que encabeza cada página del diario. Al
miedo a ser abandonado por sus padres –el más profundo temor que nos acecha en
la infancia- se añade la vuelta de tuerca que Lechermeier y Dautremer dan al relato
original con este precioso álbum en el que el sentimiento de desconsuelo se
mezcla de forma natural con la festiva emoción que conlleva siempre la aventura
de los niños valientes. Si la posible narración oral del cuento se ve
facilitada por las rimas del texto, la imaginación de lo contado puede verse
desbordada por la prodigiosa expresividad de las ilustraciones.
En Princesas olvidadas o desconocidas repiten colaboración ambos
autores para mostrarnos una original galería de princesas en las que
habitualmente no reparamos. Aparte de Cenicienta, Blancanieves, la Bella Durmiente y otras bien
conocidas por todos, existe una larga gama de princesas que deben merecer
nuestra consideración, como la holgazana Blandina, la cotorra Farragosa, la
crispada Varaseca, la pequeña Pitonisa, la desmemoriada Amnesia, la princesa de
las Arenas o las siamesas Ding y Dong. Además, para entender el maravilloso
mundo de las princesas es preciso conocer el lenguaje internacional del abanico,
los escudos y blasones, los bosques donde se pierden, se refugian o se esconden,
los palacios y residencias que habitan, los extraordinarios y secretos jardines,
la comida real y, por supuesto, una guía práctica de trucos y artimañas para
distinguir una princesa verdadera de una falsa o para poder despertar a las
princesas dormidas. Las frases que, a modo de greguerías, encabezan la mayoría
de las páginas (“Soñar es contarse historias que todavía no se conocen”, “El
mago es un ladrón al que nadie aplaude”) asombran al lector tanto como las sugestivas
imágenes de tantas princesas inventadas.
Alicia
en el país de las maravillas (el clásico de Lewis Carroll traducido primorosamente
por Elena Gallo Krahe) es un álbum de gran formato en el que Rébecca Dautremer
despliega todas sus dotes artísticas al servicio de una de las mejores
historias jamás contada. Desde que en 1865 John Tenniel realizara los dibujos
que acompañaron a la primera edición, han sido muchos los ilustradores que se
han atrevido con el texto del reverendo Dodgson, pero pocos pueden hacernos
olvidar aquellas estampas originales –pertenecientes desde entonces al
imaginario de sus lectores- como las que ahora nos presenta Dautremer para esta
edición. De hecho, la desenfrenada libertad de la imaginación y la transgresión
mágica que representa ese mundo maravilloso y absurdo se ajusta como la horma
de un zapato a la fantasía desbordante de la ilustradora francesa. Hay
ilustraciones a doble página que por sí mismas encarnan ya un relato propio,
una escena a partir de la cual el lector –o el observador de la lámina- puede
ir con su imaginación más allá de lo que el texto cuenta.
La joya de la corona es El pequeño teatro de Rébecca, un libro
que no es sólo un álbum donde texto e ilustraciones se funden para componer un
objeto atractivo para leer y mirar, sino una obra que recuerda la labor de los
antiguos artesanos, aquellos que se esmeraban en realizar con mimo un trabajo
que tuviera la vocación de perdurable. En este pequeño teatro se van
superponiendo en cada página las escenas de la memoria pictórica de Dautremer, el
mundo imaginario que ha ido creando en sus álbumes anteriores y que ahora reúne
para desplegarlo ante los asombrados ojos del espectador. Los personajes
parecen moverse en un espacio de tres dimensiones, un escenario donde dialogan
entre ellos con los textos “aprendidos” en los libros de donde proceden.
En la minuciosidad de los detalles,
la composición narrativa de las láminas y la turbadora expresividad de sus
personajes, las ilustraciones de Dautremer recuerdan a menudo el mundo
fantástico de Brueghel, la maravilla de una representación extraordinaria que
se adentra en las sombras blancas y negras que pueblan nuestro pasado, ese tiempo
alegre y triste al que los lectores -de cualquier edad- siempre se asoman
buscando la verdad del misterio.
(Publicado en El Comercio. 4 de enero de 2013)
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